Generar procesos centrados en Cristo, no trayectos doctrinales – Pablo Santamaría

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«Ya que “el tiempo es superior al espacio”, hay que suscitar y acompañar procesos, no imponer trayectos»

(Christus Vivit 297)

 

Según la RAE un trayecto es el espacio que se recorre de un punto a otro. Ambos puntos están tan claros como la línea que les conecta y que trazamos sobre el mapa para ser recorrida durante el catecumenado juvenil, etapas formativas a la vida religiosa o el ministerio ordenado. La cuestión es explicarla bien al entrar, lamentando las pérdidas, normalmente definitivas, que supone salirse de dicho trayecto. Esto es justamente lo que no es suscitar y acompañar procesos. Así nos pasa con los jóvenes que «en lugar de disponernos a escucharlos a fondo, a veces predomina la tendencia a dar respuestas preconfeccionadas y recetas preparadas, sin dejar que las preguntas de los jóvenes se planteen con su novedad y sin aceptar su provocación» (CV 65).

Quizás el secreto para poder hacer el giro del trayecto al proceso es liberarnos de nuestro particular pecado original cristiano, humano demasiado humano, de convertir nuestra fe en una doctrina y un credo al que adherirse. «Un santo decía que “el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una Persona que me amó tanto que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo» (CV 156). Por eso «es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo» (CV 211).

Quién sabe qué hubiera pasado si el corazón inquieto del gran profeta de la muerte de Dios habría escuchado todo esto, si aquel que proclamó que solo creería en un Dios que pudiera bailar, escuchara por boca del mismísimo papa que el cristianismo es «un sueño concreto, que es una persona, que corre por nuestras venas, estremece el corazón y lo hace bailar» (palabras del papa Francisco en la Jornada Mundial sobre la Juventud). A lo mejor el joven Nietzsche hubiera llevado a término su vocación de ser sacerdote cantando y bailando por toda Europa la alegría y fuerza del Evangelio. ¿Os imagináis?… ¿Bailamos?

Por tanto, «calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana» (CV 212). A los jóvenes, «en lugar de sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen estrecha y moralista del cristianismo, estamos llamados a invertir en su audacia y a educarlos para que asuman sus responsabilidades, seguros de que incluso el error, el fracaso y las crisis son experiencias que pueden fortalecer su humanidad» (CV 213).

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