Os ofrecemos una entrevista a Carles Such (anterior director de RPJ) que es coautor, junto con José Antonio Pagola, de los libros Grupos jóvenes de Jesús 1 y 2 y que desempaña su ministerio en Perú
Jesús de Nazareth en el centro ¿corre la Iglesia peligro de separarse de la experiencia humana de Jesús, y caer en propuestas de espiritualidades más desencarnadas?
Si te respondiera Pagola te diría que la Iglesia es en la medida que se acerca a Jesús, no existe sin él y, por tanto, es más Iglesia en la medida que vuelve una y otra vez a Jesús. ¿A su experiencia humana? Me nace preguntar, ¿y cómo si no? La única manera que tenemos de relacionarnos es desde la humanidad que somos, decir «ser humano» es acoger la unidad del ser creado a imagen y semejanza de Dios. Una espiritualidad que no se traduzca en experiencia humana (relaciones, sentimientos, deseos, compasión, alegría…) no existe. Intenta desprenderte de tu humanidad y no queda nada: oler, escuchar, gustar, tocar, ver, sentir, en definitiva, es precisamente lo que nos hace humanos cuando los articulamos con nuestra capacidad de pensar y transcendernos. Siempre me ha cautivado ese himno del poeta mexicano Alfonso Junco que aparece en laudes la liturgia de las horas, y dice: «Hombre quisiste hacerme, no desnuda inmaterialidad de pensamiento. Soy una encarnación diminutiva; el arte, resplandor que toma cuerpo: la palabra es la carne de la idea: ¡Encarnación es todo el universo! ¡Y el que puso esta ley en nuestra nada hizo carne su verbo! Así: tangible, humano, fraterno (…) Carne soy, y de carne te quiero. ¡Caridad que viniste a mi indigencia, qué bien sabes hablar en mi dialecto!».
La Palabra de Dios sigue siendo una gran desconocida… ¿recelos racionalistas, miedos, ignorancia?
«Felipes» que acompañen a quien lee sin entender, como al eunuco de Candeces. La Biblia se ha secuestrado para muchos de nuestros niños y jóvenes como un «libro escolar». Acercarse a la Escritura como una experiencia humana de relación es un trabajo pastoral, pero con demasiada frecuencia utilizamos muy poco la Palabra de Dios, más allá del texto que nos viene bien para apoyar el tema que trabajamos. Y la Palabra de Dios requiere el mismo proceso que el del enamoramiento, en ocasiones hay flechazo, pero la mayoría de las veces necesita de contacto, encuentros, relación, conocimiento, intimidad…
Grupos de Jesús con jóvenes… ¿todavía son convocables los jóvenes a grupos?
Bueno, lo interesante es convocar a encontrarse con Jesús, siguiendo la dinámica que él mismo siguió con los apóstoles, «para estar con él y para enviarlos». Los jóvenes tienen una tendencia innata a juntarse, a sentirse cercanos física o virtualmente, y aprovechando este movimiento, hemos de creer que Jesús sigue llamando y que su presencia en los evangelios sigue seduciendo al hombre y mujer de hoy. ¡Y en tantas ocasiones los que dudamos del poder de la Palabra somos nosotros mismos!
Acompañar estos grupos es todo un reto… ¿está la Iglesia en esto?
Sin que nadie nos oiga: la Iglesia está ahora en una borrachera de atención a los jóvenes por motivo del Sínodo, pero no percibo que estructuralmente haya cambio apenas. Y si no cambian las estructuras, con el tiempo las cosas volverán al cauce «de lo que siempre se ha hecho así». No tenemos cultura de acompañamiento en nuestros ambientes eclesiales, seguimos siendo muy directivos y muy propositivos verticalmente. Acompañar jóvenes es costoso, y en muchas ocasiones conlleva la sensación de fracaso, de inutilidad, la sana experiencia penitencial de los números bajos y la sensación de perder el tiempo. Sin la ascesis de los números y las cantidades es muy complicado vivir la pastoral con jóvenes. ¡Cuántas veces he pensado en mi experiencia personal acompañando jóvenes en el regateo de Abraham con Dios para salvar Sodoma! Y sí, también es mi pregunta, ¿está la Iglesia en esto?
El Sínodo es una oportunidad ¿qué frutos esperas?
La Iglesia necesita algo más que un Sínodo para caminar junto a los jóvenes: la formación de los sacerdotes, las opciones pastorales de las parroquias, la formación y acompañamiento de catequistas, la apertura a los jóvenes en los órganos de reflexión y decisión eclesial, y muchos ámbitos más que no se cambian con una reunión en Roma. De hecho, la pregunta que debemos hacer es, ¿qué se ha hecho en mi parroquia, mi colegio, mi diócesis, mi movimiento para preparar el Sínodo? Si la respuesta es pobre, no tenemos por qué esperar grandes cambios, más allá de los titulares que nos deje el papa y el eco de sirenas eclesiales a lo que Francisco dice y hace pero que pocos imitan. Sin duda es una gran oportunidad, pero las oportunidades no siempre se aprovechan. Con confianza te digo, no siento un gran movimiento eclesial en torno a los jóvenes más allá de muchos titulares oportunistas por eventos puntuales. El oportunismo socava la posibilidad de la oportunidad. Es llamativo cómo el papa va animando nuevas iniciativas en torno al Sínodo (encuestas, redes sociales, reunión de marzo…). Algo me dice que él tampoco acaba de ver ese movimiento de conversión que requiere la propuesta de hacer a los jóvenes protagonistas en la Iglesia. Con todo, espero que el Espíritu nos sorprenda por donde menos lo esperamos, ¡esa es mi esperanza! Prefiero estar atento a esos impulsos del Espíritu –porque los habrá– a elucubrar sobre el efecto del Sínodo en la Iglesia. Va a ser un Sínodo más de insinuaciones que de magnas proclamaciones y buenas intenciones. Habrá que estar muy atentos.
¿Cómo se lee desde Perú el mismo evangelio, cómo lo hacen los jóvenes peruanos en comparación con la realidad española que conoces?
Los jóvenes son jóvenes en todas partes. Al igual que no existen jóvenes en España, sino que cada joven es una historia peculiar, lo mismo ocurre en Perú. La gran diferencia es la dureza familiar, ambiental, formativa y laboral en la que sacan adelante su vida los jóvenes de este país (al menos los varios millones que habitan Lima metropolitana). Y, con todo, son personas resilientes, con una capacidad para sobreponerse y seguir adelante que sobrecoge. Eso los hace más accesibles, más porosos a la relación personal y a la escucha, también del Evangelio. Me atrevería a decir que en España hay mucho «joven rico» del evangelio –buenas personas, pero muy seducidas por ciertas riquezas que los hacen abandonar–, y aquí, sin embargo, encuentro mucho Mateo, cobradores de impuestos cuya mirada está centrada en la plata (me viene a la memoria el extraordinario cuadro de Caravaggio), pero que, al escuchar la llamada de Jesús, cambian su mirada y se dejan acompañar. Aquí echo de menos acompañantes y la sensibilidad eclesial que en España ha suscitado la necesidad de trabajar en comunión por los jóvenes.
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