Entrevista a Mar Galcerán

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Actualmente, y desde el 2015, concentra su actividad laboral como Coordinadora de proyectos del Lloc de la Dona-Hermanas Oblatas, un centro de atención social a mujeres que viven en contextos de prostitución y/o son víctimas de trata.

Anteriormente dedicó prácticamente toda su vida laboral, 25 años, a la docencia universitaria en la Universidad Ramón Llull que compaginó con el trabajo pastoral en la Delegación de Pastoral Universitaria de la diócesis de Barcelona.

¿Cómo se entreteje tu poesía con tus intereses de voluntariado, acción y participación social, con la pedagogía, con la fe?

Hay muchas experiencias en la vida que nos resultan difíciles de expresar, situaciones vividas que nos parecen innombrables. Ante las cuales quedamos anonadados, incapaces casi de formular palabras y ante las cuales solo nos queda un silencio denso. ¿Cómo expresar el intenso dolor ante la muerte de un ser muy querido? ¿O la experiencia del enamoramiento?, ¿o del gozo por haber conseguido un logro difícil?, ¿o lo que podemos experimentar ante la contemplación de una obra de arte que nos captiva? ¿o lo que nos evoca la belleza de la naturaleza? Sencillamente no encontramos palabras ni la forma de hacerlo y tenemos que recurrir, o bien al silencio o bien a alguna formulación simbólica que intente aproximarse a aquello que estamos sintiendo, aun sabiendo que nunca llegará a contener, en su totalidad, la intensidad de la vivencia. El símbolo es la presencia de una ausencia, por eso nos remite siempre a algo que no puede ser expresado en su totalidad. La expresión artística (música, pintura, poesía, etc.) forma parte de ese intento de expresar simbólicamente aquello que no podemos expresar de otra manera, aquello que nos mueve por dentro, que nos arrastra, que nos inunda, que nos quema, y que no sabemos nombrar. La poesía es un recurso más, expresión de un mundo interior que nunca podrá llegar a ser desvelado en su totalidad. Por eso el arte, todo arte, también la poesía, es portador de algo profundamente mayor que la obra en sí.  En mi caso intenta ser la expresión de un misterio interior que me desborda. A veces, en algunos casos, cuando al cabo de un tiempo leo lo que he escrito me resulta extraño que lo haya escrito yo, me cuesta reconocerme en ello porque siento que responde a un don que ha sido dado que no me pertenece, y de ahí también la voluntad de ofrecerlo a los demás.

También la poesía puede ser un instrumento de compromiso, de anuncio o de sensibilización social. Cuando, en mi situación, la fuente principal de inspiración es la propia vida cotidiana, y la Biblia, y esa vida está inmersa entre colectivos de personas que viven en los márgenes de la sociedad, suele convertirse en un mecanismo para poner en valor la grandeza de la fragilidad y vulnerabilidad humana, el misterio de amor que anida en el corazón de todo ser humano, pero también su sufrimiento, su desdicha, su lucha, su esperanza. En definitiva, un instrumento para expresar los núcleos de la condición humana y su existencia.  Se convierte así en una palabra que nos acerca a los demás y a nosotros mismos y nos invita a explorarnos y conocernos mejor.

Hay también, en mi caso, una voluntad pedagógica con lo que escribo. Una voluntad de anunciar y comunicar esa humanidad y ese Misterio a los demás con un lenguaje que pueda ser comprensible, en el que otros se puedan sentir reconocidos, aunque eso no sé si logro conseguirlo.

Por otro lado, creo que el lenguaje poético, más allá del don que uno pueda tener, requiere de un cierto cultivo de la sensibilidad, de esa capacidad de admirarse y conmoverse con todo lo real. Y eso en un mundo que te aleja de la quietud, el silencio y la lentitud abocándote a la dispersión, los estímulos fuertes cambiantes y un ruido permanente no es nada fácil.

¿Dónde se busca el contenido de una nueva poesía?

 RPJ-Crea-MarGalceranMis escritos surgen también muy a menudo de mis espacios de oración, de la lectura orante de la Biblia y la vida misma. Tengo la suerte de trabajar enfrente del puerto de Barcelona y muchos días, antes de empezar la jornada laboral, suelo acercarme a la orilla del mar para ver salir el sol. Ese espectáculo extraordinario de la naturaleza, junto a la lectura de la liturgia de día, me llena de agradecimiento, de paz, de luz y me da fuerzas para asumir las rutinas que luego acontecen, con sus cruces y sus gracias. Pero aun prescindiendo de ese espacio, que no siempre puedo garantizar, siento que mi vida está toda ella acompañada de una Presencia con la que me puedo relacionar en cualquier momento del día y en cualquier situación. Y a veces en esa relación surgen sentimientos o expresiones que toman forma también en algún escrito.

En definitiva, hay en mí una predisposición a la contemplación y a la admiración de lo vivido que me facilitan después intentar expresar simbólicamente todo lo que arde en mi interior, con ese sentimiento de no poder llegar a expresar nunca todo lo que en él habita.

¿Qué recomiendas a los jóvenes, en este año de Sínodo, para crecer en espiritualidad?

En este año del Sínodo recomendaría a los jóvenes dos cosas. La primera practicar el servicio y la solidaridad, ya sea haciendo algún tipo de voluntariado o en la actitud con los compañeros de la universidad, la familia o el trabajo.  Y por otro lado buscar espacios en sus vidas para pararse a escuchar el silencio y contemplar lo que viven, lo que son, lo que hacen, lo que buscan. Buscar momentos de quietud, descanso, recogimiento… que nos ayuden a conectar con ese Misterio que todos llevamos en nuestro interior. Como hemos dicho, no es nada fácil porque parece que todo hoy nos lo ponga en contra, por eso iría bien contemplar algunas recomendaciones:

  • Asignar una duración de tiempo (empezar con 5 minutos e ir aumentando a medida que nos sentimos más cómodos y relajados hasta 1/2 hora, por ejemplo) .
  • Coger el hábito de asignarse también siempre la misma franja horaria cada día.
  • -Buscar un lugar propio, a poder ser siempre el mismo, que se vaya onfigurando como el propio santuario particular. Un lugar en el que nos encontramos a gusto, que nos resulte agradable, que cree una atmósfera que nos invite a la quietud y el silencio.
  • Dedicar un rato a buscar la postura corporal correcta en la que nos sentimos cómodos, la espalda derecha, no rígida, con una actitud activa y relajada.
  • Empezar con la quietud y relajamiento del cuerpo (respiraciones y algunos ejercicios de conciencia corporal) para entrar después en la quietud de la mente y del corazón.
  • Ser sencillos: no tener demandas o expectativas y no evaluar nuestros ratos de meditación y contemplación. Integrarlos con perseverancia en nuestra vida.
  • Puede ayudar cerrar los ojos y repetir una frase breve interior y continuamente que nos evoque la Presencia de Dios o alguno de sus atributos (por ejemplo: «Ven Espíritu Santo» o «Tú eres mi paz», «Tú eres mi calma», o la que cada uno prefiera). Cuando nos distraemos debemos regresar a la frase, suavemente, dejando pasar las distracciones. Repetir la frase con suavidad, lentitud y amor. Se trata de elevar la mente y el corazón a Dios para que sea el mismo Espíritu que ore en nosotros. Esta tradición en concreto viene ya de los primeros monjes cristianos, los Padres y Madres del desierto y en particular de las conferencias de Juan Casiano (eremita del siglo V), fundador de las fraternidades monásticas en Europa Occidental.
  • Posteriormente puedes contemplar un pasaje del Evangelio, una frase de un salmo, o un fragmento de la Biblia y detenerte en lo que más te interpele. Contemplar los sentimientos y emociones que te despiertan, dejar que tu corazón y tu consciencia se movilicen.
  • Permanecer en estado de quietud y recogimiento con los sentimientos que se vayan despertando.

Silencio, calma, contemplación y servicio a los demás son fuentes para una vida espiritual y también para aquellos que se sientan movidos a expresar poéticamente la grandeza y la intensidad de la vida.