Meditación para un DOMINGO DE RAMOS en casa.
“Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos” dice el Evangelio de hoy.
En tu casa. Con mis discípulos. Lo deseo.
En tu casa, Marcos.
Ayer el Papa Francisco nos pedía permiso para entrar en nuestra casa, con su video, sus palabras, su esperanza, como si de un abuelo entrañable se tratara. Nos pedía la creatividad del amor. Jesús también lo hace. Nos pide permiso para entrar en nuestra casa. Quiere celebrar un cambio, un paso, una “crisis”. Y quiere hacerlo con la creatividad del amor, amándonos como nunca, como nadie, como sólo un Dios podría hacerlo.
Es la última decisión que va a tomar Jesús, buscar una casa para lavar los pies, para partir el pan, para alzar la copa, para mirar a los ojos a cada discípulo y reconocer en ellos a la humanidad miedosa, a la traidora, a la dormida… para entregarse.
En tu casa, Marcos. Ahí va a pasar esto. Es la última decisión de Jesús, también para contigo.
A partir de ahí, será zarandeado por las presas libertades del resto de personas. El tiempo los ha convertido en personajes, pero quizá siempre lo fueron: nunca personas, siempre personajes; nunca libres, siempre arrastrando las cadenas de sus miedos, traiciones, perezas…
A partir del Domingo de Ramos, la pelota está en tu campo. Puede chutar el miedo, la traición, el estar dormido… y entonces te meterás gol en propia puerta.
Pero puedes también prepararte para ver, para escuchar, para dejarte lavar los pies, para llorar tu miedo, para enjugar su rostro, para pedir su cuerpo, para ungir sus amores. Puedes dejar que Jesús entre en tu casa y no ser tú un personaje de opereta, sino tú, Marcos.
En casa de Mateo se habló de ovejas perdidas, de hijos pródigo, de monedas encontradas, y se rompió el mecanismo de la exclusión, para aprender a ser reparador de grietas, reconstructor de ruinas, reciclador de gentes.
En casa de Pedro ahuyentó la fiebre y dispuso a la anciana para el servicio, y se hizo inquilino de un amigo, por que la vida es recibir y dar, dar y recibir.
En casa de Simón el fariseo, Jesús enseña qué es la ternura a quien sólo cumplía normas. Pero también aprende de María Magdalena a agacharse, lavar pies, besar, servir, ungir al otro y adorarlo.
En casa de la mujer extranjera, otra mujer, aprende Jesús a extender su don y su promesa, a escuchar cualquier necesidad, a hacer casa de cualquier mundo.
En casa de Zaqueo, Jesús cambió un corazón de piedra por otro bueno, y hubo pan y dinero para los pobres.
En casa del centurión se habló del poder del amor frente a la autoridad de los galones y medallas, cargos y espadas, y entró, aunque no se fuera digno y su palabra, una sola, adquirió el poder de sanar.
Y envió de dos en dos, de casa en casa, con el encargo de la paz y la disposición para recibir portazos.
Y se dieron lecciones para construir más casas sobre roca, nunca sobre arena.
Y en la casa de Dios, que no templo, hizo una purificación, (desinfección lo llamaríamos hoy), y ya no fue más cueva de extorsión, y puso a Dios en cuarentena, para que nadie mancillase su nombre ni sirviera de coartada al egoísmo, y su templo, en adelante, fueron la casa y el corazón y no el sacrificio y el negocio.
Marcos, ¿qué podrá pasar en tu casa, si le abres la puerta a Jesús y a sus discípulos?