ELEFANTE ENCADENADO – Josep Perich

Josep Perich

 

Cuando yo era pequeño, me encantaban los circos. Durante la función, la enorme bestia del elefante hacía un despliegue de tamaño, peso y fuerza descomunal… pero después de su actuación, fuera del escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente.

Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia:

-Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?

Hace algunos años descubrí la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal acepto su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.

Reflexión:

Cuando nace un niño, lo primero que se hace es cortar el cordón umbilical. Aquel niño, para crecer, tiene que dejar de alimentarse con la sangre de la madre y ser autónomo. Pero esta urgencia ya no es tan clara cuando se trata de cortar el cordón umbilical «psicológico». Muchos padres y abuelos, año tras año, de tanto que los quieren, les van solventando todas las dificultades de la convivencia. Indirectamente le están dando el mensaje de que no es capaz de llevar los desechos al contenedor, de fregar el suelo, de hacer la cama o prepararse el desayuno y el almuerzo, si es necesario… Se le habitúa a depender de los demás, sin darse cuenta de que les están hipotecando en su crecimiento personal y comunitario. Se le está formando una personalidad débil, poco fuerte ante las dificultades de la vida, para cuando llegue la hora de tomar decisiones o responsabilidades sociales. Fácilmente puede ir deslizándose por una pendiente de comodidad y sólo moverse para su propio beneficio, sin enterarse del placer-felicidad de servir a los demás y ser solidario.

Me pregunto cómo puede ser que con un 40% de paro juvenil, sobre todo los jóvenes llamados «Ni-Ni» (Ni estudio, Ni trabajo), estén desaparecidos y no monten un follón para hacer cambiar las cosas. ¿Dónde están? Enchufados en el internet descargando música o películas, haciendo esquina aunque sea comiendo pipas,… cada uno en su refugio de los padres o abuelos, malviviendo a costa de ellos, incapaces de pronunciar la palabra «gracias» o incluso maltratándolos. Muy lejos, sin embargo, pretendo con estas palabras, culpabilizar a los jóvenes de la crisis actual.

Aquella pequeña estaca, que ataba corto al elefantito y le daba seguridad, le había hecho creer que era incapaz de liberarse para hacer su camino. Pero, ya de adulto, su incapacidad para arrancarla era del todo ridícula y frustrante.

Circula la leyenda urbana de que los gitanos, cuando iban de pueblo en pueblo con el carromato, ponían a su niño encima del carro y le decían con los brazos abiertos: «Salta hijo, que tu padre te cogerá en brazos». Aquel niño se lanzaba y el padre lo dejaba caer al suelo para decirle seguidamente: «¡Para que aprendas y no te fíes ni de tu padre!». Este modo de cortar el cordón umbilical «en seco» no debemos desearlo para nadie y no es nada edificante, pero de alguna manera ilustra lo dicho antes.

Este cordón umbilical psicológico que infantiliza también a muchos adultos, lo podemos encontrar en costumbres o rituales empobrecedores a los que nos sentimos obligados y no nos vemos capaces de romper. Tomar conciencia del problema ya es el primer paso para, posteriormente, afrontarlo con posibilidades de éxito. El entorno es un factor determinante. La recuperación no recae sólo en el interesado a quien podríamos culpar fácilmente. Se trata de ayudar a valorar las habilidades y los dones de cada uno y no poner tanto el acento en las discapacidades.

La madurez humana se manifiesta en liberarme del «chupón» de mi «ego» para orientar, sin reservas, mi vida a favor de los demás: acogida, diálogo, apoyo, compromiso social…

Jesús lo borda diciéndonos: «Es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto. Creció y se hizo un árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas»(Lc 13, 19).