EUPHORIA POR VIVIR – Peio Sánchez

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EUPHORIA POR VIVIR

Peio Sánchez

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Euphoria es una serie de éxito multipremiada sobre la adolescencia, aunque clasificada para mayores de 18 años. Filmada con crudeza, trata asuntos complejos en este período como los problemas emocionales, la sexualidad o las adicciones. Con un guion de tono existencialista y un estilo formal marcado por la iluminación, el color, y las sombras, viene acompañada por una banda sonora sobresaliente que busca la afectación emotiva. Ha suscitado críticas de diferentes asociaciones de padres por promover «contenido gráfico para adultos» cuando está destinada a adolescentes.

Viene acompañada por una banda sonora sobresaliente que busca la afectación emotiva.

El director y actor Sam Levinson al que conocimos en Another happy day (2011) y Nación salvaje (2018) es el creador de esta serie que fue estrenada en HBO y de la que se han realizado 18 episodios en dos temporadas con dos especiales. Aún están pendientes algunos de la segunda temporada en el año 2022 y ya está anunciada la tercera. Con un marcado estilo propio, confiesa inspiraciones de grandes del cine como Ingmar Bergman, Paul Thomas Anderson o el mismísimo Karl Theodor Dreyer. El cuidado estético de su trabajo se puede apreciar en la influencia de temas pictóricos como los ambientes del neoyorquino Edward Hopper (1882-1967), pintor de soledades con la marca de la melancolía, la vulnerabilidad, el anhelo y la inquietud.

Vamos a analizar el episodio de Navidad del 2020 titulado «Las rayadas no son eternas». Se grabó en tiempo de pandemia estricta, lo que exigió las condiciones de una representación teatral. El esquema parte de un prólogo donde aparecen las protagonistas felices, pero tras la crisis y separación de Jules, Rue tiene una recaída en la droga. El episodio de 55 minutos se desarrolla en una cafetería en Nochebuena y Rue dialoga con Alí, su padrino-acompañante en el proceso de rehabilitación de la dependencia. En este diálogo solo hay dos interrupciones: una salida de Alí para hablar por teléfono, mientras Rue escucha música en sus cascos, y el diálogo con la camarera. Todo concluye cuando Alí lleva a Rue en su coche ya en el día de Navidad.

Se trata de un encuentro genial en guion e interpretación sobre el sentido de la vida.

Se trata de un encuentro genial en guion e interpretación (Zendaya y Colman Domingo, magníficos) sobre el sentido de la vida. Comienza con la mentira de Rue: todo va bien. Pero ante el padrino, que se las sabe todas, termina por confesar la verdad: «Si no me he suicidado aún es gracias a las drogas». La paradoja de la adicción; mata y no termina de matar. Alí procura hacerle un contraste: «No eres una drogata por ser un despojo, sino que eres un despojo por ser una drogadicta». No eres basura, pero estás en dificultades y necesitas ayuda.

Entonces Alí le cuenta su historia. De cómo el joven Martin se transformó en drogadicto, después su abstinencia y superación durante 12 años y cómo volvió a recaer durante un año y medio muy duro. Tras la segunda caída, su conversión al islam y su paso a llamarse Alí, son siete años limpio que le hacen «ex», pero nunca del todo. Como respuesta a la confidencia de su acompañante, sigue desgranándose la confesión de Rue: «Alí, yo no creo en Dios». Muestra su decepción de todo lo religioso, «que si Dios es el que cuida de nuestras vidas, que si Dios nos ha dado una misión, que si murió por un buen motivo». Ella sabe a fondo lo que es sentirse abandonada, dejada de la mano de Dios. Tras su decepción solo queda una explicación mucho más simple, solo hay azar. «Murió porque murió y punto (alusión a Jesús de Nazaret). Por el mismo puto motivo por el cual yo nací con los cables cruzados (trastornos emocionales). Es suerte joder». Es un destino implacable, trágico.

Entonces Alí le comunica su experiencia de conversión interior. «Una verdadera revolución es en el fondo espiritual. Es algo que derrumba, que aniquila por completo tus prioridades, tus creencias, tu estilo de vida y reconstruye con la intención de… (silencio). Debes crear un nuevo Dios. O varios o lo que puedas. Es imprescindible creer en algo superior a ti. Y eso no puede ser el mar, ni tu canción favorita, no puede ser un movimiento, ni personas, ni palabras. Tienes que creer en la poesía porque todo lo demás te acabará fallando». Llega el momento culminante del anuncio. La invita a recuperar a Dios en su vida, recobrar la poesía.

Llega el momento culminante del anuncio. La invita a recuperar a Dios en su vida, recobrar la poesía.

En este culmen del diálogo, el guion marca la salida de Alí para hablar con su nieto. Aunque no se quiere poner su hija, sabe que ella necesita tiempo para volver a aceptarle. Sin embargo, él disfruta el momento donde percibe belleza de la vida. Mientras Rue escucha Me in 20 Years, de Moses Sumney, cuando el cantante se pregunta que será de él dentro de 20 años cuando queda la nostalgia por la ausencia del otro y del tiempo perdido. «¿Cómo voy a dormir en la noche con una cavidad a mi lado?».

La canción ayuda a la caída de una nueva capa de la crisis de Rue. Se descubre en una historia de abandonos: su padre y ahora su pareja-amiga Jules. «Tú no sabes lo que me hizo. Me engañó». La soledad como rupturas pasivas y no queridas. «No pensaba que fuera a irse. A lo largo de mi vida mucha gente me ha prometido de todo». La ausencia del otro parece consecuencia de la propia minusvalía. La herida del amor sangrando. «Todo el mundo miente». Ella se dice, me abandonan porque me lo merezco.

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La entrada en conversación de la camarera resulta un nuevo apoyo para Rue. También ella cuenta su vieja y superada historia de adicción. «No todo lo que te sienta bien siempre te viene bien. Los problemas no duran para siempre, es cierto si de verdad quieres cambiar. Pero depende de ti».

Este aviso le da coraje para dejar caer un nuevo velo en el descubrimiento sus heridas. Reconocerlas es parte de la curación. Decirlas es comenzar a salir. Tiene conciencia de ser imperdonable. «No soy más que un despojo». Recuerda el episodio en que amenaza y pega a su madre. «Soy violenta con alguien al que quiero. El castigo que merezco es que no tengo perdón». El principal desprecio es el de uno mismo.

Por fin Rue toca fondo en su confesión. «No tengo pensado durar mucho tiempo. El mundo es una puta mierda. La rabia, toda esa rabia». ¿Vale la pena seguir viviendo? Aquí ya está la verdad desnuda, su vida en fragilidad, su psicología en quiebra.

Nuevamente el ángel de Alí viene a sostenerle. El perdón es la clave del cambio. No es nada fácil perdonarse. «Yo tengo fe en ti. ¿Por qué?  No lo sé, pero la tengo». Alí, el creyente, cree en Rue más allá de lo que ella misma está dispuesta a apostar. Su propia herida de antiguo drogadicto y de padre ausente ahora se ha convertido en capacidad de amar. Ama a Rue como si fuera su hija que todavía se resiste a hablarle. Ama porque también se ha sentido salvado y ahora puede ayudar a sanar desde su propia herida en proceso de curación. Y Rue únicamente se deja acompañar. Alguien, por ahora, no le ha abandonado. El hecho de subir al coche es confiarse y dejarse ayudar para atravesar la noche. Huérfana acompañada.

Ama porque también se ha sentido salvado y ahora puede ayudar a sanar.

La conclusión en el Ave Maria —Schubert interpretado por Labrinth— es una significativa clave interpretativa. Salen del café, tras la conversación íntima, a la calle en un día lluvioso, como la vida misma con noche y llanto. Es Navidad, fiesta de la Encarnación. Montan al coche, Alí conduce y cuando enciende los faros comienza el canto. La cámara va acortando los planos: general, medio, primer plano. Se centra en Rue. Intenta dormir, pero sus ojos siguen abiertos. La cámara se va acercando, el plano se desenfoca y antes de fundirse a negro cuatro destellos de luz azulada contrastan la oscuridad del rostro en la noche. El símbolo del Ave Maria: una canción de cuna para dormir, un canto a la confianza y esperanza en Dios, un modelo de acogida a Dios. En tiempos de penumbra, en la dificultad de seguir viendo. La música entra extradiegética como una intervención sobrenatural. La vida se sigue jugando cada día, pero hay una paz que es posible recobrar desde las mismas heridas.

La vida se sigue jugando cada día, pero hay una paz que es posible recobrar desde las mismas heridas.

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