FLESH RPJ 561Descarga aquí el artículo en PDF
Juan Saunier
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Lucian Freud es, indudablemente, una de las grandes figuras del arte figurativo de la segunda mitad del siglo XX. Soberbio retratista, ha alcanzado gran notoriedad por sus crudos desnudos, de entre los que destacan las composiciones que realizó durante su etapa de madurez, sea de parejas, varias de amigos homosexuales, o individuales, como la del performance e icono queer Leigh Bowery, de la entonces inspectora de la Seguridad Social Sue (Big) Tilley, de alguna de sus hijas o de sí mismo.
La National Gallery de Londres y el Museo Nacional Thyssen Bornemisza nos permiten pasearnos con motivo del centenario del nacimiento del artista entre bastantes creaciones emblemáticas de este pintor británico de ascendencia notoria y vida tan intensa como la de sus lienzos, que obviaré para no desviarnos de aquello que me ha llamado poderosamente la atención y viene a cuento en este espacio de comunicación.
Resulta sencillo perderse en reflexiones sobre la elección de modelos, sobre todo desde la perspectiva de quien trate de ver en su obra una forma de hacer visibles personas de extracción distinta y vida fuera del patrón comúnmente establecido en su época. Todo eso es cierto, y lo grotesco de algunas posiciones explícitas o de la persona retratada induce a pensarlo. Pero Lucian Freud pintaba a sus modelos no solo con extrema meticulosidad en extensas sesiones de estudio que se alargaban semanas, sino también rodeados de elementos que indican ternura, apuntan a la debilidad consustancial de los representados, son chocantes o se abren a lo misterioso e indecible. Dos varones reposando uno junto a otro sin mirarse, pero cuyas pantorrillas se rozan; un hombre con la casaca desabrochada que deja ver una barriga que se proyecta tras la camisa; la joven que dormita con un perro acurrucado a sus pies; el artista provocador seropositivo a cuyo costado se apoya su compañera desnuda como si nada sucediese; la mujer obesa que se desparrama más allá del confín del sillón ajena a la mirada del artista; el varón que amamanta un bebé mientras otro lee en primer plano; o el artista mismo que se representa ya anciano con el sexo colgando y blandiendo un pincel. Todos son ejemplo de una mirada que disecciona para entender por connaturalidad, para formar parte del representado a través del contacto de su piel. Hay mucho de escucha atenta y poco de indagación psicoanalítica en la obra de este artista. Si pudiera ser posible, diría que presta atención auditiva con la mirada. Una mirada desnuda, descargada de falsas inocencias o deseos de mejora: hay lo que hay, se escucha lo que se pronuncia epidérmicamente. Como espectador, esa desnudez me conduce hacia un significado más profundo de la desnudez y de la realidad carnal y sensual de cada uno de nosotros en nuestra edad y condición: nuestro cuerpo es un misterio, tejido de anhelos e incertidumbres, de una salvaje belleza y una inevitable corrupción, de la plenitud del éxtasis al desmoronamiento paulatino, de la cercanía a la ineludible soledad del propio destino y las elecciones personales.
El vocablo inglés Flesh deriva etimológicamente del indoerupoeo Plehik, cuyo significado es arrancar o quitar con fuerza la cubierta de algo, como se hace al desollar una pieza de caza. Resulta muy llamativo, volviendo al único autorretrato desnudo que nos ha dejado Lucian Freud, que en su mano derecha blanda el pincel como san Bartolomé sostiene el cuchillo en el fresco del Juicio Final de Miguel Ángel mientras que su mano izquierda exhibe su propia piel. Su pintura es eso: quitar la envoltura externa de la persona retratada para intentar que nos asomemos a esa realidad íntima que explica todo lo demás. Y en ella, por más que pueda resultar deforme, grotesca o incomprensible, late algo ulterior a las palabras, mayor que el deseo e imposible de relatar. Ese algo no es un rol, no es ser ni modelo ni familiar ni potentado ni mascota. No es nada, o simplemente es estar vivo.
Concluyo. Para preparar estas líneas he visto fotografías de Sue Tilley posando muy quieta recientemente delante del cuadro que motiva estas palabras. Me he visto a mí mismo con ropa y maqueado, tal como creemos que estamos más presentables. No está mal, me he dicho, pero no creas que la segunda piel reemplaza la primera. Es más, con el andar del tiempo ni la disimula.
Quitar la envoltura externa de la persona retratada para intentar que nos asomemos a esa realidad íntima que explica todo lo demás