Hacia una vida fecunda – Hno Arsenio Turiégano, fsc

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«Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 7,27)

 

La cifra de personas que se suicidan en el mundo ha disminuido en los últimos años, pero, aun así, cada 40 segundos se sucede un suicidio. Las tasas anuales alcanzan las 800.000 personas y esta causa supera la muerte por malaria, cáncer de seno u homicidio, confirma la OMS en su informe sobre Prevención del suicidio. Según esta organización, «el suicidio fue la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años, después de los accidentes de tráfico». Estos datos son bastante estremecedores y alarmantes y nos invitan a prevenir y contemplar este reto social en el marco de nuestros procesos pastorales. El suicidio es reconocido como un problema de mucha importancia en la salud pública del mundo.

Lo que nos configura como personas libres es ser propietarios de nuestro deseo y actuar conforme a un sentido último que resulte liberador. El sentido último, para muchas personas, pasa por la fe en un Dios que se hace vida en la vida. La gran cuestión es si nuestras propuestas pastorales responden y abordan las grandes crisis de sentido y ausencia que, la mayoría de los jóvenes, viven en su proceso personal. Algunos estudios (Pascual y otros, 2005) afirman que ser creyente es un factor de protección ante el suicidio y la crisis existencial porque existe una alta correlación entre dar sentido a la vida y ser creyente. La fe es garantía de búsqueda y la búsqueda se concreta en posibles propuestas vitales y anhelos.

Actualmente, vivimos en una sociedad muy marcada por el derecho y parece que todo tiene que ser ya y ahora, y si es antes, mejor. Se ha albergado en la mente de muchos jóvenes la falsa idea de que cualquier deseo legítimo es un derecho. Todo esto no es ajeno a nuestros procesos pastorales en los que ponemos en el centro a los jóvenes. Ni tampoco ajeno a los sistemas familiares, en las que el astro en muchos casos, son los niños y jóvenes destinatarios de nuestra actividad pastoral. La realidad social favorece el desarrollo de personalidades muy dependientes, en algunos casos, de manera patológica.

Por otro lado, el mundo contemporáneo es muy exigente y el concepto de éxito está hecho a base de Photoshop (vacaciones en islas paradisíacas, modas de alta gama, modelos perfectos…). Es decir, muchos de nuestros destinatarios pastorales tienen poca tolerancia al sufrimiento y la frustración porque la sociedad occidental promueve un éxito basado en experiencias que no contemplan el sufrimiento como opción. Se promueve un estilo de vida en el que siempre hay que estar bien, hasta el punto de no poder estar mal. Realmente es paradójico porque por más disfraces o máscaras que se utilicen, el sufrimiento y el dolor son dimensiones constitutivas de la experiencia humana, que no se pueden obviar, ni disociar, aunque se intente.

Sin embargo, la experiencia de fragilidad humana es una plataforma privilegiada para crecer y madurar. Nuestros itinerarios pastorales pueden encontrar en el claroscuro de la fragilidad y vulnerabilidad un camino de relación con Dios y amor al prójimo, que remiten a la vida y misión de Jesús de Nazaret. En un acompañamiento resulta clave encontrar los momentos vitales de los jóvenes para trabajar ciertos temas de sentido y búsqueda. Es importante esta labor de detección y evitar uniformar procesos porque cada vida es distinta. En ocasiones, se pueden detectar casos patológicos en los que se recomienda derivar a un profesional de la psicología para iniciar terapia.

 

Los procesos pastorales tienen una palabra de sentido en el proceso de nuestros destinatarios

La dimensión afectiva tiene una especial relevancia en el inicio de los procesos pastorales

​La fe es garantía de búsqueda y la búsqueda se concreta en posibles propuestas vitales y anhelos

A partir de mi experiencia, si preguntas a un adolescente o a un joven por cuál es el horizonte más importante en su vida, es bastante probable que conteste ser feliz. Y admito que es maravilloso, pero considero que se queda corto porque me parece algo irreal y eventualmente accesible. A veces, la vida desentraña situaciones de desasosiego y grieta que no permiten ser feliz. Quizá, hablar de alcanzar la plenitud me parece más apropiado. Plenitud como ejercicio de libertad para acoger, aceptar y reparar la vida, tal y como viene.

Todos estos matices invitan a seguir trabajando por el Evangelio y ofrecer una oferta pastoral de calidad que dé respuesta a las necesidades vitales de los jóvenes. La propuesta del Evangelio marca un itinerario personal de sentido. Todos, de alguna manera, anhelamos el sentido pero que ese sentido se transforme en una búsqueda no es tan evidente, aunque ocurre. Hay muchas personas que buscan la orilla del sentido y desean saber cuál es el sueño de Dios en su historia. Y es aquí donde puede comenzar la chispa del itinerario vocacional. La pastoral juvenil puede ser un espacio de mediación donde se ayude a los jóvenes a conquistar su propia libertad y asumir el Evangelio como un horizonte de sentido.

La dimensión afectiva tiene una especial relevancia en el inicio de los procesos pastorales. Si esta situación se prolonga en el tiempo, en un alto porcentaje, se acaba abandonando las estructuras y grupos pastorales porque el sustento afectivo no es suficiente para dar continuidad. En el mejor de los casos, los destinatarios de nuestra oferta van realizando una síntesis personal madura en la que la experiencia espiritual va haciéndose hueco.

Percibo tres grandes dinamismos a potenciar en nuestros procesos pastorales para acompañar la crisis existencial y promover una madurez espiritual y psicológica. Esta cuestión daría para mucho, pero intuyo que en primer lugar se necesita crear una red de intervención en la que se unifiquen nortes, en la medida de lo posible. Es compleja la integración de tanta información, solapada en ocasiones, para los jóvenes. Un entorno cuidado tiene más garantías de unificar e integrar criterios evangelizadores. Este aspecto está íntimamente ligado al sentido de pertenencia a una comunidad cristiana o grupo de referencia para vivir, alimentar y acompañar la fe. En segundo lugar, fundamentar el trabajo pastoral en la vida de Jesús de Nazaret como modelo existencial. Para que se dé un proceso vocacional es necesario partir de un equipamiento, unas bases psicológicas, antropológicas y teológicas que fundamenten y cimienten el itinerario personal, con el debido acompañamiento. La evangelización comienza por la fe en Jesús de Nazaret para acabar transformado a su imagen. Finalmente, considero que facilitar y promover experiencias de compromiso mediante una lectura creyente de la realidad son un buen acicate para ayudar a los jóvenes a descentrarse de sí mismos y cambiar la manera de mirar, hacia una mirada evangelizada y evangelizadora.

Los procesos pastorales tienen una palabra de sentido en el proceso de nuestros destinatarios. Una palabra que remueve la vida para combatir el sinsentido mediante el Evangelio. Un brote de esperanza ante la calamidad de tantas escenas de muerte que presenciamos cada día. Una palabra de vida para alumbrar las propias muertes.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Dinnbier, La pastoral vocacional ante el joven de hoy, Vitoria, 2010.
  2. Pascual, A. Villena; S. Morena; J.M. Téllez; C. López, El paciente suicida, Guías clínicas, 5, 38, 1-3, 2005.
  3. Rocamora, Cuando nada tiene sentido. Reflexiones sobre el suicidio desde la logoterapia. Madrid, 2017.

World Health Organization, Preventing suicide. A global imperative. Geneva, 2014. Recuperado el 28 de abril de 2020, de http://www.who.int/mental_health/suicide-prevention/world_report_2014/es/

 

 

 

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