Entre la realidad y el Te deseo – MªAngeles López

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¿A estas alturas del año aún felicitas el año nuevo o ya te parece inapropiado? Yo, que inauguro con este artículo mi presencia en la sección Tendencias, creo que nunca es demasiado tarde para desear a la gente que le ocurran cosas buenas, ni demasiado pronto para desprenderse del catastrofismo que, como una espesa niebla, cubre a menudo nuestra percepción de la realidad, pese a la cantidad de bienintencionados memes, whatsapps, vídeos y adjuntos varios que nos enviamos unos a otros como una batería interminable de proyectiles“buenistas” en torno a cualquier fecha que merezca la pena festejar. No importa si se celebra la Navidad o el solsticio de invierno; si se esperan grandes cosas del año nuevo o le dan ganas a uno de vomitar cada vez que piensa en las fiestas, las opíparas cenas con bronca política y familiares preguntándote si este año sí acabaras la carrera, o te echarás novio, o te irás por fin de casa o cambiarás ese look tan triste que llevas.

 

Y me resulta curiosa la paradójica contradicción que pendula entre la cuasi obligación de ser feliz por Año Nuevo en las redes sociales o los mensajes de WhatsApp, y el empeño en verlo todo social, y económica, y política, y culturalmente negro (¡hasta el final de la saga Star Wars!).

 

Que vivimos un convulso primer cuarto de siglo que está dinamitando muchas de las realidades y tendencias positivas que creíamos consolidadas a nivel mundial, es una obviedad. Que parecen hacerse añicos principios y valores conquistados a base de décadas y siglos de esfuerzo, también. Que a ratos uno diría al ver a los gobernantes mundiales y quienes les rodean en los círculos de poder que nos están gastando una broma macabra de pésimo gusto… en fin. Pero, aunque debamos permanecer alerta frente al incremento de la xenofobia y el desprecio a la democracia, no debemos perder de vista los avances, las conquistas políticas y sociales, el progreso, que resisten los embates excluyentes y reaccionarios.

 

Pienso, por ejemplo, que las cifras de muertes por violencia de género y violaciones son lacerantes y abrumadoras. Pero indican que nuestra sensibilidad social ha cambiado. Que por fin nos duelen ¡y nos espantan! sus muertes. Nos interpelan e indignan. No solo a sus familiares y amigos. No solo a los colectivos feministas. Ni siquiera solo a las mujeres. Y eso es un avance sin precedentes que terminará, quiero creer, convirtiéndose tarde o temprano en la consecución de la buena noticia del fin de la violencia machista. 

 

Oigo el hartazgo por la falta de solución política para el gobierno de España y por la mediocridad política y dialéctica que nos condena a vivir en un bucle de declaraciones y contradeclaraciones. Pero me pregunto si no es mejor votar en exceso que no poder hacerlo. Si no lo es aguantar discursos demasiadas veces inanes y partidistas, que no disfrutar de libertad de expresión, reunión o manifestación: de la democracia en suma. 

 

Escucho a mucha gente decir que ya no se hace el cine de antes, la música de antes, que no se escriben los libros de antes. Y me acuerdo de cómo Van Gogh no vendió en su día ni un cuadro, o Picasso no fue comprendido por la mayor parte de sus contemporáneos. 

 

No, ni todo lo que ocurre hoy es malo y nos conduce a la catástrofe, ni todo lo pasado fue mejor. Ni podemos reducir el optimismo (¡y menos aún el activismo!) a los mensajes de felicitación que enviamos por WhatsApp y redes sociales, ni instalarnos cómodamente en un pesimismo paralizante que destruye toda posibilidad de esperanza y de alegría. 

 

Yo, para este 2020 que apenas empieza me apunto a estas dos tendencias –la esperanza y la alegría– tan evangélicas. 

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