El tronco de Jesé
Javier Alonso
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La epidemia del coronavirus ha puesto de manifiesto no solo la enorme fragilidad de la condición humana, sino el modelo de un crecimiento económico ilimitado. Muchos afirman que asistimos al final de una época.
La modernidad está la crisis y, con ella, también la educación. Para Lluís Duch (La educación y la crisis de la modernidad), el “final del mundo” es el ocaso de un ciclo histórico terminado y el inicio de algo nuevo. En este final, la sociedad no es capaz de transmitir la cultura y la fe de modo efectivo. La familia, la escuela y la religión tal como las conocemos no transmiten bien los principios que dan sentido a la vida. Se vive la tradición con cierta sospecha, porque se la considera arcaica e irrelevante. Y es que la modernidad nos enseñó a sospechar de la gran tradición que habíamos recibido de la cultura grecolatina y la fe judeo-cristiana.
Isaías profetiza: “Brotará un retoño del tronco de Jesé, un vástago florecerá de raíz” (Is 11,1). La imagen del tronco seco de Jesé es la realidad que vive el pueblo de Israel que está en decadencia porque ha roto la alianza con Dios y está seco, sin capacidad de generar vida. Israel es una sociedad que se ha olvidado de su historia y no tiene un proyecto de futuro.
Esta imagen bíblica podría ser el símbolo de nuestra sociedad actual y, por tanto, de un sistema educativo seco, que ha renunciado a transmitir la gran tradición que ha configurado nuestra cultura occidental. Prueba de ello es la casi desaparición de las humanidades en beneficio de la ciencia y la técnica. Se valora más la forma que el fondo, la estética que la ética, el significante que el significado. Sin duda, hay más recursos para la escuela, profesores de carrera, nuevas metodologías, espacios innovadores y nuevas tecnologías; pero hemos olvidado que la educación es valiosa si es capaz de transmitir una cultura que ayude a los alumnos a descubrir el sentido de la vida y situarse en mundo.
Bajo la aparente esterilidad del tronco de Jesé, brotará un retoño de vida. Es el Mesías que ilusionará al pueblo con un proyecto nuevo, que juzgará con justicia a los débiles y defenderá el derecho de los pobres. La historia nos ha enseñado muchas veces que, en los escombros de la muerte (tronco seco), existe la posibilidad de comenzar de nuevo gracias a la inspiración y la fuerza del Evangelio. “Sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (Laudato si’ 13).
Las cosas pueden cambiar si acertamos con la estrategia correcta. Estoy convencido de que una fuente de renovación pedagógica es la espiritualidad que nace de una experiencia de encuentro con Dios, si somos capaces de actualizar creativamente con la gran tradición. Renovar la alianza es volver a conectarse con la fuente de la vida, convertirse, dirigir la mirada al Mesías y aprender de él. El mensaje de Jesús es capaz de generar vida donde parece que hay muerte, tal como se recoge en la parábola de la viña: “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante” (Jn 15,1).
Claves evangélicas
Estoy convencido de que en los relatos evangélicos encontramos claves para construir una pedagogía con la fuerza de humanizar y de construir una nueva sociedad. A lo largo de la historia, el Evangelio ha inspirado a los artistas, escritores, científicos, abogados, filósofos, etc. a construir una humanidad nueva. La Unesco recuerda que “existen influyentes interpretaciones religiosas del humanismo que estiman que los logros de la humanidad en educación, cultura y ciencia son ejemplos perfectos de su relación con la naturaleza, el universo y su creador”.
Y una de esas interpretaciones es la tradición judeocristiana que ha ido configurando nuestra cultura occidental que hoy necesita más que nunca de testigos que sean capaces de actualizar y aplicar el mensaje del Evangelio a la pedagogía actual. En el corazón de la educación cristiana debe estar siempre presente la persona de Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida.
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