Resulta muy enriquecedor plantear a los jóvenes -y vivir con ellos- una contemplación profunda del misterio (regalo) que encierra el sacramento de la Eucaristía.
En los textos de San Pablo resuena con especial colorido la expresión «el cuerpo del Señor», referido insistentemente a la comunidad cristiana, cuando se vive como verdadero cuerpo unido a la Cabeza que es Cristo.
También el Evangelio de Juan da un giro sorpresivo al cambiar el relato de la cena por el gesto de servicio comunitario de Jesús en el lavatorio de los pies; planteando que el sentido de la Eucaristía se vuelca sobre las repercusiones que tiene comer el cuerpo y beber la sangre: comunión de servicio a los hermanos.
La Eucaristía es comunidad porque la presencia de Jesús se hace palpable donde hay dos o más reunidos en su nombre.
La Eucaristía construye comunidad porque la presencia sacramental de Jesús cobra vida al manifestarse en la cotidianidad de los hermanos.
La Eucaristía impulsa a la comunidad, porque «comer su cuerpo» es compartir la misión de Jesús de amar hasta el extremo.
Contemplemos en esta fiesta cómo Jesús entrega su vida a cada uno, haciéndonos unidad de hermanos, e impulsándonos a entregar juntos nuestra vida a otros.