Iñaki Otano
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino”. Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”. Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga”.
Había colocadas allí seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora, y llevádselo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua) y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino nuevo y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has guardado el vino nuevo hasta ahora”. Así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. (Jn 2, 1-12).
Reflexión:
Estos recién casados de Caná no eran todavía conscientes de la situación embarazosa en que se iban a encontrar por la falta de vino en un día tan especial. Durante muchísimo tiempo serían el hazmerreír de aquel pueblo que los recordaría como los que, en sus bodas, escatimaron el vino.
Pero en esas ocasiones resulta providencial la ayuda de alguien que nos quiere y, con su previsión y atención, evita el desastre. En Caná esta persona es María. Participa plenamente en la fiesta y, al mismo tiempo, está atenta,
No les queda vino, es la súplica de María a Jesús. Nuestras súplicas al Señor no necesitan de muchas palabras y explicaciones: “Señor, se mueren de hambre…, no tienen trabajo…, no tienen casa…, lo están pasando mal…”, “Señor, mira esto que me preocupa”; “Señor, no puedo más”; “Señor, no sé cómo actuar en esta situación”… o simplemente: “Señor, confío en ti”…
Lo que Jesús responde a su madre nos puede sorprender. Parece una respuesta seca, distante, incluso impropia de un hijo. Pero, aparte de la dificultad para una traducción exacta de las palabras de Jesús, hay algo que se quiere destacar en el evangelio. Es como si Jesús dijese a su madre: “tenemos que estar atentos a nuestra misión. Nuestra relación madre-hijo tiene que ser de ahora en adelante más universal: no somos simplemente dos personas que se quieren y todo se queda en eso, sino que tenemos que cumplir una misión más amplia con toda la humanidad”. Jesús llama a su madre Mujer para expresar este hecho de ir más allá de las relaciones personales y entrar decididamente en la salvación de toda la familia humana.
El modo de obrar de María es discreto, sin imponer nada, en el máximo respeto a la vocación y a la misión de su hijo. Al mismo tiempo, quiere hacer que los otros, los sirvientes, los discípulos, cumplan también esta misión: Haced lo que él diga. La verdadera devoción a María será siempre tratar de responder a su invitación: Haced lo que él diga.
La consecuencia de hacer lo que Jesús nos diga será un vino sobreabundante, nuevo, inesperado. Es el vino en que se convertirá nuestra pobre agua. Nuestras pequeñas obras cotidianas preparan el gran banquete