Josep Perich
Erase una vez un búho que consiguió volver a la selva después de un largo cautiverio entre los humanos. Explicaba que el progreso humano se debía, como había observado, a la competitividad en todos los ámbitos: deporte, economía, política, arte…
Esta idea caló y en la selva se organizó el primer concurso de canto. Se presentaron candidatos de todas las especies animales. Guiados por el búho, se decretó que el concurso se decidiría con el voto secreto y universal de todos los concursantes, que a la vez se constituían en jurado.
Uno tras otro, iban subiendo a un estrado – incluso hubo un concursante humano – para exhibir su canto, desde el jilguero al rinoceronte. El voto de cada uno se anotó en un papel que, doblado, se introdujo en una urna que el búho sostenía.
Empezó el recuento del “transparente acto electoral”, del “voto secreto y universal” y “ejemplo de votación democrática”, como el búho había oído de los políticos en las ciudades. El animal más anciano se encargó de contar cada voto.
–El primer voto es para “nuestro amigo burro”… El segundo para el burro… El tercero para el burro… Cuarto… el burro…
Todos, menos dos, para el burro, cuando precisamente nadie dudaba de que el peor canto era el rebuzno de este animal.
Finalizado el escrutinio quedó decidido, por “libre elección” del “imparcial” jurado, que el estridente rebuzno del burro era el ganador: LA MEJOR VOZ DE LA SELVA Y DE SU ENTORNO
El búho, en rueda de prensa, explicó: Cada concursante, considerándose a si mismo indudable vencedor, había dado su voto al menos capacitado de los candidatos, aquel que no podía representar amenaza alguna a su propio triunfo. Los dos votos discordantes: el del propio burro que, como nada tenía que perder, votó a la calandria y el del hombre que, como no podía ser de otra manera, se votó a sí mismo.
Reflexión:
«Indignaos», sí, pero no te invito a sumarte al controvertido entrenador del «¿Y por qué?» Sino a un «joven» francés de 93 años que formó parte del equipo redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Stéfan Hessel. Su reciente libro «Indignaos», lejos de hacer un listado de estériles resentimientos, es un clamor de acción positiva; invita a los jóvenes a no desentenderse y a luchar por la igualdad entre los ciudadanos.
«Indignémonos», sí. Nos están «comiendo el coco»: sólo vale «ganar» y «caiga quien caiga». El que gana merece abrazos, felicitaciones, «santo súbito»… sin preguntarnos cómo ha llegado, de donde han sacado el dinero… El que pierde, que son todos menos uno, se buscan culpables, se culpabiliza o le culpabilizan.
«Indignaos», sí. Los culpables del descalabro económico no son los inmigrantes, los que han perdido el trabajo o los que no lo encuentran, el jubilado pensionista, el encamado, el discapacitado… ¡Estos, que «molestan» (y cada día aumenta el número) son las víctimas! Quien tiene narices para poner freno y esposar, con helicóptero o sin él, los Bin Laden escondidos tras el mundo de los grandes negocios, en el mundo de la banca, los paraísos fiscales…
«Indignaos», sí. Aquellos partidos que teóricamente son los «especialistas» en la defensa de la justicia social y los derechos humanos, ahora resulta que hacen el trabajo sucio de sus contrincantes, sólo para no perder privilegios.
«Indignaos», sí. La democracia política es una ficción si está a las órdenes de la dictadura de la economía del mercado o del capitalismo salvaje.
«Indignaos», sí. Si antes o después de estas elecciones municipales, los ganadores y los perdedores se desangran en luchas descalificadoras, si no valoran como patrimonio común la parte de verdad del contrincante, si no se ponen los unos y los otros como objetivo prioritario: demostrar que todos somos necesarios y ayudar a levantar la cabeza a las familias más indefensas, si…
«Indignaos», sí. Si, en medio de esta crisis, los concejales aprovechan para subirse el sueldo o no son capaces de bajárselo. ¡Qué oportunidad para hacer más creíble su gestión «al servicio» del pueblo!
Confiamos no tener ese susto que se produjo en las «Elecciones Democráticas» del reino animal del cuento, porque entonces sí que podríamos afirmar que «tenemos lo que nos merecemos».
Si me fuera posible, en estos días electorales, escondería bajo la almohada de cada candidato o concejal electo este texto de Mahatma Gandhi:
«Señor, ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no mentir para ganarme el favor de los débiles. Si me das el éxito, no me quites la humildad. Si me das humildad, no me quites la dignidad. Enséñame que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de debilidad. Si me tomas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso. Si he ofendido a alguien, dame valor para disculparme. ¡Señor… si yo me olvido de ti, Tú no te olvides nunca de mí!»