FUERA DE LA MANADA – Fernando Donaire, OCD

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Fernando Donaire, OCD

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La vi en el añorado teatro Pavón Kamikaze y aún resuena en mi cabeza la impresión que dejó en mí la obra de teatro Jauría escrita por Jordi Casanovas y dirigida por Miguel del Arco. Una ficción construida íntegramente por fragmentos de los acusados y la denunciante del caso conocido como «La manada», en el que un grupo de cinco varones fueron acusados de violar a una chica en los sanfermines.

Y resuena aún en mi cabeza, primero porque mientras asistía a la representación me asaltó a la mente que esos mismos diálogos en otro contexto hubieran sido carne de comedia a pesar de la dureza del tema que trataban. Y eso me llevó a pensar sobre la malentendida camaradería fortalecida en las despedidas de soltero, los viajes programados, las fiestas de los quintos o las noches de copas que terminan con la pérdida del control y la rienda suelta más instintiva que puede acabar en situaciones tan dramáticas como la que se nos cuenta en esta obra.

Por otra parte, en algunos momentos de la obra me sentí reflejado en los diálogos que hubiera podido compartir con mi grupo de amigos. Los dejes, los dobles sentidos, la manera de hacer broma de las cosas. Y eso que en un primer momento pudiera parecer anodino, se convierte en caldo de cultivo para una forma de pensar que a veces roza la violencia, el abuso de poder o el sentirse superior a los demás. Esta obra consiguió poner delante de mí cómo construía mi propia masculinidad en base a la relación con los demás, a la aceptación del grupo, a la imposición de reglas no escritas.

El llamado teatro-documento nos hace reflexionar mientras asistimos a un espectáculo que, como en esta ocasión, ha dejado un poso en mí que aún recuerda a los entregados actores, a la María Hervás actriz que da vida a la víctima y a la puesta en escena de Miguel del Arco que no deja indiferente a nadie.

Después de aquella revelación trato de evitar estas «manadas» que enarbolan unos valores que están muy lejos de la masculinidad que nace de la experiencia evangélica que se construye con los mimbres de la humildad, el servicio y la acogida. Jesús se reunía con los suyos para caminar, para comer, para rezar. En esos lugares sí que nos podemos encontrar, cuando la reunión sea motivo de esperanza y de consuelo, cuando la empatía sane nuestra vulnerabilidad, cuando los otros sean una oportunidad para aprender y crecer. Esos espacios, fuera de la manada, en la intimidad con el Maestro, encontraremos al pastor que nos lleva a beber a fuentes tranquilas y a comer en pastos verdes.

Sin afán alguno de construir una utopía, porque en todos los lugares que habitamos existe conflicto, estoy convencido que cerca del Evangelio es donde realmente crecemos y maduramos. Donde nace una nueva manera de entender la relación con los demás, sin ganas de poder o atisbos de soberbia, sino bajo la obediencia de quien ansía, como el discípulo amado, reclinar el rostro sobre el Maestro. Ahí, reclinados en «el pecho florido», en ese espacio de misterio en el que nos desprotegemos, se construye el germen de la nueva Humanidad. La que nace de la bienaventuranza y el agradecimiento, la que surge del regalo y el canto.

Cerca del Evangelio es donde realmente crecemos y maduramos