«La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos e hijas”. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es la comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación y se orienten completamente a la misión». Evangelii Gaudium 28
La pastoral con jóvenes en las parroquias es un reto que nos exige la revisión y renovación que el papa Francisco nos pide. En esta secularización creciente que vivimos, aún hay jóvenes que acuden a nuestras parroquias y que vienen buscando. Durante tiempo la búsqueda se ha centrado, aún hoy en muchos lugares es así, en la recepción de los sacramentos: Comunión y Confirmación. También ha sido la única oferta que hemos hecho, viendo cómo en muchos casos la «primera Comunión era la última» o «la Confirmación era la fiesta de despedida» de nuestros ambientes parroquiales.
La realidad externa del joven ha cambiado, y también la propia de las parroquias. Sobre la realidad del joven no podemos incidir directamente. Recae en nuestras manos la responsabilidad de conocerla y analizarla y, sobre todo, quererla con las particularidades que hoy tiene y los nuevos retos que nos plantea. Sí podemos incidir en la oferta que hacemos. Esa depende directamente del sujeto de la pastoral, de la comunidad parroquial. Sobre esta oferta quiero detenerme.
La oportunidad que nos brinda la presencia de los jóvenes en el ámbito parroquial nos posibilita un acercamiento a su realidad y a sus inquietudes. Como Jesús hacía en cada encuentro, poniendo al centro la persona, la vida que los jóvenes portan será contenido del proceso a realizar con ellos. Entrelazar la vida del joven y la de Jesús es un arte que hemos de aprender, donde el horizonte que nos marcamos no es solo la celebración de los sacramentos, sino el encuentro liberador entre Jesús y el joven. Encuentro que empujará el crecimiento como persona y como creyente.
No podemos dejar las cosas a la improvisación, ni tener una ruta rígida marcada de antemano. Hoy los caminos de los jóvenes no son lineales y el proceso que hemos de ofrecer ha de adaptarse a su realidad cambiante. La personalización es necesidad y opción pastoral porque la respuesta a la llamada de Dios también es personal. Cada joven parte de un punto concreto y hoy exige crear su propio camino, y su propio recorrido en la fe.
A ello se suma que el joven va y viene, y se pierda más de «un tema» de nuestra programación debido a sus viajes, sus intercambios, su búsqueda constante de experiencias… La fuerza de nuestra oferta no puede estar en las reuniones con ellos sino en la relación que en esas reuniones y fuera de ellas vamos creando.
Identifico dos acentos en este proceso que estamos llamados a realizar con los jóvenes desde nuestras parroquias. Uno es la sistematización de los procesos y otro la educación a la interioridad.
El proceso que ofertemos hemos de diseñarlo, tanto en los contenidos como en las experiencias que queremos provocar en el joven. Mirando la persona en su globalidad, ha de recoger las diferentes dimensiones de ella, dando respuesta a las preguntas que en su momento vital se plantea.
El hilo fino de la relación, que es acompañamiento y testimonio del amor de Dios hacia el joven, será quien vaya uniendo temas sobre el conocimiento personal y la figura de Jesús; las inquietudes de fondo y la relación interior con Dios; el mundo afectivo-sexual y la forma de amar concreta del Evangelio; las relaciones que desean y buscan los jóvenes junto a las que el Señor nos propone; la realidad social, económica, ecológica, política… en la que vivimos y la postura de Dios ante el mundo y la persona.
A la vez, ha de identificar las experiencias creyentes que queremos provocar en el joven, a través de las cuales conocerá a Jesús y su mensaje: el encuentro en la oración, el encuentro con unas relaciones fraternas donde compartir fe y vida, el encuentro con los preferidos de Dios y el encuentro con otros jóvenes a los que anunciar lo que van descubriendo. El ámbito parroquial posibilita crear un ambiente creyente y de fraternidad cercana, solidaria y acogedora, donde los jóvenes se encuentran con otros jóvenes que viven lo mismo que ellos y donde la experiencia de grupo ha de ser central. Ahí irán construyendo y reforzando su identidad creyente.
Y como no van a estar junto a nosotros de continuo, hemos de ofrecerles los instrumentos que metan en su mochila cuando vayan a viajar. Instrumentos de interioridad que les ayuden a vivir conscientemente, referidos a Jesús y su Buena Noticia. Prepararles para que sean capaces de hacer lectura creyente de su realidad, de los acontecimientos que vivan. Será el gran regalo que podamos hacerles. Y allá donde estén podrán recordar que siempre pueden volver a casa.
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rpj nº 519 -El reto de la pastoral con jóvenes en la parroquia – Zoraida Sánchez
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