Javier Alonso
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En «La crisis de la autoridad», Natalia Velilla analiza cómo nuestras sociedades sufren una crisis de autoridad, una anemia que presenta infinidad de síntomas: pérdida de liderazgo, fragilidad de la educación familiar, etc.
Un estudio del Central Sindical Independiente y de Funcionarios concluía que el noventa por ciento de los entrevistados había sido testigo o víctima de actos violentos en el aula y que el setenta y cinco por ciento consideraba que no tenía suficiente autoridad. El problema no es solo que los alumnos no les obedezcan, sino que los propios padres los desacreditan. La falta de autoridad en los maestros es un problema arcaico. Los grandes filósofos de la Antigüedad criticaban a los sofistas porque usaban el conocimiento para el propio interés y no para el bien común. Habían desligado el conocimiento de la moral, la búsqueda de la verdad de la bondad y la belleza. Jesús denuncia a los escribas y fariseos porque no son coherentes con la enseñanza que predican y, por tanto, perdieron su autoridad como maestros: “Por tanto, obedézcanlos ustedes y hagan todo lo que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra” (Mt 20,23). Sin embargo, cuando Jesús enseña, lo hace con autoridad: “La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mt 7,28-29). Jesús tiene palabras de sabiduría y las acredita con su ejemplo.
Habitualmente, Jesús explicaba su doctrina de una manera clara y sencilla, de manera que pudiera ser entendida por cualquier persona que tuviera abierto el corazón. Para ello, se apoyaba en las escrituras (que conocía como nadie) y se dejaba inspirar por el Padre, sin opiniones, sin tradiciones de hombres y sin florituras. Seguro de sí mismo y con la verdad por delante. Quienes lo escuchaban con buena disposición sentían en su interior que lo que predicaba era la verdadera doctrina, le daba sentido a una vida, lo que andaban buscando. ¡Cómo no iban a sentir que hablaba con autoridad! El apóstol Pablo considera que la autoridad con la que anuncia el evangelio le viene del Señor Jesús y se lo confiesa a los corintios: “El Señor Jesucristo me dio autoridad sobre ustedes, para ayudarlos a confiar más en él y no para destruirlos” (2 Cor 10,8). Frente a los falsos apóstoles que carecen de toda autoridad, reivindica su magisterio apelando a su entrega generosa y desinteresada por la comunidad.
Una llamada divina
A ejemplo de Jesús y de san Pablo, el maestro católico ha recibido una llamada divina y ha sido revestido con la fuerza del Espíritu Santo, que le confiere autoridad para ser fiel a la misión. No es una misión fácil, porque el oficio de maestro no está reconocido socialmente y es muy sacrificado. Si se hace bien, es una tarea que implica la entrega de la vida, para lo que se necesita la acción de la gracia divina. Como un apóstol, el maestro ha de conocer en profundidad la doctrina que enseña a sus alumnos. Debe estar dispuesto siempre a dar razón de su esperanza y transmitir la verdad que está escrita en la naturaleza creada por Dios. Pone sus conocimientos para el bien de las personas y de la comunidad, según el plan de Dios. El maestro es un “colaborador en la obra de la verdad”, que es Cristo (3 Jn 1,8).
Como un apóstol, el maestro debe tener una vida ejemplar que acompañe sus enseñanzas. “No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21). Al final, la autenticidad y veracidad de una enseñanza viene avalada por la coherencia personal y el compromiso del maestro con el crecimiento integral de sus alumnos. Luis Vives recoge magistralmente en su Tratado sobre la educación que “deben los maestros no solo saber mucho para poder enseñar bien, sino tener la aptitud y habilidad necesarias; ser de costumbres puras, […] de hábitos virtuosos, debe estar dotado de prudencia y del carácter especial adecuado a la ciencia que profesa y a la condición de sus alumnos, de suerte que pueda mejor enseñar y ellos aprender. La vuelta al evangelio y a los principios del humanismo cristiano pueden ser un camino valioso que nos ayude a recuperar la autoridad que perdieron los maestros”.
Como un apóstol, el maestro debe tener una vida ejemplar que acompañe sus enseñanzas