FLORES EN EL DESIERTO Descarga aquí el artículo en PDF
Maria José Rosillo Torralba
Quería empezar esta reflexión con unas palabras del escritor y político checo, Václav Havel que dice: «La Esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino de la certeza de algo tiene sentido, independientemente de su resultado».
¿Qué significa esto exactamente?
Significa que la acción que emprendemos o la decisión que tomamos en un momento concreto de nuestra vida, tienen en sí mismas un valor, un significado, más allá de su resultado final. Es como si el viaje fuera más importante que el destino.
Implica que esas acciones o decisiones, las llevamos a cabo, de acuerdo con nuestros valores, creencias y principios, incluso cuando las circunstancias no son las ideales. Es mantener una coherencia interna en nuestras acciones.
También nos recuerda, que el proceso de tomar una decisión y realizarla hasta el final es una oportunidad de aprendizaje, de desarrollo personal, independientemente del resultado.
Vivir y actuar con sentido, a pesar de anticiparnos a esos resultados adversos, esperados, nos aporta bienestar. Porque estamos viviendo conforme a lo que Se nos pide desde lo más hondo de nuestro ser.
Llevaba varios días en casa. Aprovechando esas vacaciones inesperadas de días no disfrutados a lo largo del año y que, ahora, vienen ante mí, como un regalo perfecto de desconexión y encuentro, ambos tan necesarios para el ser humano. Es en estos periodos de aparente inactividad profesional, cuando mi mente se despierta más afanosa si cabe y busca entre las inmensas posibilidades algo que hacer. Y vuelve a resurgir ese proyecto de acompañamiento espiritual y emocional a personas de sexualidad diversa dentro de mi Iglesia. Una voz permanente, martilleante y que no deja de repetirme: «¡Sigue adelante, aunque aún no veas resultados, aunque todavía no percibas los frutos, aunque aún existan muchos ojos ciegos y muchos oídos sordos! ¡Permanece! ¡Confía y espera!».
Y aquí regreso de nuevo, creyendo que cada paso que damos por cimentar una Iglesia inclusiva es un paso gigante de construcción del Reino aquí abajo, en la tierra. Donde debe estar, en cada uno de nuestros hogares, en cada uno de nuestros caminos, en cada una de nuestras fronteras, en cada una de nuestras iglesias, también en cada uno de nuestros templos, sinagogas y mezquitas.
Todos aquellos actos que emprendamos con la confianza y esperanza ciega de que son hechos desde el amor y para el bien de todos los seres humanos, nos conforman personas integras, coherentes, cercanas y solidarias. ¿Por qué no comenzar ahora?
Al reconocer que el sentido de nuestras acciones va más allá del resultado, podemos vivir una vida más plena, auténtica y satisfactoria. Es esta, ahora, una invitación a conectar con nuestros valores más profundos y a actuar de acuerdo con ellos, independientemente de las circunstancias o de los resultados.