EMOCIONES Y CUERPO – José Víctor Orón

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Hay gente que piensa que las emociones son algo así como unas reacciones básicas que nuestro cuerpo experimenta ante la contemplación de un estímulo. En ese caso, las emociones acontecen de una forma rápida, autónoma e independiente de procesos cognitivos. Esas emociones básicas estarían más o menos catalogadas y, precisamente por ser corporales, rápidas, autónomas e independientes estarían algo así como hardwire (cableadas). Vamos, que las llevamos de base y sería algo propio de la raza humana y básicamente no dependen de fenómenos culturales. La postura de Ekman estaría en esta línea. Y si estas emociones son muy intensas entonces podría producirse una situación de «rapto emocional» que necesita ser controlado. Así es, por ejemplo, la propuesta de Goleman.

En cambio, pienso que todo eso es falso. Sé que contradigo a los «grandes», pero, si se me da un voto de confianza y se sigue leyendo, espero al menos poder abrir un cuestionamiento sobre ello.

En el artículo central de este número 522 de la Revista de Pastoral Juvenil se habla de sexualidad y cuerpo y se descubre que una de los grandes avances en el estudio de ese tema es no desvincular lo corporal del resto de dimensiones humanas, pues todas están entretejidas. No en el sentido de que cada dimensión madura con independencia de las otras y luego puede (o no) relacionarse con las otras, sino porque ellas maduran porque co-maduran. Así pues, en la sexualidad se quiere romper esa visión sectorial de que por un lado va lo corporal y por otro lo personal. En cambio, sobre las emociones, se sigue sosteniendo una visión sectorial. Las emociones harían básicamente referencia a esa reactividad corporal que transcurre al margen de la cognición. Los sentimientos, en cambio, ya serían producto del encuentro de la emoción con la cognición o reflexión. Así lo sostienen grandes neurocientíficos como Panksepp o Rolls y psicólogos como Baumeister. En cambio, decíamos que esta visión no es la adecuada por pobre.

¿Qué son las emociones, sentimientos, pasiones, afectos…? La terminología es amplia pero la diferencia entre ellas es más conceptual que real. Las diferencias estriban en hablar de lo mismo con distintos puntos de mira. Pero se mira siempre lo mismo: la realidad emocional de la persona.

Pienso que las emociones son el precipitado, el condensado o el cristalizado de la experiencia humana en toda su complejidad, por tanto, las emociones nos dan información de cómo la complejidad humana se ha concretado en una persona concreta y en un momento concreto. Es decir, quien vive como vive, quiere lo que quiere, se relaciona como se relaciona, tiene los objetivos que tiene, hace lo que hace y de la forma como lo hace, entonces siente como siente. Así pues, hasta en la emoción llamada más básica o primaria se hace presente la absoluta y total complejidad del ser humano y no puede reducirse a una mera reactividad ante un estímulo.

Aunque Ekman es quien ha ganado en su repercusión social, no es la única propuesta de cómo aparecen esas emociones básicas. Tristemente en la sociedad suelen ganar las propuestas simples, no creo que por deficiencia de quien lo propone, sino por un patológico deseo social de buscar seguridades y decir que algo que se conoce da la falsa seguridad de que se controla. Pero en el ser humano todo es complejo y las propuestas simples generarán seguridad, aunque en verdad oscurecen e incluso entorpecen el conocimiento.

Contemporánea de Ekman es, por ejemplo, Katherine Briges quien estudia cómo el niño de cero a dos años gana en diferenciación expresiva corporal. Se asume lo siguiente: el bebé ante situaciones emocionales distintas puede diferenciarlas porque corporalmente se expresa de forma distinta. Por ejemplo: el bebé diferencia entre miedo o dolor porque corporalmente se expresa de forma distinta. En cambio, si corporalmente el bebé tiene la misma expresión corporal quiere decir que aún no puede diferenciar esas emociones básicas. Bridges observa que la diferenciación se produce en la etapa pre-lingüística de una forma arbórea. El bebé no parte de cinco, cuatro o siete (según autores) emociones básicas, sino que parte de una situación de excitabilidad básica. Eso es todo. El bebé empieza a vivir y a los días ni siquiera distingue entre algo agradable o desagradable y pronto aparece claramente el binomio junto con la situación de excitabilidad. Pero dentro del paquete, por ejemplo, desagradable, no sabe distinguir entre un dolor, miedo, susto, asombro, miedo, ira o frustración. Todo tiene la misma expresión corporal. Poco a poco en el árbol aparecen ramas y más ramificaciones, unas dependiendo de las anteriores.

Hay que saber que este proceso no es automático o regido por procesos meramente biológicos, sino que toda la complejidad humana aparece. Primero, la cognición está fuertemente presente en este proceso de diferenciación emocional, pues al poner cognitivamente en relación las distintas experiencias e integrarlas, es lo que permite diferenciarlas e identificarlas al mismo tiempo que sucede el crecimiento cognitivo. Pero este proceso es también social, pues va a depender en gran medida de la reacción de los padres y de la interacción de estos con el bebé. Esto hará que una experiencia sea motivo de miedo o de alegría y la misma expresión del miedo y de la alegría depende de cómo se exprese el adulto. ¿Quién no ha recibido esos vídeos de bebés que ante algo que tendría que ser un susto como un golpe o un ruido se ríe o algo que podría ser doloroso el niño se troncha de risa?

Luego, el crecimiento emocional co-ocurre con el cognitivo y el social. Habría que añadir más elementos como el intencional y otros. Pero baste esta referencia para ver que todo lo humano se hace presente.

El proceso de diferenciación en la expresión corporal vuelve a repetirse cuando, tras los dos años, se parta del binomio bien-mal y por un proceso, que ya no es arbóreo sino mucho más complicado, se irá ganando en diferenciación. Pero a los dos años el niño se expresa mucho mejor corporalmente que lingüísticamente. Por eso una madre que ve a su niño no necesita preguntarle cómo está, pues el cuerpo del niño habla de él con más precisión que sus palabras ya que no sabe pasar aún del bien-mal.

Incluso en el adulto ya hay pruebas refinadas de neuropsicología que permiten ver que en rangos temporales muy bajos se detecta también un proceso arbóreo de expresividad.

Así pues, en cada emoción, sentimiento o como se le quiera llamar, toda la complejidad humana está condensada. En la reacción corporal humana todo lo humano está presente, como en la reacción corporal del perro todo lo perruno está presente. Pero resulta que el perro y el ser humano no son exactamente iguales. Aunque sea el animal al que más nos parecemos en nuestro comportamiento social (y no el mono).

Educativamente las consecuencias son drásticas. En la propuesta dominante las emociones que parece que ocurren al margen de uno mismo tienen que ser examinadas y controladas y ya verá cada uno si las quiere dejar fluir o parar según le interese para sus objetivos individuales. Esto es así porque en el fondo las emociones «no hablan de mí». Ocurren en mí, pero no son mías.

Por el contrario, si atendemos al proceso real de diferenciación e identificación de las emociones, estas son realmente mías y «hablan de mí». Las emociones, así vistas son una fuente de información valiosísima y la información no hay que controlarla sino estudiarla, pues su estudio tiene un resultado sorprendente: me acabo conociendo. Acabo conociendo la complejidad de mi vida, pues todo lo humano se ha hecho presente en esa emoción.

Si queréis conocer una propuesta educativa que no busca controlar ni regular ninguna emoción sino aprender a partir de ellas, visitad www.uptoyoueducacion.com

Allí os espero.

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