ERES CONTEMPLATIVO Y NO TE HABÍAS DADO CUENTA – Inmaculada Luque

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Inmaculada Luque

Monasterio de la Conversión

hna.inmaculada@monasteriodelaconversion.com

Tenía unos doce años cuando vi a aquel hombre. Estábamos de vacaciones en el norte y fuimos a visitar un monasterio románico. El plan era hacer una ruta turística, así que allí estaba yo con mi familia, la guía que nos hacía fijarnos en los capiteles y otros que se añadieron en la visita estival de las cuatro de la tarde. Y mientras miraba las piedras, las fuentes, los cipreses, mientras probaba a sacar fotos interesantes con mi hermano, se cruzó él. Un monje, vestido de negro y con su capucha cubriéndole la cabeza, transitó por el fondo de mi foto. Salió por una puerta, recorrió una parte del claustro, abrió con llave otra puerta y desapareció. Fugaz y supongo que, para la mayoría, tan poco significativo; fue como pasar una página de un libro, me dejó su palabra antes de irse. O sea, que había monjes. En realidad, el discurso lógico no es tan inmediato pero lo que a mí me resultó evidente, en un solo golpe de luz, no fue que hubiera monjes, sino que había Dios. No que hubiera hombres que hubieran hecho esa opción, sino que había Uno que atrapaba la vida entera. Flash, la foto estaba hecha. Y seguimos hacia Oviedo.

El asunto va más allá de que yo tuviera vocación consagrada o de que este señor fuera un monje cristiano. Y a los hechos me remito: años después, aún lejos de entrar en un monasterio, en mis años de universidad, un día que salía de la facultad y fui a la cafetería de enfrente a tomar algo, volví a cruzarme con un monje. Pero esta vez era budista, con su indumentaria roja y amarilla, sandalias de dedillo y cabeza rapada. La gente se daba la vuelta para mirarle. Al fin y al cabo, un monje budista por Granda tenía su punto exótico. El mensaje para mí fue el mismo. Mientras cruzamos, mientras estudiamos o tomamos café con amigos, mientras hacemos o deshacemos en el segundero hipnotizador de la cotidianedad, un horizonte más grande se abre paso con una fuerza luminosa dispuesta tantas veces a desestabilizar nuestros pies y a ensanchar nuestra mirada. ¿Es que esto a ti no te ha pasado alguna vez, que en medio de un día normal aparece una idea, una ráfaga de luz, como el recuerdo, a modo de nostalgia, de una vida más verdadera?

La necesidad de un sentido más grande para nuestra propia vida, de un amor que pueda llenarlo todo, hasta desbordarlo, existe, por más que a veces lo apaguemos, por más que a veces pactemos, decepcionados, con la realidad. Por más que a veces el ruido machacón de las prisas, los quehaceres, las ansiedades parezcan sofocarlo.

«Yo me pongo un podcast hasta para dormir, así cojo el sueño». Es lo que me dijo un chico, Juan, cuando vino aquí a pasar la Pascua. ¿O sea que ni siquiera descansas un minuto al día de ruido, de información? Me agobia el silencio, me dijo.

Los cascos y la música o los podcasts, ver una serie guay cuando estoy en casa, aprovechar los minutos vacíos durante el día para ver algún video de internet, cada vez más cortos, los últimos mensajes de Whatsapp, o gestionar las múltiples ocupaciones que tenemos. Llenar el tiempo de actividades, de quehaceres, de obligaciones o distracciones. Encajar bien la agenda para responder a todo lo que se nos pide, lo que se nos exige, aunque a veces no esté claro quién lo exige ni para qué. Cualquier cosa nos vale para no estar en silencio, para no pararnos, porque entonces, tantas veces, se nos viene una palabra y un vacío que nos come. 

Es que el relato de Juan no es tan distinto al de muchos jóvenes, y no tan jóvenes. Juan se pone un podcast, pero hay quien se fuma una hierbita para no pensar antes de dormir. Y si esta es una opción que les quede lejos a algunos, no nos resultará tan extraño tomarse una pastilla antes de dormir, o media pastilla durante el día para tratar ese poquito de ansiedad, tantas veces difusa. 

Correr, hacer maletas, acumular experiencias, ir a muchos sitios, aprovechar el tiempo. ¿Quién consume a quién? Vivimos maltrechos de tiempo, heridos por una memoria tantas veces no salvada y de la que huimos. Correr hacia delante, huir del instante.

Y, sin embargo, decía, ni las prisas, ni las exigencias, ni el vacío que asome en las rendijas del día apagan el deseo más profundo del corazón. Todos lo sabemos, el corazón no deja de desear, de gritar, de esperar, aunque tantas veces nos equivoquemos en el modo y la manera de buscar saciarlo. Todos estamos hechos para algo más grande que el metro cuadrado de nuestra existencia, el corazón lo sabe y cuando lo ve, lo reconoce. Como me pasó a mí con estos dos monjes. Como me pasó tantas veces antes de poder reconocerme, sencillamente, en todas las vueltas de la vida, que estaba ganada para Dios. 

Los monjes, las monjas, nos dicen con su vida claramente esto, que hay Uno que merece la vida, que gana el corazón, que el que es eterno quiere entrar en el tiempo de los hombres, hasta hacerse compañero, y amigo, y hasta esposo de todo hombre y mujer. No se sofoca este deseo. Los monasterios devenidos, así, en oasis de sentido para una muchedumbre que busca. Los monasterios como resistencia ante la prisa, escuela de tiempo. Muchos de los que vienen por casa, al monasterio, a hablar, a rezar, a buscar una luz para aquello que viven, un poco de silencio o de consuelo, o qué sé yo, a entenderse, nos dicen esto. Me gustaría encontrar más a Dios en mi vida, hacerlo presente, descubrirlo entre mis cosas, saber dónde está Él en las cosas que me pasan, en lo que vivo, que su alegría entrara también en los recovecos de mis días, mis afectos, mi memoria. Me gustaría tener esperanza para este mundo que sufre, que lucha y pelea haciendo tantas víctimas que no entran en ningún esquema. ¡Me gustaría saber para qué es mi vida! Me gustaría…, en definitiva, verlo a Él. En el fondo, te decía, eres contemplativo y no te habías dado cuenta. Nuestra suerte, la alegría de nuestra vida, es que es Él el primero que quiere entrar, cruzarse contigo en alguna esquina de tu vida. Nosotros le buscamos, pero en realidad es Él el que tiene sed de ti. Quítate, por un momento, el podcast, las prisas, la pantalla, deja que se cruce.

Nosotros le buscamos, pero en realidad es Él el que tiene sed de ti