EL SIN-TIEMPO DE DIOS – Comunidad Monasterio de la Santísima Trinidad Suesa

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Comunidad Monasterio de la Santísima Trinidad Suesa

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El año pasado, la veterana cantante María del Monte, sacó una canción con una letra sugerente. El estilo musical puede atraerte o no (para gustos están los colores) pero probablemente la letra sí que te dirá algo. Te invitamos a leerla pausadamente, saboreando cada verso. Si, por un casual, la lees mientras estás viajando en transporte público, o en la estación o parada de turno haciendo tiempo, incluso mientras esperas a tus amigos que están tardando en llegar, o en mil situaciones más «de relleno», vuelve sobre ella más adelante, con calma:

Mucho antes

de que la tierra girase

que las mareas subiesen y bajasen

de que el hombre anduviera bajo el sol.

Mucho antes

que las estrellas brillaran, que la luna se llenara

y que el viento acariciara una flor.

Mucho antes de la primera sonrisa,

de la nube, de la lluvia, de la brisa, de la culpa y de la veneración.

Mucho antes

del bocado y la manzana, de la noche y la mañana,

la palabra, la alegría y el dolor.

Mucho antes,

pero que mucho antes,

antes, ya te amaba yo.

Ahora piensa, aunque sea por un momento, que ese te del último verso eres tú. ¿Te lo imaginas? Y que ese yo puedes identificarlo con quien ya existía desde el principio, con Dios creador.

Ahora deja de imaginar, porque es tal cual, es realidad. Dios te ama desde siempre, desde que naciste. No, mejor todavía, desde que estabas en el seno materno. ¡Qué va!, antes, desde que te soñaron tus padres, pero nos acercaremos más a lo cierto si pensamos que previamente a tus padres, aun te soñó el propio Dios.

Desde SIEMPRE, así, con mayúsculas, desde siempre estás, estamos, en la vida de Dios.

No tenemos ni la más mínima idea de qué sentido o qué explicación nos daría sobre esta canción su intérprete, pero lo que sí podemos expresar, lo que resuena de fondo, lo que murmulla en el corazón de una discípula de Jesús al escucharla por primera vez, cuando la emoción y el amor apresan el corazón: Dios declarando su amor a la humanidad, a ti, a mí… Además, cantada por una mujer, resuena con más fuerza Dios de entrañas maternas.

A los seres humanos nos sucede muy a menudo que, al buscar un determinado objeto, a pesar de tenerlo delante de nuestras narices no lo vemos, nuestros ojos han pasado sobre él varias veces pero no hemos sido capaces de descubrirlo. Entonces exclamamos sorprendidos: «Ay, está aquí, ¡si es un perro me muerde!». Con Dios nos pasa algo similar. Estamos tan acostumbradas a que esté, desde siempre, que no nos damos cuenta de que está y nos ponemos a buscar más adelante, más allá, a Quien está al lado. Mejor dicho, nos ponemos a buscar fuera, a Quien está dentro. También le damos mil vueltas a un problema, a una discusión, a algo que nos haya entristecido o enfadado. Volvemos a ello una y otra vez, le dedicamos mucho tiempo y mucha energía, mejor dicho, malgastamos o perdemos en ello mucho tiempo y mucha energía. Entonces necesitamos tomar cierta distancia respecto a ese problema y verlo desde otra perspectiva para poder darle una salida, quitarle importancia, soltar y dejar fluir. De la misma manera que al mirar un cuadro, nos llama la atención un elemento que nos parece fuera de lugar, que es feo o que no entendemos por qué está ahí igualmente necesitamos separarnos para que la imagen cobre sentido y adquiera hondura en su verdad.

Dios no es un mago que nos soluciona los problemas con su varita mágica, ni el genio de la lámpara maravillosa de Aladdin, que aparece al frotar la lámpara. El mago se vale de trucos y espera que no los descubramos, anda a escondidas; el genio pone condiciones y lleva cuentas de los deseos que concede y, sobre todo, es un cuento. Dios no sale de una lámpara y espera que le digamos: «deseo aprobar tal examen o encontrar trabajo». No. Dios tiene mucho que ver con eso que vemos al tomar distancia y descubrir el sentido de lo que no entendemos, con lo que hace que lo pesado sea más llevadero, que la oscuridad no nos parezca tan densa, que a lo feo le encontremos su hermosura, y que el miedo no nos paralice.

El ruido de nuestras ciudades, el andar con prisas de un lado para otro, el ritmo frenético que sin darnos cuenta nos impone la sociedad, vivir esclavas de la moda y marcas, las luces de neón, algunos programas que vemos en la tele… y un sinfín de elementos que componen nuestro día a día, en lugar de estimular, adormecen nuestros sentidos. Necesitamos despertadores en nuestra vida y, por supuesto, en nuestro camino de fe. Necesitamos muletas que nos ayuden a caminar como cristianos coherentes con las enseñanzas del Maestro. Es eso lo que nos lleva a tomar la distancia y perspectiva necesarias para caer en la cuenta de que Dios está SIEMPRE y en TODO.

Estos despertadores se nos pueden presentar de muy diversas maneras; encuentros con grupos de fe, convivencias, voluntariados, campos de trabajo, camino de Santiago… mil «formatos» que tal vez en apariencia no sean muy llamativos ni atrayentes, no sean modernos, pero, en el fondo, sin duda, ensanchan el corazón y provocan una alegría profunda, esa alegría que no se nota en una carcajada pero sí en la mirada y en las opciones comprometidas ante la vida. Esa alegría que nos hace repetir junto a Sara, la mujer de Abrahán: «Dios me ha hecho reír» (Génesis 21,6).