Ganas de abandonar. Eso es lo que siento yo muchas veces cuando el cansancio del camino y la incomprensión de algunas personas, me llenan el corazón de desesperanza. Es lo que siento cuando no veo llegar frutos en mi trabajo. Es lo que siento cuando creo que no se valora lo que hago. Es lo que siento cuando me rebelo ante la lentitud con la que se afrontan ciertos cambios. Es lo que siento cuando el silencio de Dios es denso y la niebla no acaba de despejar. Resumiendo: soy tentado a dejar de ser lo que soy, a dejar de hacer aquello para lo que se me ha llamado. Más o menos, lo que cuenta el evangelista Lucas en la Palabra de hoy: Lc [4, 1-13].
¿Qué es eso de Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto? ¿Tienen que ver estos cuarenta días de Jesús con los cuarenta años que pasó Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida? ¿Qué se le perdió a Jesús en el desierto? ¿Y qué pinta el Mal tentando al Hijo de Dios? ¿Tiene esto algo que ver contigo, con tu vida? Tres ideas:
- «Ir y ser llevado»– Muchas veces he tenido la experiencia, y seguro que tú también, de estar en el lugar exacto, en el momento justo. Muchos le llaman casualidad y otros hablan del destino. Yo soy de los que creen que, aún siendo completamente libre, Dios, a través del Espíritu, también, de vez en cuando, me empuja, me lleva, me habla, me toca. ¿Cuál es el mérito aquí? No oponer resistencia. ¿Quiero esto decir que debes dejar todo a la buena de Dios, que no debes tomar decisiones ni esforzarte por nada? ¡Dios dirá! No, no, no se trata de eso. Se trata de que vivas y tomes tus decisiones, y hagas tus opciones en los estudios, el trabajo, con las amistades, la pareja, la familia… pero que, a la vez, seas consciente de que es maravilloso saber que tu vida, en definitiva, está en manos de Dios y que Él te lleva. ¿Te da esto miedo? ¿Miedo a qué? Dios no te va a llevar allí donde seas menos. Dios siempre te va a llevar allí donde tu corazón encuentre paz y plenitud de la buena. Así que ya sabes… en tu oración diaria no sobra un breve, pero certero: «Señor, aquí estoy. Llévame donde tú quieras.«
- «El Mal»– Yo creo en el Mal, creo en el demonio. Para muchas personas esto es un cuento chino pero yo, siguiendo la tradición de la Iglesia, fundada en la Palabra de Dios, creo que el demonio existe y que su empeño fundamental es apartarnos del Reino que Jesús vino a ofrecernos. Al demonio le va bien cuando a Dios le va mal. Al demonio le va mal cuanto más cerca te encuentres de Dios. Así que tienes que estar ojo avizor pero no tener miedo: si lo estás haciendo bien, si estás luchando por ser buena persona, si tus decisiones tienen a Dios en medio, si apuestas por el amor… el Mal vendrá a tocarte las narices. Llegarán las dudas, el miedo, la enfermedad, las circunstancias adversas, la soledad, las pasiones… te buscará allí donde sabe que eres débil y, posiblemente, aparecerá disfrazado de «argumento razonable», de «sensatez mundana», de «plan atrayente». Si el demonio generara rechazo, todos lo rechazaríamos. ¿Qué tiene, entonces, que nos cautiva? ¿Qué hace entonces, que nos engaña? Lo mejor, aún así, es saber que el Bien, que Dios, tiene al demonio sometido, vencido. Así que la victoria final está asegurada. Pero cuidado… no te estropee demasiado mientras…
- «La tentación»– Mis tentaciones más fuertes siempre han aparecido en los tiempos de grandes decisiones: antes de casarme, en los años difíciles de la crianza de los hijos, antes de irme a vivir a Madrid, en el momento de entrar en la Fraternidad escolapia, en los años primeros de nuestra vida comunitaria en Salamanca… La vida está llena de tentaciones, de pequeñas tentaciones. Pero también, en los momentos clave, de grandes tentaciones: la tentación de dejar de ser quién eres, la tentación de pensar que no vas a ser capaz de tomar tu vida entre tus manos, la tentación de echarte las culpas y regodearte en todo lo que haces mal, la tentación de desfallecer ante los objetivos no alcanzados, la tentación de abandonar el camino elegido cuando llegan las dificultades, la tentación de dejar a Dios de lado por una vida placentera, la tentación de manipular a Dios para que se pliegue a mis deseos… ¡Grandes tentaciones! La tentación de que te olvides de quién eres: Hijo de Dios, Hija de Dios. Eso es lo más grande. No lo olvides. Toda misión trae sus tentaciones. Toda misión trae su desierto. Toda misión requiere de su silencio.
Allí donde la tentación se te haga patente, allí donde te flaqueen las fuerzas y estés a punto de perder la partida… allí es también lugar privilegiado de encuentro con un Dios que está siempre contigo, que no te deja, que no te abandona, que te sostiene, que te da fuerzas para seguir… Así que, sin miedo, adelante. Afronta lo que venga, desiertos, praderas, huertos y mareas. Si tu corazón está con Dios, el Mal nunca prevalecerá.
Un abrazo fraterno
Santi Casanova
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»
Jesús le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo.»
Jesús le contestó: «Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras».
Jesús le contestó: Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios».
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
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