Segundo domingo de Cuaresma (A)
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándolos les dijo: “Levantaos, no temáis”. Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”.
(Mt 17, 1-9)
Reflexión:
Tenemos un grado de satisfacción diferente cuando conseguimos algo con nuestro esfuerzo y trabajo que cuando nos lo dan todo hecho. En el primer caso, lo apreciamos mucho más. En nuestra vida existe como una balanza: en un platillo está el trabajo y el esfuerzo, y, en el otro, la felicidad y la satisfacción.
Si desequilibramos la balanza solo a favor del platillo del trabajo y el esfuerzo, y no ponemos nada en el de la felicidad y la satisfacción, el resultado es una persona insatisfecha, siempre descontenta y quejosa.
Si, por el contrario, todo el peso lo ponemos en conseguir lo que nos satisface en este momento, rehuyendo el esfuerzo necesario para conseguir una meta, viene el vacío que lleva a la insatisfacción y a la infelicidad.
Esos dos platillos de la balanza aparecen en el evangelio. En la Transfiguración, escuchamos a Pedro decir entusiasmado: ¡Qué bien se está aquí! Esta transfiguración se produce después del anuncio de Jesús de su pasión y muerte. Les había dicho a sus discípulos que tomasen la cruz para seguirle pero también que esperasen su vuelta gloriosa.
Este episodio forma parte de la pedagogía de Jesús: mostrar que el sacrificio, el esfuerzo, el trabajo y las renuncias no son por nada sino para llegar a la vida, para poder llegar a decir: ¡Qué bien se está aquí! También el camino difícil de la cruz necesita de la esperanza, de la motivación que anima. Al educar, no solo hay que exigir sino también motivar positivamente.
Ver la vida solo desde el punto de vista del sufrimiento, sin espacio para la alegría, es recorrer el camino difícil sin meta; por tanto, caer en la amargura.
También existe el peligro contrario: Pedro se siente tan bien, gozando de la presencia de Jesús y de su conversación con Moisés y Elías, que quiere quedarse allí en lugar de volver a la lucha de cada día. Es uno de esos momentos que decimos que no tendrían que acabar nunca.
Pero Jesús llama a levantarse y continuar el esfuerzo de cada día sin temor. Se puede arruinar la propia vida, las relaciones conyugales y familiares, el trabajo y muchas cosas si solo se acepta lo que agrada y se rechaza lo que requiere trabajo, camino laborioso. Hay que conjugar el ¡Qué hermoso es estar aquí! con el Levantaos, no temáis.