ESCORPIÓN – Joseph Perich

Joseph Perich

Un maestro oriental vio cómo un escorpión se estaba ahogando, y decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el escorpión lo picó.  Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose.  El maestro intentó sacarlo otra vez y otra vez el alacrán lo picó.

Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo:

Perdone maestro, ¡pero usted es terco!  ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua el escorpión lo picará?

El maestro respondió:

-La naturaleza del escorpión es picar, él no va a cambiar su naturaleza y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar y servir

Y entonces ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida.

Reflexión:

María Sastre, una mujer de 75 años y sin familia, tenía por techo una choza en las afueras de Gerona, a pocos metros del cementerio municipal. Sin agua ni luz subsistía pobremente con una pensión no contributiva. Era bien conocida por la ciudad porque recogía con su pequeño carro muchos desechos del mercado que ella aprovechaba. Los batacazos y la dureza de la vida no le habían robado su generosa sonrisa de niña. Una mañana, de regreso a casa, se encontró con un hombre caído y aparentemente muerto en medio del camino. Ella, asustada, dejó el carro y corrió a buscar ayuda. Encontró a un joven a quien informó. Los dos fueron corriendo hacia el accidentado. A María le entró un gran temblor de piernas cuando se dio cuenta, impotente, que el joven se agachaba para coger el reloj y la cartera de aquel hombre y huir montaña abajo.

María me explicó que no podía entender que un joven «normal» se aprovechara de un indefenso. Ella continuó, sin embargo, más que nunca, regalando su sonrisa por las calles de la ciudad. Ella, por más indigente y analfabeta que fuera, tenía claro que su naturaleza era ayudar y servir, por más ladrones «sabios» y «listillos» que se encontrara en el camino.

Más de una vez habremos experimentado algo parecido. ¿Quieres ayudar o hacer un favor a alguien y sales «escaldado». La tentación es evidente: tiendes a replegarte sobre ti mismo y que «el mundo siga girando». Este camino lleva al precipicio. Lo que Dios ha grabado en nuestro corazón para que seamos más felices es, amar sin dejar parada la mano, dando gratuitamente. En todo caso «poner la otra mejilla» para decirle a nuestro verdugo:

  • Que nuestra dignidad no disminuirá por su astuta y malévola prepotencia.
  • Que confío que tras su injusticia brote la dignidad de hijo de Dios, que tanto bien oculta.

Esto no quiere decir que vayamos por la vida de ingenuos, debemos aprender de cada contratiempo para poder seguir amando más inteligentemente, con todas las precauciones que sean necesarias.