HAGAMOS SITIOS PARA TODOS RPJ 564 aquí el artículo en PDF
Almudena Colorado
En los círculos educativos en los que me muevo surge ahora una pregunta que creo que ya veíamos venir desde hace tiempo, pero que no terminábamos de formulárnosla: ¿hay espacio en nuestros claustros de profesores para todos, todos, todos (como diría el papa)?
Tenemos muy asumido que, en la actualidad, los alumnos y alumnas que vienen a nuestros centros no tienen ninguna formación religiosa ni interés por tenerla, muchos porque no lo han visto en sus casas. Los temas Dios, Iglesia, religión, fe, Evangelio…les quedan lejos, y cuando se los insinúas, si tienes suerte, solo resoplan. Así que sacamos punta a la creatividad, a la fe y a la vocación pastoral y buscamos maneras de conquistar y reconquistar. Es una lucha, pero es la lucha que elegimos los que amamos este reto.
Sacamos punta a la creatividad, a la fe y a la vocación pastoral
Con lo que no contábamos es que están llegando a nuestros claustros un gran número de profesores jóvenes (algunos recién salidos de la facultad) que, si son creyentes, se han quedado en lo «esencial» de la fe, en una vivencia estrictamente litúrgica, ritual o cultural (la primera Comunión hecha, algunos la Confirmación, van a misa de vez en cuando, salen en alguna cofradía…), pero una fe que no atraviesa sus vidas ni las transforma.
Además, también nos está llegando un número de profesores que no creen. En este deseo de ser «espacio de todos y para todos», los acogemos insinuándoles como condición que, cuando haya alguna actividad religiosa-pastoral, la respeten. Vamos, que si les resulta un poco «incomprensible» dicha actividad, que no hace falta que participen en ella; por supuesto, deben estar como parte del claustro que son, pero pueden estar cual convidado de piedra. Eso sí: que, al menos, mantengan al alumnado en silencio. Y así, nuestros claustros de colegios cristianos se van llenando de profesores y profesoras que, con el tiempo y la confianza, se han ido desconectando del carisma e identidad del centro en el que trabajan, así como de la fe que nos mueve a llevar a cabo esa misión y servicio al mundo que es educar. ¿Y todo por qué? Porque, en su momento, nos dio miedo ofender o molestar por ser lo que somos: un colegio cuya educación está vertebrada por un proyecto de pastoral, inspirado en un carisma y con la finalidad de llevar a Jesús a nuestros alumnos y alumnas.
Lo bueno es que ahora todo esto está siendo motivo de reflexión y búsqueda en muchos centros. Nos damos cuenta de que, más allá de metodologías pedagógicas, de programaciones, de leyes de educación; más allá de que nuestros alumnos y alumnas adquieran un nivel académico elevado que los lleve a hacer buenas pruebas de acceso a la universidad y, de paso, nos den buena fama… Más allá de todo esto, lo importante de verdad es educar a la persona «por dentro», y en nuestros centros eso pasa por «poner a Dios en el corazón», como decía Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana. La cuestión es: ¿cómo hacerlo hoy en día, donde los pastoralistas y nuestra labor, así como la religión en general, no estamos de moda? Pues ahí vamos, adaptándonos a los tiempos, intentando no descafeinar «el producto», sin traicionar un mensaje cuyo valor no depende de cómo lo hagamos. Ya es bueno por sí mismo.
Llegar a nuestros chicos y chicas no es posible si no tenemos un profesorado comprometido con esta labor pastoral (que no es solo del equipo de pastoral, como siempre se dice). Un profesorado que cree en la bondad de lo que hace y, es más, la testimonia con su vida, pues ya sabemos que son las obras las que hablan, a veces mucho más que las palabras. Se nos abre, por tanto, otro lugar en el que evangelizar y que, quizás, habíamos pasado por alto: nuestros claustros, en especial a ese profesorado nuevo y joven que nos llega, que puede enamorarse de nuestro carisma y convertirse, en un futuro, en transmisor y colaborador en la continuidad del mismo.
¿Y cómo hacer todo esto? Lo reflexiono, tanto individualmente como en grupo con otras instituciones que andan en la misma búsqueda, y voy llegando a ciertas luces que quiero compartir por aquí:
- Tenemos que empezar por nosotros, por los que estamos en esta preciosísima labor que es la pastoral. Tenemos que enamorarnos de lo que vivimos, creérnoslo de verdad, porque ese es el principio de nuestro mensaje, el que hará que alguien que nos trate en el día a día se pregunte: «¿qué será esto?». Y que surja esa pregunta en el otro ya es un buen comienzo.
- Tenemos que confesar sin miedo lo que somos: creyentes, seguidores de Jesús, de su Evangelio, de su palabra y su obra. Sí, es cierto, cuesta trabajo. Y, además, sentimos como esa especie de «respeto humano» que nos lleva a pensar que no queremos molestar, que queremos que el otro no se sienta «invadido», que somos gente abierta y moderna. Soy consciente de lo difícil que nos resulta esto. A mí también me cuesta, por eso me lo repito una y otra vez, por fidelidad a lo que creo y trato de vivir, y también porque pienso que eso es ejercer nuestra libertad. Y ya se sabe: la verdad nos hará libres.
- Y, por último (por último en la reflexión que llevo hecha hasta ahora, que está inacabada todavía), tenemos que mirar y oír. Como hizo Jesús: conocer el lugar que habitamos, a las personas que lo habitan y al momento en el que vivimos. No todos están en el mismo punto. Como en la parábola de los viñadores: hay quien está trabajando en la viña desde temprano en la mañana, hay quien entró a mediodía, hay quien empezó por la tarde, y hay quien está todavía por las calles y los tenemos que salir a buscar.
Nuestra respuesta al «todos, todos, todos» que Francisco pronunció en la pasada JMJ pasa por esto: la evangelización en nuestras escuelas. En ellas se da un reflejo de la sociedad. Hay de todo, y a todos estamos llamados a hablarles de Jesús. Es nuestro deber, nuestro compromiso y nuestra suerte, una buena suerte.
Tenemos que confesar sin miedo lo que somos: creyentes.