Iñaki Otano
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje.
Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado: no se os embote la mente, con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día: porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre”. (Lc 21, 25-28).
Reflexión:
Este evangelio ¿contiene una amenaza para el futuro o bien una esperanza? Por una parte, se habla de signos terribles que producirán angustia en los pueblos. Pero, por otra parte, cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Hoy encontramos amenazas y signos positivos de esperanza.
Reconocemos un gran progreso tecnológico, que hace más soportable la vida de muchas personas, ayuda a resolver problemas sociales y mejora nuestra calidad de vida. Hay también una mayor sensibilidad y atención a los derechos del hombre; una mentalidad antibélica; una insistencia en la igualdad; una sed de liberación personal y social; una reacción contra todo abuso; una inquietud ecológica; expresiones de un anhelo de trascendencia; testimonios de solidaridad.
Pero en este mismo mundo vemos violencia; oposición o indiferencia en todo lo referente a Dios; opresión del pobre y del débil; mil millones de hambrientos; una deshumanización que convierte a la persona en una máquina o pieza de engranaje; un individualismo exagerado; falta de compromiso en acciones que requieren sacrificio y perseverancia; confusión moral, etc.
En el año mil se extendió el miedo a que el mundo acabase con el milenio. El siglo XX, en cambio, empezó con la gran esperanza de que, gracias a la ciencia y al progreso, sólo faltaba el último paso para realizar la felicidad humana. Estamos en el siglo XXI, y vemos que ninguno de los dos augurios anteriores se ha cumplido: el mundo no se ha acabado y el estado de ánimo de la humanidad respecto a la propia felicidad es más bien pesimista.
Entonces, ¿cómo ver y afrontar el futuro? Jesús no dice que debamos renegar de nuestro tiempo ni huir del futuro sino que estemos despiertos para que en esa vorágine no se nos escape lo más importante: activar el amor, porque con amor conduce Dios a la humanidad.
En una oración del siglo XIV se leía: “Cristo no tiene manos, tiene solo nuestras manos para hacer su trabajo hoy; Cristo no tiene pies, tiene solo nuestros pies para ir a los hombres de hoy; Cristo no tiene labios, tiene solo nuestros labios para anunciar su evangelio hoy. Nosotros somos la única Biblia, que todos los hombres pueden leer todavía. Nosotros somos la última llamada de Dios, escrita en palabras y obras”.