ES TIEMPO DE ACOMPAÑAR PERSONAS Y PROCESOS – Óscar Alonso

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ES TIEMPO DE ACOMPAÑAR PERSONAS Y PROCESOS

Óscar Alonso

oscar.alonso@colegiosfec.com

DEL ENCASILLAMIENTO EN UNAS SIGLAS A LA LIBERTAD DE SER LO QUE SE ES

Resulta complejo, muy complejo, estar al día de las novedades legislativas referentes a casi todo, pero de manera particular, en todo lo referente al ser de las personas. Por otro lado, estamos bombardeados día y noche, aunque uno no quiera o intente evitarlo, por un sinfín de ideologías, propuestas impuestas, opiniones y modos de pensar con vocación conquistadora. Además, los tertulianos y colaboradores televisivos (fundamentalmente, aunque no solo) se nos aparecen como expertos en todo: lo mismo saben de maniobras para desencallar un megabuque mercante atrapado en el Canal de Suez, que conocen todo sobre epidemiología, que saben de vulcanología, que aconsejan sobre vida sexual, orientación sexual y colectivos, sobre lo que uno puede ser si quiere o sobre lo que hay que sentir y probar en cada momento de la vida.

Este caos vital en el que nos encontramos no ayuda, ni mucho ni poco, a asentar las bases de cómo leer los signos de los tiempos y de cómo debemos acoger, trabajar, ayudar y acompañar a las personas. A todas las personas. Y en esta situación nos encontramos de frente con la atención pastoral a las personas que «se sitúan» dentro del denominado colectivo LGTBIQ y también frente a todas aquellas personas con orientación homosexual u otras identidades que no se sienten representadas, en parte o en todo, por dicho colectivo.

Y, como todos los temas relacionados con la persona y, concretamente, con su dimensión afectivo-sexual, generan mucho ruido y a veces el estruendo no deja ver, apoyar y acompañar a cada uno de manera personalizada. Generalizar es fácil, lo difícil es sentarse con cada persona y escuchar lo que siente, lo que sufre, lo que goza, lo que sueña, lo que le impide o no ser lo que es y anunciarle la Buena Noticia de que Dios le ama con locura y sin condiciones.

Y creo sinceramente que de eso va la atención pastoral a las personas, por supuesto también a las que pertenecen al colectivo LGTBIQ o a todas aquellas con orientación homosexual u otras identidades que no se sienten ahí representadas.

Pero antes de dedicar unas líneas a hablar de la importancia del acompañamiento, me gustaría dejar por escrito algunos previos, para mí determinantes, cuando hablamos de estos temas, en este contexto tan permisivo y aglutinador, como sectario y etiquetador. Es por eso por lo que me gustaría decir que:

  • No todo vale. No somos mejores ni más humanos (ni más cristianos) por decir a todo que sí sin más, simplemente porque al otro lado haya alguien que necesite escuchar lo que quiere escuchar. Y no todo es aceptable como bueno y normal porque exista o interese que exista.
  • La antropología cristiana define claramente a la persona por cinco grandes dimensiones que la constituyen intrínsecamente: dimensión física-biológica-corporal, dimensión racional-intelectual, dimensión emocional-afectiva, dimensión social-relacional y dimensión espiritual-trascendente. El ser humano es todo esto a la vez y sin alguna de estas dimensiones queda incompleto. La persona es un todo superior a la suma de sus dimensiones, pero no es posible si en ella no se dan cita todas las dimensiones constitutivas.
  • Las afirmaciones del tipo «para que uno sea aquello que quiera ser» en referencia a los atributos biológicos, a la identidad de género, a la orientación sexual y a la expresión de género solo llevan a la confusión, al simplismo y a poner en el mismo plano cuestiones que no lo son. Necesitamos una formación con algo más de fundamento y unos comunicadores en los que el conocimiento de la verdad sea algo previo al de expresar lo que sea cuando sea.
  • Es Importante respetar la libertad de todos. Es igual de importante no olvidar la responsabilidad de todos. Y es fundamental que cada uno asuma las consecuencias de lo que piensa, expresa, jalea, reivindica o promueve. La libertad y la responsabilidad son necesarias más que nunca a la hora de abordar todos los temas relacionados con la persona, su constitución, su identidad, su orientación y su expresión de género.
  • La misión de la Iglesia es congregar a los cristianos y anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios a todos. Sin distinción. Sin caer en «los nuestros y los otros», «en los que cumplen y en los que no», «en los que piensan como yo o los que están en las antípodas de mi modo de pensar», «en los liberales y en los conservadores». A todos significa a todos, independientemente de su condición, identidad u orientación sexual. Y, por supuesto, teniendo en cuenta qué necesita cada uno para ser feliz y hacer felices a los demás al estilo del Jesús del evangelio.

A raíz de este último previo, me gustaría poder citar aquí dos números del Documento final de la XV asamblea general ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional(27 octubre 2018).En ellos, pertenecientes al capítulo III, bajo el epígrafe Sexualidad: una palabra clara, libre y auténtica, encontramos algunas afirmaciones interesantes para este tema que nos ocupa.

Es verdad que el texto, que consta de 167 puntos, fue aprobado con una mayoría de dos tercios, es decir, con 166 votos de los 268 padres sinodales con derecho a voto, lo cual nos hace entrever la dificultad de dar respuesta a estos temas con una sola voz, con unas orientaciones en las que todo esté contemplado y acogido. No obstante, el documento fue aprobado y dice lo siguiente:

«En el actual contexto cultural, a la Iglesia le resulta difícil transmitir la belleza de la visión cristiana sobre la corporeidad y la sexualidad, tal y como aflora en las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de los últimos Papas. Por tanto, es urgente buscar modalidades más adecuadas que se traduzcan concretamente en la elaboración de nuevos caminos formativos. Es preciso proponer a los jóvenes una antropología de la afectividad y de la sexualidad que valore correctamente la castidad, mostrando con sabiduría pedagógica su significado más auténtico para el crecimiento de la persona, en todos los estados de vida. Se trata de centrarse en la escucha empática, en el acompañamiento y en el discernimiento, en línea con el reciente Magisterio. Para ello es necesario cuidar la formación de los agentes pastorales a fin de que sean creíbles, a partir de la maduración de sus propias dimensiones afectivas y sexuales» (n.º 149).

 

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Hay cuestiones relativas al cuerpo, a la afectividad y a la sexualidad que requieren una elaboración antropológica, teológica y pastoral más profunda, a realizar en las modalidades y niveles más convenientes, desde el local al universal. Entre estas cuestiones están, en particular, la diferencia y la armonía entre identidad masculina y femenina, y la de las inclinaciones sexuales. En este sentido, el Sínodo afirma de nuevo que Dios ama a cada persona, como también lo hace la Iglesia, renovando su compromiso contra toda clase de discriminación y violencia sexual. Igualmente vuelve a destacar la decisiva relevancia antropológica de la diferencia y reciprocidad entre hombre y mujer, y considera restrictivo definir la identidad de las personas únicamente a partir de su «orientación sexual». «En muchas comunidades cristianas ya existen caminos de acompañamiento en la fe de personas homosexuales: el Sínodo recomienda facilitar esos caminos. En ellos se ayuda a las personas a leer su propia historia; a adherirse con libertad y responsabilidad a la propia llamada bautismal; a reconocer el deseo de pertenecer y contribuir a la vida de la comunidad y a discernir las mejores formas para que esto tenga lugar. De este modo se ayuda a cada joven, sin exclusiones, a integrar cada vez más la dimensión sexual en la propia personalidad, creciendo en la calidad de las relaciones y caminando hacia el don de uno mismo» (n.º 150).

Dicho esto, los puntos polémicos con mayores votos negativos fueron los relacionados con las personas con tendencias homosexuales y,de hecho, el Sínodo no incluyó las siglas LGTBIQ que sí aparecieron en el Instrumento Laboris. En los puntos precedentes, el Sínodo mencionó las recomendaciones del magisterio pontificio y de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que mencionan la madurez afectiva y la castidad como caminos recomendados por la Iglesia para la vivencia de la sexualidad en la homosexualidad.

​Siendo esto así, ¿qué podemos hacer pastoralmente con las personas no heterosexuales en nuestras pastorales y comunidades? Confieso que solo escribir la pregunta le da a uno un poco de vértigo. Y la verdad es que en las comunidades cristianas la acogida, la relación, la inclusión y la normalidad son las notas predominantes. Y creo que la piedra de toque es acompañar personas y procesos. A todas las personas y a todos los procesos vitales que les constituyen.

En la pastoral juvenil especialmente debemos tener buenos acompañantes, con formación adecuada, con bagaje en el caminar junto a los jóvenes y sus vidas, con una vida espiritual rica y cuidada, con herramientas para poder ayudar a los jóvenes a descubrirse, a discernir qué quiere el Señor de ellos y qué lugar en el mundo desean y pueden ocupar.

Acompañar debe ser uno de los rasgos fundamentales y más valiosos de nuestras comunidades cristianas y de sus grupos juveniles. Y acompañar no es una apuesta evangelizadora pensada para reconquistar, convencer o convertir a nadie a nada. Acompañar es apoyar, escuchar, sugerir, fundamentar, discernir, proveer de experiencias de fe perdurables, estar atento al Espíritu, ayudar a que los jóvenes se sepan y gusten internamente el saberse habitados por el Señor. Y hacerlo sin molestar.

Y en ese acompañar sin molestar poner toda la vida ante la presencia del Señor y dejarnos hacer por él. Y caminar en verdad. Evangelizar no es convencer a nadie de nada sino proveerle de una Buena Nueva que sea el principal motivo de su razón de ser y de su felicidad, que transforme su vida completamente y que desde ahí se comprometa, dentro de la Iglesia y como parte de ella, a anunciar a otros el Evangelio de la alegría y la alegría del Evangelio.

Necesitamos buenos acompañantes. Necesitamos buenos agentes de pastoral juvenil acompañados, porque en el acompañar personas y procesos nos jugamos todo. De ese modo pasaremos del encasillamiento en unas siglas a la libertad de ser sin excluir, sin juzgar y sin dejar de anunciar los rasgos de la antropología cristiana y el modelo de persona en el que creemos.

Y para todo ello necesitamos acompañantes al estilo de Jesús: cercanos, discretos, que miren a los ojos, que su mirada sea la de la misericordia posibilitante, que inviten a discernir, es decir, que cuenten con el Espíritu como principal fuerza, que se mantengan atentos y disponibles, que lejos de emitir juicios sean expertos en la escucha y en la inclusión, que sean mujeres y hombres pertenecientes a la comunidad, una comunidad que respalda, que tiene las puertas abiertas, que ora por todos, que celebra la vida y la fe, una comunidad en la que es posible encontrar y encontrarse personalmente con el Señor Jesús. Acompañantes que sanen, que muestren el rostro del Dios de Jesús, que conozcan la Palabra e inviten a conocerla y a contrastar la propia vida y las propias opciones y acciones con ella. Acompañantes que conocen la verdad y esa verdad les hace libres. Acompañantes de personas y procesos. Acompañantes que ayuden a los acompañados a ser lo que son. Acompañantes.

TEXTO DESTACADO

La misión de la Iglesia es congregar a los cristianos y anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios a todos. Sin distinción.

La piedra de toque es acompañar personas y procesos.

Acompañar debe ser uno de los rasgos fundamentales y más valiosos de nuestras comunidades cristianas y de sus grupos juveniles.

Acompañantes que ayuden a los acompañados a ser lo que son.

 

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