ENCANTADA DE CONOCERME Descarga aquí el artículo en PDF
Almudena Colorado
Justo el año en que nos confinaron fui tutora de un curso de 1º de bachillerato. Guardo muy buen recuerdo de aquella clase tan cariñosa, divertida y que tanto me hizo disfrutar de mi trabajo.
En la primera sesión de tutoría con ellos, decidí hacer una sencilla dinámica de «toma de contacto»: proyecté en una pantalla los iconos que usamos en el Whatsapp y les pedí que escogieran uno que expresara aquella emoción que sentían en ese estreno de curso. Infeliz de mí que creí que no iban a escoger los típicos emoticonos de siempre (el de la risita, el de la sonrisita, el de la cara asustada, el del goterón de sudor en la frente…) o que, al menos, si los escogían, les darían un significado diferente. Para nada resultó así. Cogieron los emoticonos de siempre y les asignaron las emociones esperables: nervioso, contenta, con miedo…y nada más. Me quedé un poco «chafada» por el resultado, la verdad.
Ahora, mirando atrás, me cuestiono: ¿saben nuestros jóvenes poner palabra a lo que les bulle por dentro?
Quizás, en un mundo en el que la imagen de «qué feliz soy, qué vida más guay tengo» que vemos en las redes sociales da pie a emociones muy simples, a vidas con poca profundidad. Son estados personales que no escarban, que no generan preguntas ni discernimiento, que no ayudan a pararse un poco y ver qué hay en la cabeza o en el corazón.
Sí, podemos respondernos que no hay tiempo para pararse en estas cosas. Hoy todo es para ya, que vamos tarde y no me quiero aburrir. Además, está el temor a mirarnos y encontrar algo para lo que no estamos preparados, o que no nos gusta, y a lo que tenemos que hacer frente. No tenemos tiempo (el dichoso tiempo) ni recursos para afrontarlo. Muchas veces no tenemos ni ganas, para qué complicarnos la vida.
Todo esto les pasa también a nuestros jóvenes. Podemos añadir a todo lo dicho lo importante que es el grupo y la pandilla en la consolidación de su personalidad. Hay quienes quieren destacar y lo consiguen haciendo lo que se supone que se espera de ellos; y hay quienes prefieren perderse en «la masa» por miedo a no ser aceptados, optando por pronunciar el «amén Jesús» que a todos contenta.
Necesitamos recordarnos una y otra vez la importancia de conocernos y reconocernos, en todo momento, porque uno no termina nunca en este proceso. Y en esto de conocerse a uno mismo tenemos una responsabilidad con los jóvenes con los que nos movemos. ¿Por dónde empezar?
Es necesario provocar en ellos la reflexión con preguntas poderosas, que no cierren la respuesta, que les ayude a «rascar». ¿Cómo hacerlo? Seamos creativos y cercanos a su realidad. Puede ser mediante una famosa canción, no de las que nos gustan a nosotros, sino de las que les gustan a ellos, por mucho que nos pongan los pelos de punta estos nuevos ritmos. Quizás también mediante contenidos de las redes, una película, algún anuncio publicitario… Instémosles a no quedarnos en la primera impresión, a interiorizar en lo que nos dice aquello que está presente en su día a día.
Acostumbrémosles al silencio. Sin miedo, porque, a veces, los primeros asustados somos nosotros. Enseñémosles a vivir el silencio como una rebelión ante el ruido, una forma de estar que va a la contra de lo que el mundo parece exigir. A mí al principio me costaba mucho invitar a mis alumnos a hacer silencio consciente. Poco a poco me di cuenta de que, haciéndolo adecuadamente, ellos iban entrando. Y es que, aunque creamos que no, nuestros chicos están sedientos de silencio, solo que no saben cómo manejarse en él. Como propuesta para ayudarles, hace unos años introdujimos en nuestras aulas el uso del diario personal. Un diario a través del cual, semanalmente, se les invita a contemplar, reflexionar y meditar a través de una pregunta breve, concisa, con un vocabulario entendible para ellos y que les resulte sugerente. Se crea un ambiente adecuado para ellos y se les deja claro que lo que escriben es personal y que no hay respuesta buena ni mala. Son ellos mismos frente a sus vidas.
Por último, me parece muy necesario en esto de conocerse a uno mismo la oración. ¡Orar sí que es ir contracorriente, dados los tiempos que vivimos! Pero si nos da miedo ofrecerla por «no ofender”, me temo que no les ayudaremos a descubrir la auténtica forma de conocernos, a la luz del Padre. Decía Santa Teresa (que para mí es lo más» en esto del autoconocimiento y la oración): «Entendamos que Dios nos da sus dones sin ningún merecimiento nuestro, y agradezcámoslo a su Majestad, porque si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar».
¡Pues manos a la obra! No hay nada que perder y mucho que ganar. Que esto de estar «encantado o encantada de conocerse» (con verdad y humildad) es el regalo más preciado y precioso que podemos ofrecer a nuestros jóvenes.