Descarga el artículo en PDF RPJ 515 – Evangelizar educando – Pastoral juvenil educativa – Juan Carlos de la Riva
Para ilustrar la palabra “educativa” voy a transcribir el testimonio de uno de ellos, el de Carles Gil, de la provincia de Cataluña (¡sin tu permiso Carles!):
“Lo mejor de ser escolapio es que es un privilegio, porque puedes entrar en el círculo íntimo de las personas y lo que es mejor, acompañarles en sus descubrimientos. Como dicen que los ejemplos arrastran, os cuento un ejemplo, cuando fuimos a Dakkar con un grupo de muchachos, y fue magnífico ver cómo los chavales iban descubriendo e iban devorando lo que veían de aquella realidad. Y eso no tiene precio.”
Este bello testimonio me sirve de ejemplo para subrayar lo maravilloso de sentirse compañero de descubrimientos vitales que les hagan crecer, asomándose a la realidad que nos rodea y dejando que esas experiencias germinen en su círculo íntimo y hagan crecer a la persona. Nuestra pastoral educa, ayuda a crecer y a discernir.
Muchas veces hemos participado en encuentros, cursos, talleres, celebraciones, etc. con otros agentes de pastoral de nuestras respectivas diócesis a lo largo del mundo, y creo que nos pasa a todos en los diferentes lugares de nuestra geografía el hecho de que nos sentimos más unidos y más en sintonía con aquellos pastoralistas que desempeñan su labor en el ámbito de la educación, o al menos dejan que la educación marque de algún modo su quehacer pastoral. Y es que hay muchas maneras de hacer pastoral, desde luego, pero no todas tienen las claves que a nosotros nos aporta el hecho de ser educadores, de haber heredado de Calasanz las claves procesuales y evolutivas que desde los primeros años pueden hacer que la persona gane en consciencia de su ser hijo de Dios, llamado al amor pleno. Sí es cierto que cada vez los agentes de pastoral son más conscientes de que todo anuncio del Evangelio ha de ser “vocacional”, ha de despertar en la persona el deseo de responder a un llamado profundo. Pero no siempre se extraen de este carácter vocacional del quehacer pastoral las necesarias consecuencias prácticas.
Creo que nos distinguimos de otros estilos y carismas por un tomar muy en serio la encarnación del Espíritu de Dios en una persona, un sujeto, que se va configurando psicológicamente y se va situando socialmente, y que se va construyendo en la medida que es Evangelizado. Evangelizar Educando se concreta en esa capacidad del evangelizador para hacer carne el Evangelio en una realidad humana que va creciendo al mismo tiempo que adquiere consciencia de ser habitado por el Amor y llamado al amor como proyecto de vida. El anuncio del Evangelio retroalimenta el proceso humano de hacerse persona, configurando la vida como vocación. Así, para los escolapios hacer pastoral es ayudar al niño y al joven a crecer y a discernir desde ese ser amor al que todos estamos llamados como hijos e hijas de Dios.
En pastoral juvenil educativa, el joven mismo es el contenido del anuncio, las posibilidades que su vida encierra en sí misma, son la Buena Noticia que el mismo joven ha de recibir; y la pastoral comienza con la pregunta de Jesús ¿qué quieres que te haga?: en nuestro paradigma, el mensaje de Jesús no será Evangelio hasta que no haga surgir un brillo especial en los ojos del joven y descubra que el Evangelio es agua viva. Me gusta la expresión de Tonelli, maestro salesiano de la pastoral juvenil (de esos con los que entramos en fácil sintonía) cuando al hablar de cómo narrar hoy el Evangelio pone en la mente de uno de los jóvenes sujeto de nuestra pastoral la expresión: “¿Pero cómo es posible que este Evangelio esté hablando de mí?” . Que nuestro anuncio pastoral “hable de él” quiere decir ni más ni menos que “viene a cuento”, que responde a lo que la vida le está demandando en un momento dado. El Evangelio ha de “ayudar a vivir”. Y no cualquier vida, sino la mejor vida, la más plena, la que el Espíritu obra en el interior de cada uno cuando el sujeto se abre a Él.
La vida para un joven actual no es la misma que la que tuvo un adulto, sin duda. El contexto ha cambiado. Pero sigue siendo vida. Y el dolor y la muerte, la incertidumbre y el vacío pueden adquirir rostros nuevos, pero siguen siendo preguntas ineludibles a las que el ser humano contesta en la medida en que construye su propia identidad. En pocas épocas los seres humanos (y por protagonismo mayor, los jóvenes) hemos sido animados más que hoy a vivir una autonomía tan extrema: compramos autónomamente en un supermercado donde nadie nos pregunta; oímos la música solos, porque decidimos disfrutarla; dominamos ordenadores, móviles y demás aparatos, navegamos por el entero universo,… Pero quizá nunca hayamos estado tan desamparados en cuanto a guías y rutas para vivir esa autonomía. Estamos dejando de lado la reflexión sobre las claves de construcción de sujeto personal, de identidad individual, que pueda luego gobernar tanta autonomía. Tenemos un mundo con demasiadas autopistas ultrarrápidas para automóviles mal ensamblados, imprevisibles, con pocas revisiones y cambios de aceite, poco acostumbrados a las inclemencias e imprevistos,… como somos hoy las personas.
Las dos manos del pastoralista serán pues una hoja de ruta antropológica, y el propio Evangelio, y su mirada estará puesta en un doble final: el joven que ya concretó su vocación, y la comunidad donde va a vivirla.
1. En una mano llevaremos una buena hoja de ruta que nos dé pistas antropológicas y claves educativas. Permaneceremos a la escucha de un joven que al ser escuchado aprenda a escucharse a sí mismo, y así, perforando su situación vital, la trascienda y la convierta en proyecto de amor. La consecuencia directa es que nuestra pastoral juvenil será:
Una pastoral de proceso: con un proyecto educativo estructurado en etapas y edades.
Una metodología educativa activa, que parte de la realidad del muchacho y le convierte en protagonista de su propio proceso. Y en grupo, siempre en grupo, también para la pastoral. Igual que los salones de clase son también grupo vital del joven.
2. Tendremos en la otra una propuesta de Evangelio que no se conforme solo con un YO autónomo bien estructurado sino que haga la propuesta del amor-entrega, al estilo de Calasanz, sabiendo como él que el niño no se ha hecho persona hasta que ha descubierto la Vida bienaventurada que le sobreviene en la trascendencia de sí, la entrega en el amor, el abandono en el absoluto.
De múltiples maneras hemos expresado los escolapios cuáles serían los rasgos de esa vida en el Espíritu. Creemos que los elementos fundamentales de esa espiritualidad juvenil calasancia, siempre interrelacionados entre sí serían:
El encuentro personal con El Señor en la oración, los sacramentos, la Palabra, la lectura creyente de la realidad, la cercanía solidaria con los pobres, la comunidad, la historia eclesial y escolapia, el compromiso personal.
La vivencia desde las claves del Evangelio descubriéndonos en el camino de seguimiento de Jesús, buscando siempre la vocación a la que Dios nos llama y la adecuación de nuestra vida a su propuesta en actitud de conversión permanente
La formación humana, cristiana y escolapia que permita ser capaces de dar razón de nuestra esperanza y adecuar nuestra vida a los valores cristianos y escolapios a la vez que vamos creciendo como personas
El servicio a los demás y el compromiso por la construcción del Reino de Dios, especialmente con los más necesitados y desde las intuiciones de Calasanz
Compartir el seguimiento de Jesús y todos los aspectos de la vida con los hermanos y hermanas en pequeños grupos y comunidades a la vez que en clara comunión con las Escuelas Pías y con la Iglesia entera.
Y todo esto desde un amor grande por Calasanz, conociendo y admirando su espiritualidad, su vida, su misión, y desde un compromiso por continuar su obra escolapia haciendo presente a Calasanz en tantos lugares del mundo en que estamos presentes.
3. Además, el pastoralista escolapio cuidará especialmente dos “finales” de la pastoral juvenil que están marcados por las actividades de propuesta y discernimiento:
la elaboración del proyecto de vida como vocación,
y la inserción de esa persona en la Iglesia.
Y tanto para un final como para el otro, el animador pastoral no podrá dejar de ofrecer, porque él mismo es propuesta viva, la vocación escolapia, tanto religiosa como laical, y las Escuelas Pías como comunidad gozosa donde vivir el seguimiento al estilo de Calasanz.
Necesitamos una pastoral juvenil valiente y al tiempo planificada. Lo que se deja a la improvisación, no saldrá. En esa planificación haremos partícipes a todos los agentes de pastoral juvenil: nos asombrará el apoyo que encontraremos en muchos de los laicos que colaboran ahí. Tampoco dejaremos perder oportunidades: en los momentos de retiros, convivencias, clases de religión… Evitar el no hacerlo porque “lo haremos en otro momento”, “no están preparados”, “vamos poco a poco”, pero nunca aterrizamos…
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