«No tengan miedo de escuchar al Espíritu que les sugiere opciones audaces, no pierdan tiempo cuando la conciencia les pida arriesgar para seguir al Maestro» (Papa Francisco a los jóvenes)
«La voz de Dios es voz del Espíritu, que va y viene, toca el corazón y pasa, ni se sabe de dónde viene o cuándo sopla (Jn 3,8), Importa, pues, mucho estar siempre alerta, para que no llegue de improviso y se aleje sin fruto» (San José de Calasanz)
La Orden de las Escuelas Pías ha convocado un Sínodo Escolapio de los Jóvenes, al hilo de la llamada realizada por el papa Francisco. Creo que la invitación del papa llega a todos los cristianos, y pienso que también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a todos los jóvenes que buscan honestamente cómo vivir en plenitud y contribuir a un mundo mejor, más fraterno, más humano. Jesús se dirigió a todos, y a todos concedió la oportunidad de escuchar un mensaje de vida, de libertad, de amor. A todos habló de Dios, de un Padre que sostiene y espera. Y para todos proclamó el Reino, un Reino del que nadie está excluido.
La dirección del Sínodo está clara: se trata de hacer posible que los jóvenes puedan encontrar mejores caminos para vivir con mayor autenticidad el seguimiento de Jesucristo, buscando responder al querer de Dios para sus vidas. Esta es la extraordinaria invitación que se nos ha hecho. Es importante sentirse invitado.
Pocos temas apuntan tan certeramente al corazón de la vida y de la misión escolapias, al sentido profundo de la vocación de cuantos nos sentimos escolapios y a las claves desde las que los hijos e hijas de Calasanz trabajamos para construir unas Escuelas Pías, una Iglesia y un mundo basado en los valores del Evangelio y en la generosidad vocacional de los niños y jóvenes que crecen y caminan entre nosotros.
¿Quién es el protagonista de este Sínodo Escolapio de los Jóvenes? La respuesta fácil es «los jóvenes». Pues no. No hacemos un Sínodo Escolapio solo para escuchar a los jóvenes. No invitamos a los jóvenes a escucharse a sí mismos. No se trata solo de que nos escuchemos unos a otros. Todo eso es importante. Pero no es el Sínodo que buscamos. Nuestro desafío, nuestra propuesta, nuestra invitación, es que, juntos, escuchemos al Espíritu. ¿Qué dice el Espíritu a los jóvenes que crecen en nuestros contextos escolapios? ¿Qué dice el Espíritu a las Fraternidades Escolapias, a la Orden de las Escuelas Pías, a los educadores, al Movimiento Calasanz? Lo que buscamos es escuchar el Espíritu, acoger sus inspiraciones, y hacerlo desde la perspectiva, búsquedas, preocupaciones, esperanzas y desafíos de los jóvenes. Esta es nuestra tarea. Esta es nuestra invitación. Este es nuestro Sínodo.
La propuesta
Situarse «en pie de Sínodo». Proponemos un itinerario de tres años intensos de escucha, acogida, compartir, celebrar y caminar con los jóvenes, que culminará con la acogida de la Exhortación Apostólica que sea el fruto del Sínodo de octubre de 2018, que recibiremos algunos meses después. Invitamos a recorrer un camino de escucha, de reflexión, de celebración, de acogida, de propuestas, en el que el centro sean los jóvenes a los que acompañamos y sus más profundas aspiraciones de Vida y de Evangelio.
El fondo de nuestras búsquedas
Han pasado más de 50 años desde que el gran teólogo del siglo XX, Karl Rahner, con ocasión de los debates conciliares, escribiera una de las más proféticas y conocidas frases sobre la fe que todos hemos escuchado y pronunciado muchas veces: «el cristiano del siglo XXI o será un “místico”, es decir, una persona que ha “experimentado” algo o no será cristiano».
Siempre he pensado que esta afirmación era absolutamente clarividente. Pero también he lamentado siempre que la fuerza y profecía de esta frase ocultara –o al menos diluyera– las otras dos grandes afirmaciones que Rahner propone cuando habla del cristiano del futuro. Además de la citada (él la define como «la capacidad de tener una relación personal e inmediata con Dios»), añade dos más: «el servicio al mundo como espiritualidad» y «una nueva ascética de la libertad». Estas tres claves son para él las más importantes para poder vivir una espiritualidad cristiana nueva y renovada.
Confieso que desde que el papa Francisco convocara el Sínodo sobre «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional» y nuestra Orden el «Sínodo Escolapio de los Jóvenes», dedico mucho tiempo a reflexionar y orar sobre lo que considero un regalo del Espíritu Santo: un Sínodo en el que podamos reflexionar con los jóvenes sobre cómo encontrar los mejores caminos para que puedan vivir con mayor autenticidad el seguimiento de Jesucristo, buscando responder al querer de Dios para sus vidas.
Yo quiero proponer tres «opciones de vida cristiana» sobre las que creo que debemos profundizar si realmente deseamos apostar por un mejor y más exigente acompañamiento a los jóvenes que Dios pone en nuestro camino. Las tomo del artículo de Rahner y las propongo como «claves de nuestra acción educativa y pastoral».
La primera es, como queda dicho, «la capacidad de tener una relación personal e inmediata con Dios».
¿Cómo podemos preparar a nuestros jóvenes para «tener el valor de vivir desde Dios», o para descubrir a Dios en su vida, o sencillamente, para disfrutar de una experiencia de fe que les ayude a orar con alegría y sencillez, con emoción y compromiso, con constancia y fidelidad, con apertura y silencio? ¿Qué educación escolapia, qué proceso pastoral, que vivencia de la fe y de los sacramentos, qué experiencias de vida cristiana pueden ayudar a nuestros jóvenes en su proceso de fe? La fe es mucho más que «una postura ante Dios» o la aceptación de la doctrina. La fe es un encuentro con Cristo que transforma íntegramente mi vida. Solo desde esa experiencia podemos llegar a esa relación personal e inmediata con Dios, del mismo modo que solo podemos decir que Jesús es el Señor movidos por el Espíritu Santo
Esta es una de las grandes preguntas que tenemos sobre nuestra «mesa sinodal», no hay duda de ello.
La segunda consiste en «el servicio al mundo como espiritualidad». Dice así: «La espiritualidad y la vida normal cristiana hoy se ligan, se compenetran, se promueven recíprocamente. Nadie puede vivir hoy, como en tiempos pasados, en un paraíso de espiritualidad inmune al mundo, y tampoco puede conformarse con este mundo concreto sin ser cristiano radical».
No podemos hacer «camino pastoral» con los jóvenes sin plantearles propuestas exigentes de donación de la vida, sin experiencias en las que puedan comprender lo que significa de verdad que la vida solo se conserva si se entrega.
Rahner denomina a la tercera como «una nueva ascética de la libertad». Es cierto que hoy no hablamos mucho de «ascética» –algo realmente valioso en la espiritualidad cristiana–, y por eso nos viene bien entender cómo lo plantea Rahner: «La ascética activa tenía antes el carácter de lo adicional y extraordinario. Hoy tiene más bien el carácter de la libertad responsable ante el deber… Quien esté abierto al futuro absoluto de Dios será capaz de superar la apetencia sin límites de llenar su vida con el mayor goce posible para en último término destruirse a sí mismo por su inmoderación».
Es decir, la propuesta es vivir una vida con sentido, discernir con claridad a qué quiero dedicar mi vida, qué cosas me llenan, dónde está la plenitud a la que aspiramos. Porque si algo caracteriza el corazón de un joven es precisamente esto: el deseo de plenitud, de felicidad, de vivir para algo que valga la pena y que responda a su propio corazón. Como diría un joven escolapio con quien intercambié reflexiones sobre todo esto, se trata de «descubrir lo que de verdad está en el fondo de su alma». Y tomar las decisiones –concretas– desde esa profunda verdad. No hay duda de que ahí está el discernimiento espiritual. El discernimiento de la propia vocación y el discernimiento de la autenticidad desde la que la vivo.
Me parece que estas tres propuestas son fuertes e interesantes para nuestra reflexión sinodal: cómo ayudar a que nuestros jóvenes viven una relación personal e inmediata con Dios, cómo acompañarles para que puedan vivir una fe que les lleve a comprometerse con un mundo mejor, cómo ayudarles a discernir la vida desde lo profundo de su alma y a vivir el día a día con autenticidad y coherencia.
Rahner hizo sus propuestas hace más de 50 años, y hoy las encontramos actuales y certeras. Tuvo la lucidez de «frecuentar el futuro» y ver qué teníamos que hacer hoy para que mañana pudiésemos seguir siendo cristianos. Pienso que en este proceso sinodal estamos delante de una formidable oportunidad para nuestras Escuelas Pías: discernir las claves pastorales que son fundamentales para que el cristiano del final del siglo XXI siga siendo cristiano. Creo que podemos y debemos atrevernos a esto.
Los niños y adolescentes que empiezan a caminar en nuestros procesos pastorales en este año 2017 serán los cristianos de la segunda mitad de nuestro siglo. Ese muchacho de 16 años que va a ser consultado –y protagonista– en el Sínodo Escolapio, dentro de 40 años será más joven que este vuestro servidor en el momento de escribir esto. Creo que es claro que esta «visión de futuro» es un reto al que podemos y debemos responder: ¿qué tipo de espiritualidad cristiana debemos formar hoy para que siga siendo consistente mañana? Y, en consecuencia, ¿cómo recrear hoy la espiritualidad calasancia-escolapia, pensando en nuestros jóvenes?
El horizonte que propone Francisco
Francisco invita a todos los cristianos a ser una Iglesia «en salida». ¿A dónde tenemos que salir? ¿Qué nos impide esta salida? Creo que salir es ponerse en marcha, «hacia dónde Él diga». Se trata de una invitación misionera, de un envío en el nombre de Jesús. Creo que esta es una primera vía de reflexión. Y no creo que se trate de algo tan simple como «cambiar de lugar físico, o de ir a otro lugar a anunciar el Evangelio». No. El Evangelio debe ser proclamado en todos los lugares, y la misión calasancia tiene sentido en todos los contextos, no en uno más que en otro. Lo que cambia son las características, las necesidades, quizá las opciones, no el sentido. No se trata de un cambio geográfico. Si así fuera se trataría del algo demasiado sencillo. Creo más bien que se trata, esencialmente, de una invitación a la autenticidad, a la radicalidad de la fe y de la respuesta cristiana y, en nuestro caso, a una vivencia consistente, abierta, profunda y audaz de la vocación escolapia. Creo que esta es la vía de respuesta.
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