María Luisa Berzosa
Descalzarse ante el interior de las personas, de los jóvenes, puede hacerse de muchas maneras. Sin duda acercarse a ellos en el Sínodo de los jóvenes, es una de ellas. Así lo hizo María Luisa Berzosa que, al ser invitada, decidió participar con cariño y desde su mirada de mujer, para poder acercarse lo más posible a los deseos más profundos de la juventud. Ahora, meses después, su manera de seguir descalzándose con cariño ante los jóvenes es transmitir lo vivido allí para animarnos a todos a continuar el camino.
Han pasado varios meses desde que volví de Roma y sigo sorprendida por la experiencia sinodal a la que llegué invitada por un jesuita italiano con el que trabajé en Fe y Alegría Roma y que dio mi nombre para participar. Y mayor sorpresa aun cuando en la lista de participantes aparecía sola de España con cuatro obispos. Y al llegar también quedé asombrada del reducido número de jóvenes y de mujeres, laicas y religiosas.
Una vez en al aula sinodal, con mirada femenina descubría que la inmensa mayoría eran obispos, arzobispos y cardenales, claro, era un Sínodo de obispos, pero para un tema tan amplio y que afecta a tantas personas en la Iglesia, como es «la fe, los jóvenes y el discernimiento vocacional», no me convencía ver a una representación tan escasa. Y no digamos en la vida religiosa: diez superiores generales con voz y voto y una superiora general, vicepresidenta de la UISG, sin poder votar. La desproporción era ciertamente escandalosa, un antitestimonio en una sociedad como la actual.
Las siete religiosas que estábamos enseguida hicimos causa común: nos uníamos de forma casi natural, como si fuéramos de la misma congregación, para hacer oír nuestra voz; en el aula sinodal algunas no podíamos hablar, pero las que podían –auditoras– eran firmes y fuertes y todas tuvimos varias iniciativas que pusieron de relieve esta diferencia insostenible. Esperamos que en un futuro las cosas cambien a mejor.
Los jóvenes fueron nuestros mejores interlocutores y nosotras para ellos; nos sentíamos muy apoyadas, también los superiores mayores hicieron alianza de muchas maneras y sentíamos la comunión y los deseos y compromisos para un cambio de realidad. El grupo juvenil hizo oír muy bien su voz, causaron un impacto muy positivo en el conjunto de los participantes en el Sínodo.
Su clamor era unánime: pedían sin duda acompañamiento, escucha, discernimiento, no solamente para vocaciones religiosas o sacerdotales, sino para las muchas ocasiones en que necesitan tomar decisiones y asumir consecuencias en un mundo que les aparece «líquido», con muy poca estabilidad en el orden laboral, social e incluso afectivo. Los diálogos en encuentros informales fueron muy ricos e interesantes, me atrevo a decir que muy vitales; exponían su realidad con cruda firmeza, muy críticos con la Iglesia, pero hablando desde dentro, apostando por mejorar, combatiendo los abusos, y no solamente de tipo sexual, todos, de poder, de sometimiento, de clericalismo…
Muy sensibles a la realidad de un mundo que se mueve sin cesar: migrantes, refugiados, desplazados; apostaban por la inclusión de toda diversidad en la Iglesia: religiosa, política, filosófica, sexual; y algunos de ellos hablaban desde sus contextos muy castigados por los abusos, no eran teorías. Pero sin embargo era constructiva porque suponía un compromiso que ya estaban dando en sus lugares concretos.
Yo también llegué a Roma muy consciente del momento doloroso y delicado que estábamos viviendo, pero no quería ser espectadora, sino sentirme parte, luchar desde dentro, exponer y exponerme para que los jóvenes sean escuchados, para que las mujeres entremos en los espacios de decisión donde no hay rostro ni rastro femenino, donde haya igualdad de la cual ahora estamos muy lejos.
El Documento final que recoge todo el proceso de elaboración hecho en el aula sinodal, da pistas y orientaciones para que los jóvenes, las mujeres, la jerarquía, nos tomemos en serio las opciones discernidas con tanta dedicación, esfuerzo y oraciones, todo en un ambiente de relaciones cordiales, sencillas, sin roles, sino hermanos y hermanas en la fe; en este ambiente fuimos tejiendo un maravilloso tapiz de colores a la luz del Espíritu.
El camino está abierto, nos sumamos a transitarlo en una Iglesia sinodal, es decir, de Pueblo de Dios, de comunidad de comunidades, donde predomine la inclusión de toda diversidad. Donde todos y todas, también la jerarquía por supuesto, tengamos presencia y palabra. Así será más visible y real la Iglesia de Jesús, la cual entendí mejor desde dentro, que no puede separarse, no puedo amar a Jesús sin hacerlo a su Iglesia.
Agradezco haber vivido esta experiencia de Iglesia universal única y poder compartirlo ahora por tantos lugares me da la posibilidad de seguir contando «lo que he visto y oído» con esperanza y osadía.
El camino está abierto, nos sumamos a transitarlo en una Iglesia sinodal, de Pueblo de Dios, de comunidad de comunidades, donde predomine la inclusión de toda diversidad
Así será más visible y real la Iglesia de Jesús
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RPJ nº 535 marzo 2020 – El sínodo con mirada de mujer – María Luisa Berzosa
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