Javier Alonso Sch.P.
https://www.religionyescuela.com/opinion/en-el-corazon-de-la-escuela/
Se educa alrededor de sesenta y dos millones de estudiantes en enseñanza obligatoria y más de seis en educación superior. Sin duda, la escuela y la universidad son una enorme herramienta para la evangelización.
Sin embargo, esta enorme presencia educativa no parece que incida demasiado en la vitalidad de las comunidades cristianas. En los países más secularizados, donde la escuela pública es fuerte, muchos se preguntan qué sentido tiene la escuela católica, ya que ha perdido la significatividad evangélica convirtiéndose en una buena academia. La escuela católica no es ajena a esta crisis. La realidad es que en muchas ya no se forma sólidamente en la fe y en las virtudes cristianas, sino en una mezcolanza difusa de valores ético-sociales, sin referencia a la trascendencia ni a los principios del Evangelio.
La declaración conciliar Gravissimun educationis concibe las escuelas no tanto como instituciones, sino como “comunidades” donde el elemento característico no es solo perseguir “fines culturales y la formación humana de la juventud, sino en “crear un ambiente comunitario escolar, animado por el espíritu evangélico de libertad y caridad”. La escuela debería ser una matriz capaz de engendrar, con la ayuda de la iglesia y la familia, auténticos discípulos de Jesús. En el contexto de este debate sobre la identidad católica de la escuela, es sugerente leer La opción benedictina de Rod Dreher, donde distingue entre una escuela cristiana estándar y una escuela cristiana clásica. La primera comparte los presupuestos antropológicos del modelo de escuela moderna preocupada por preparar a los alumnos para el mercado laboral, garantizarles una vida segura y ayudarles a que cumplan sus metas, sean las que sean. Eso sí, añadiendo clases de religión y algo de oración. Dreher propone la fundación de escuelas cristianas “clásicas” donde la religión no sea un barniz o un escudo defensivo, sino un lugar donde el centro del proyecto educativo sea Cristo y se eduque en la bondad, la verdad y la belleza.
Desde el Concilio Vaticano II, los documentos pontificios sobre la escuela católica han tratado el tema de la identidad, en un claro esfuerzo por definir cuál es su lugar y misión. No parece que la cuestión se haya resuelto cuando la Congregación para la Educación Católica ha publicado un nuevo documento a petición de “conflictos y recursos causados por diferentes interpretaciones del concepto tradicional de identidad católica de las instituciones educativas ante los rápidos cambios de los últimos años, en los que se ha desarrollado el proceso de globalización junto con el crecimiento del diálogo interreligioso e intercultural” (1). El texto recuerda algunos rasgos de identidad de la escuela católica, trata de los diversos sujetos que operan en el mundo escolar y describe algunos problemas “que pueden surgir en la integración de todos los diferentes aspectos de la educación escolar en la vida concreta de la Iglesia” (6). Recuerda con claridad que la escuela católica sirve a la misión evangelizadora de la Iglesia. Pero no dice cuáles serían los caminos para construir identidad allá donde está debilitada y el contexto religioso y eclesial no es favorable, como en muchos países del Occidente secularizado.
Transmitir la identidad
Dreher hace una analogía de la crisis religiosa actual con la que se vivió al final del Imperio romano. Entonces, la propuesta de san Benito tuvo la capacidad de regenerar la cultura cristiana fundando pequeñas comunidades. Escribe el libro “para despertar y animar a la Iglesia a fortalecerse mientras nos quede tiempo. Si queremos sobrevivir, tenemos que regresar a las raíces de nuestra fe, tanto en pensamiento como en obra; […] en definitiva, vamos a tener que ser iglesia, sin concesiones, cueste lo que cueste”. Solo una comunidad cristiana viva y visible es capaz de transmitir la identidad. El testimonio evangélico de una comunidad inserta en el corazón de la escuela tiene la fuerza de despertar la fe en tantos niños, jóvenes y sus familias. Por ello, hemos de incorporar al proyecto educativo de la escuela el objetivo de construir la comunidad cristiana con propuestas pastorales bien definidas para los alumnos, el personal y las familias en el ámbito de la liturgia, la enseñanza y el compromiso. Una comunidad que sea memoria de una fe capaz de construir humanidad y renovar la sociedad.
Hemos de incorporar al proyecto educativo de la escuela
el objetivo de construir la comunidad cristiana