ENTREVISTA A RAFAEL LUCIANI – Fundación Edelvives / Rafael Luciani

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ENTREVISTA A RAFAEL LUCIANI

Fundación Edelvives / Rafael Luciani

https://www.fundacionedelvives.org / @rafluciani

Teólogo laico venezolano.Experto de la Comisión Teológica del Secretariado General del Sínodo de los Obispos

¿Cuál es el trasfondo teológico y espiritual del paradigma de la sinodalidad para la Iglesia?

La sinodalidad representa una profundización de la eclesiología del Pueblo de Dios según aparece en el capítulo II de Lumen gentium. Francisco recoge este espíritu y texto del Concilio y señala cómo las relaciones entre los sujetos eclesiales tienen que cambiar y no verse a partir de la jerarquía, sino a partir del Bautismo. A la luz de esta visión se plantea toda una renovación eclesial que supone tanto una conversión personal, como una reforma del modelo institucional actual, ya agotado. Hay personas que consideran a la sinodalidad como un invento del papa.

El año pasado, un mes antes de la inauguración del Sínodo sobre la sinodalidad, el papa habló a la diócesis de Roma y recordó que la sinodalidad no es una moda ni un capítulo de estudio en los cursos de eclesiología, sino lo que define a toda la eclesiología, por lo que debemos hablar de una Iglesia sinodal. Así se expresó: «el tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, no es un eslogan o un nuevo término a usar e instrumentalizar en nuestros encuentros. ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo y su misión. Por tanto, hablamos de una Iglesia sinodal, evitando, así, que consideremos que sea un título entre otros o un modo de pensarla previendo alternativas».

Siempre invito a leer el documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la Sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia. Ahí se explica cómo la sinodalidad «indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros». Podemos sostener que Francisco ha abierto una senda para que la Iglesia se reconfigure en clave sinodal, pero esto supondrá un proceso de conversión y de reformas. Quizás generacional. Pero el proceso ha de iniciarse hoy como signo de una Iglesia que quiere convertirse y crecer por fidelidad al seguimiento de Jesús (Unitatis Redintegratio 4, 6).

¿La reflexión sobre sinodalidad está generando un cambio para el día a día de las comunidades y su proyecto evangelizador y transformador?

La sinodalidad da miedo, incluso a la vida religiosa y a los presbíteros, y no sOlo a los obispos, porque nos invita a repensar los modos de ejercicio del poder en la Iglesia. Muchos dicen que la sinodalidad les quitará el poder. Una expresión terrible de decir. Por ello, creo que estamos viviendo un momento de grandes desafíos y necesitamos de la parresia, porque hay mucha resistencia pasiva o indiferencia, y no sOlo crítica pública que es la que más vemos.

Pero también es un momento de grandes retos porque nos toca revisar «cómo estamos caminando juntos en la Iglesia y con la sociedad». Es decir, evaluar el modo como realizamos la misión de la Iglesia hoy en medio de los cambios epocales y eclesiales que estamos viviendo. Si leemos el Documento Preparatorio del Sínodo sobre la sinodalidad en sus números 28 y 29 nos explica, con claridad, que la expresión caminar juntos nos invita a discernir «las relaciones entre los sujetos eclesiales y las estructuras en las que viven». Pero también, a revisar «la relación de la Iglesia con la sociedad actual» y ver de qué modo estamos siendo una Iglesia en salida, discipular y misionera, fiel a la opción de Jesús por los más pobres y excluidos. Esto supone, hoy, una enorme sinceridad para reconocer dónde hemos fallado como Iglesia, lo que debemos cambiar y lo que nos falta por hacer. Y esto solo se logra cuando hay una conciencia clara de la eclesiología que realmente vivimos que, en muchas ocasiones, es piramidal y pre-conciliar, y nos da miedo cambiar. Además, los retos de la evangelización actual pasan por aprender nuevos lenguajes e imaginarios que solo podremos aprender estando con los jóvenes, escuchándolos y tratándolos como auténticos sujetos en la Iglesia que nos tienen mucho que enseñar. Esto es parte fundamental de la conversión pastoral y sinodal que debemos hacer, porque no se trata solo de trabajar con los jóvenes y, menos aún, de sustituirlos. Se trata de aprender de ellos, de elaborar decisiones y planes pastorales con ellos y en cada comunidad eclesial. En fin, que ellos sean creadores y sujetos de sus propios procesos en la vida eclesial y social, y que nosotros podamos aprender del discernimiento que ellos hacen sobre los desafíos actuales que tiene la Iglesia para poder realizar su misión.

¿Cuáles son los principales obstáculos que ha de vencer esta propuesta eclesial en el día a día de la organización eclesial?

Es importante tomar conciencia del momento eclesial que estamos viviendo. Podemos hablar de una Iglesia que vive un proceso de transición y en cualquier transición eclesial siempre ha habido resistencias. Cuando el Concilio Vaticano II culminó, tocó la etapa de la implementación, pero esta la llevaron a cabo personas que habían sido formadas en el esquema preconciliar y eso supuso la necesidad de una conversión. Hubo personas que implementaron el Concilio con mayor velocidad, otras con menor velocidad y otras que se resistían a implementarlo. En cualquier transición sucede eso. Hoy en día estamos en una situación análoga. Vivimos una transición hacia un modelo institucional nuevo, basado en la sinodalidad, y eso supondrá también que haya resistencias.

En este sentido, podemos enunciar muchos síntomas de una Iglesia que viene cargando con el peso de un modelo institucional ya agotado, y que no conecta con la realidad de una gran mayoría de personas en la sociedad en general. Sin embargo, creo que el problema más grave que afecta a todas las personas y a la institución eclesial entera es el clericalismo. Este es la raíz de cualquier mal porque no es una simple actitud que podemos individuar y luego sanar, sino toda una cultural eclesial que hemos heredado de una eclesiología piramidal y desigual, en la que los ministros ordenados se creen superiores al resto de los fieles por el mero hecho de la ordenación. Además, esto se fortalece en los modelos actuales de seminarios, casas de formación y parroquias. El papa Francisco ha señalado esto desde el 2013. Aún más, ha dicho que el clericalismo lleva al abuso de poder a todo nivel y de muchas maneras, desde lo económico hasta lo sexual. El Documento preparatorio del Sínodo sobre sinodalidad lo explica muy bien en el número 6, que recomiendo leer mucho porque si queremos una Iglesia sinodal no podemos dar espacio al clericalismo.

 

 

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Ante esta realidad, el mayor desafío será el de construir un nuevo modelo institucional para que la sinodalidad sea efectiva y no solamente un ideal afectivo. El número 27 del Documento preparatorio nos dice algo muy importante que debemos tomar en cuenta para no defraudar al Pueblo de Dios. Sostiene que, si la sinodalidad «no se encarna en estructuras y procesos, el estilo de la sinodalidad fácilmente decae del plano de las intenciones y de los deseos al de la retórica, mientras los procesos y eventos, si no están animados por un estilo adecuado, resultan una formalidad vacía».

¿Qué actitudes deben cultivarse en nuestras comunidades para hacer real el caminar conjunto entre jóvenes y mayores, y entre laicado y clero?

Una Iglesia que tiene la intención de «caminar juntos» supone un modelo institucional en el que todos y todas tengan la igualdad de derechos que concede el Bautismo. Pero que no sea nominal, sino real. Es decir, que se manifieste en la posibilidad de ejercer el poder de jurisdicción sin estar ligado al poder del orden, o en un modelo de ministerialidad que vaya más allá del orden. Es lo que acaba de suceder con la reforma de la curia que ha realizado Francisco. Gracias a ese paso, las mujeres y cualquier persona no ordenada pueden estar en posiciones de elaboración y toma de decisiones en la Iglesia, lo cual permite una mayor transparencia o accountability en la Iglesia.

En la medida en que se incorporen más laicos, mujeres y hombres, en las posiciones de gobernanza eclesial, habrá más transparencia y profetismo a la hora de rendir cuentas, hacer evaluaciones y toma decisiones en la Iglesia. Pero, especialmente, hay que incorporar a la juventud. Debemos estar conscientes que los grandes cambios de la sociedad actual están viniendo de mano de la juventud y, a veces, parece que la Iglesia se ha quedado paralizada en el tiempo, sin rostros ni actitudes de personas jóvenes que la representen. Esto es un gran desafío porque supone pensar en un modo de proceder en el que quepa la inclusión de la diversidad, la corresponsabilidad en las tareas y servicios, la inter-generacionalidad en la gobernanza, y muchas otras cosas más que pudiéramos mencionar. No es posible que el imaginario que tiene la sociedad de la Iglesia y que se transmite en los medios de comunicación reflejan la realidad de una Iglesia envejecida, cansada, sin rostros jóvenes ni proyectos que entusiasmen. Esto hay que cambiarlo.

Por ello, como sostiene el Concilio, el laicado tiene el derecho de ser escuchado por la jerarquía, de participar en todos los niveles de la vida eclesial y de manifestar su propia opinión. El paso que aún nos falta es que se considere al laicado, y especialmente a los jóvenes, como sujeto en la Iglesia, y no como objetos que se usan cuando hay una crisis eclesial o cuando no hay suficientes religiosos o presbíteros para ocupar ciertos cargos en la Iglesia. El laicado no es una vocación deficitaria, sino necesaria para que las otras vocaciones se complementen y se completen. En el Sínodo se está dando este paso y podemos apreciar una transición inicial de un Sínodo de los obispos a un Sínodo del Pueblo de Dios que se desarrolla en varias fases para incluir a todos y a todas. El rostro de una Iglesia sinodal supone, entonces, una Iglesia más laical, como lo afirmó el papa en Querida Amazonia.

A la luz de todo esto, podemos decir que estamos viviendo un tiempo de conversión y de reformas, a la vez. Hemos de retomar y profundizar el llamado que hiciera el Concilio Vaticano II en Unitatis Redintegratio 4 y 6, y que el papa Francisco recoge en Evangelii Gaudium, a generar procesos de conversión y reformas permanentes. No basta un cambio de mentalidad o una mera actualización de los planes pastorales. Yves Congar, el famoso dominico perito en el Concilio, decía que hace falta algo más que el simple aggiornamento de la Iglesia. Hace falta superar la yuxtaposición, falsamente creada, entre conversión de las mentalidades y reforma de las estructuras. Aquí podemos aprender mucho de la voz y del rol de la juventud en los procesos actuales de transformación de la sociedad.

 

 

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