Josep Perich
Erase un ermitaño anciano que vivía retirado del “mundanal ruido” para poderse dedicar plenamente a la búsqueda de Dios y a la plegaria. En repetidas ocasiones se quejaba de tener demasiado trabajo. Alguien le preguntó cómo podía ser que en la soledad tuviera tanto trabajo. Obtuvo una respuesta un tanto desconcertante:
-Debo domesticar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener a raya a dos conejos, vigilar a una serpiente, cargar a un asno y someter a un león. ¿Consideras que es poco?
Sin embargo, al no observarse animal alguno cerca del ermitaño, le dijeron:
-¿Dónde están todos estos animales?
Entonces el ermitaño dio la siguiente respuesta, que todos comprendieron, ya que se trata de unos “animales” que todas las personas tenemos.
-Los dos halcones se lanzan sobre todo lo que ven, bueno y malo. Les debo enseñar a lanzarse tan solo sobre una presa buena. Son mis ojos.
-Las dos águilas, con sus garras hieren y destrozan. Las debo entrenar para que sean serviciales y ayuden sin herir. Son mis manos.
-Los conejos quieren ir donde les dé la gana, huyen de los demás y se esconden en los momentos difíciles. Les debo enseñar a mantenerse quietos, a no huir. Son mis pies.
-La más difícil de vigilar es la serpiente, a pesar de tenerla encerrada con un fuerte candado. Siempre está a punto para morder y envenenarlo todo. Si no la vigilo de cerca, es un peligro. Es mi lengua.
-El asno es muy tozudo y no quiere hacer lo que le toca. Dice que ya está harto de ir cargado todo el día. Es mi cuerpo.
-También debo domesticar al león, que siempre quiere ser el rey. Siempre quiere ser el primero, es vanidoso y orgulloso. Es mi corazón.
Reflexión:
El «espejo» y la «báscula» del cuarto de baño deben ser los dos objetos del hogar más largamente y privadamente solicitados por muchas personas. Que si me ha salido una maléfica arruga, que si se me ha caído algún cabello, que si me ha aparecido un «michelín», que si me sobran 150 gramos…
Siempre recordaré una pareja de prometidos con los que preparaba la boda. Fruto de un accidente doméstico, la chica tenía un rostro bastante desfigurado. El chico me dijo: «Ya sé que para mucha gente mi novia es fea. Pero le puedo asegurar que para mí es la chica más bonita del mundo». Este chico era capaz de mirar a las personas con los ojos del corazón, de valorar intuitivamente la belleza, o no, de las personas más allá de la epidermis. Por este camino ¡cuánto dinero ahorraríamos en productos de belleza!… Y sobre todo ¡cuántos complejos evitaríamos!
¡Manos a la obra! se trata de «pasar el cepillo», tal vez, a nuestra «larga lengua» o a nuestra agresividad y aprender a escuchar más. Se trata de afinar nuestra sensibilidad para acoger a las personas tal como son y no como quisiéramos que fueran. Se trata de «calcificar» nuestro esqueleto interno con vivencia espiritual y así mantenernos firmes ante las embestidas o presiones de un ambiente deshumanizado…
Todos tenemos alguna discapacidad pero las peores son las del espíritu. Por eso es importante poner oído a maestros espirituales como San Ignacio de Loyola, que nos descolocan con sus sentencias como esta: «Cuidado, no pretendas ser tan humilde y obediente, que de esta manera, humillada, no caigas en la idiotez ».
Yendo por estos caminos, incluso quizás alguna telaraña encontraríamos en el «espejo» o la «báscula» de casa. Nadie es responsable de la cara que tiene pero sí de la cara que pone. ¡Nadie podrá hacer que te sientas inferior sin tu consentimiento!
«El atleta se abstiene de muchas cosas, y todo por ganarse una corona que se marchita, mientras que nosotros tenemos que ganar una que nunca se marchitará». (1Cor 9, 25)