EL RESPETO, ACTITUD FUNDAMENTAL PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD PERSONAL Descarga aquí el artículo en PDF
Marita Osés
Tread softly, because you tread on my dreams (W.B.Yeats)
A la pregunta existencial «¿Qué hacemos aquí?», una de las respuestas es: «Venimos aquí a averiguar quiénes somos». Y ¿una vez lo averiguamos? Venimos a serlo plenamente. Por eso, cuanto antes lo sepamos, antes podremos disfrutarlo. Lo que ocurre es que para llegar a nuestro núcleo tenemos que atravesar algunas capas que hemos ido creando. La identidad personal ¿se construye o se descubre? Construimos un personaje para ser aceptados en el entorno que nos ha tocado en suerte y ese personaje es el que nos impide llegar a nuestro núcleo auténtico, aunque podamos pasarnos media vida o la vida entera creyendo que somos eso. El personaje se construye y se sufre. La identidad profunda se descubre y se disfruta. Está alineada con nuestra esencia, que vendría a ser nuestro código de barras, y no es algo rígido, sino una polaridad, una gama de posibilidades. En nuestro recorrido biográfico, nos inclinaremos hacia uno u otro extremo de ella, dependiendo de muchos factores.
Uno de esos factores es la mirada del otro. El niño no tiene posibilidad de verse a sí mismo. Se ve a través de los ojos de los adultos. Lo que ellos le digan, será su verdad. Esto es peligroso. Porque los adultos estamos condicionados por nuestra historia personal, nuestras expectativas, frustraciones, las perspectivas que hemos ido adquiriendo frente a la vida año tras año. Para acompañar a los jóvenes a encontrar su identidad, tenemos que dejar nuestras historias a un lado y verlos como seres cuyas circunstancias son radicalmente distintas a las nuestras y, sobre todo, no comparar. Nuestra reacción a sus acciones, pensamientos y emociones les afecta en la tarea de conocerse, aunque no lo reconozcan. Cuando el joven percibe aprobación, aceptación, respeto o admiración se siente digno de amor, valioso, bueno, suficiente. Si recibe juicio, rechazo, menosprecio se sentirá insuficiente, poco válido, defectuoso, pequeño, indigno, y en consecuencia inseguro y poco orgulloso de ser como es. Así como el niño hace lo imposible por agradar a sus padres, el joven hará lo que sea por conseguir la aceptación y la aprobación de su grupo de amigos, en ambos casos llegando a traicionarse a sí mismo. Ahí empieza la creación de un personaje que luego nos confundirá, porque nos identificamos con algo que no somos. Igual que el niño accede a tocar el piano o a jugar a fútbol solo porque a papá le gusta, aunque a él no le interese nada, el joven realizará actividades alejadas de lo que estaría en sintonía con su forma de ser porque le permiten sentirse parte del grupo y, por lo tanto, sobrevivir. Puede acabar convenciéndose de que le gusta aquello que está haciendo y que lo hace porque quiere, cuando en realidad no es así. Hasta que una sensación de desazón, de tristeza, un punto de ansiedad que no logra localizar de donde viene, le avisa de que no está siendo fiel a sí mismo, sino a papá, a mamá o a su pandilla…o a aquel youtuber al que se quiere parecer. Por desagradable que sea, esa sensación le avisa de que se está identificando con algo que no es. Por eso, cuando un joven se muestra desorientado, perdido, insatisfecho o ansioso el adulto ha de ser capaz de ver un síntoma positivo en esa aparente negatividad y ayudarle a interpretar esa «mala época» como un momento de transformación y de transición a su verdadero ser. Un momento oscuridad, necesario para ver la luz.
También puede ser que el joven se construya un personaje por oposición. Así el hijo de un padre muy deportista puede que reivindique con más fuerza un estilo de vida más sedentario (o viceversa), o la hija de una persona muy preocupada por su apariencia podrá construir su identidad descuidando su aspecto físico para diferenciarse de su progenitora y definirse diferenciándose de ella. Este personaje puede estar tan alejado de su esencia como cualquier otro.
La esencia es esa semilla que llevamos dentro que configurará nuestra identidad si la desplegamos
La esencia es esa semilla que llevamos dentro que configurará nuestra identidad si la desplegamos. De una bellota, solo puede nacer una encina. Si tu semilla es de peral, no pretendas ser un manzano porque serás un infeliz. Sé el peral más hermoso o que dé las peras más sabrosas que puedas. Si tu semilla es de pino, no quieras ser sauce porque serás un desgraciado. Que otro sea muy feliz siendo un sauce no significa que también tú puedas serlo si tu semilla es otra. De ahí la importancia de la mirada exenta de juicio del adulto, que sepa apreciar lo que hay sin quererlo cambiar. Todos los juicios nos roban seguridad. Los negativos porque no nos permiten ver nuestras partes buenas. Los positivos porque hacen que temamos defraudar a las elevadas expectativas que tienen sobre nosotros.
¿Qué necesita un joven para descubrir su esencia? Desconectar de sus pensamientos. Conectar con su cuerpo y sus emociones. ¿Por qué desconectar de la mente? Porque la mente registra un montón de voces ajenas que no permiten reconocer la nuestra propia. Ahora más que nunca, recibimos datos, estímulos, imágenes, sonidos que enturbian la paz originaria de nuestra mente y nos confunden. Para buscar la voz propia, primero hay que estar convencido de que ya la poseo. No tengo nada que inventar o construir. O en todo caso, tengo que construir sobre una base ya existente que me ha sido dada, igual que se me ha dado un color de ojos, de cabello y una estatura. Desplegarlo. En el despliegue de mi potencial está la clave de mi felicidad. ¿Por qué conectar con el cuerpo y aprender su lenguaje? Porque el cuerpo no engaña, a diferencia de la mente que nos cuenta muchas historias que no son reales.
¿Cómo ir encontrando la propia voz? Reservando tiempo para el silencio y la soledad. Silenciar todas las voces que se confunden con la mía o cuyo volumen es tan alto que la apagan, hasta hacerme creer que no existe. Tiempo para parar y escuchar. Tiempo para uno mismo. Soledad. Nadie está solo si se siente compañero de sí mismo. Nadie está solo si mantiene un diálogo interior, si encuentra dentro de sí un interlocutor en quien confiar, porque le conoce más que nadie. Silencio. Tiempo. Soledad…tres condiciones que muchos jóvenes no elegirían pero que hemos de ser capaces de ofrecerles de manera atractiva para que las prueben y las gusten. Aunque solo sea un atisbo de silencio, un tiempo breve de soledad, confiando en que la esencia aprovechará la oportunidad y hará el resto.
Para buscar la voz propia, primero hay que estar convencido de que ya la poseo
En silencio, en calma y en soledad, el joven reconoce la propia semilla sembrada ahí desde el principio. Y encuentra la motivación para regarla y cuidarla. Eso significa eliminar el juicio de sus hábitos. Dejar de criticar sus errores y mirarlos con comprensión, sabiendo que ha habido motivos para actuar como ha actuado. Y tomando nota de sus emociones y reacciones y aprendiendo a descodificarlas, y a seguirles la pista que le llevará a su esencia. Como si fuera un científico que estudia el comportamiento de un ser vivo. Porque eso es lo que somos: seres vivos en continua evolución. Si no puedo dejar de juzgarme, al menos tomar conciencia de que mis juicios son constructos de mi mente: un sistema de pensamiento, un esquema mental que decide de antemano cómo tiene que ser la realidad y la crítica y manipula si no se ajusta a su idea preconcebida. El científico no decide de antemano cómo tiene que ser su objeto de estudio. Lo observa aceptando cada aspecto que va descubriendo con el único fin de conocer y entender. Sin manipular. Para conocerme y entenderme necesito dejar de juzgarme, porque el juicio nubla mi visión y la empobrece. Cuando me juzgo, cierro el foco de modo que una parte de la realidad queda fuera de mi campo de visión. Y es una parte de mi ser la que estoy ignorando.
El científico dialoga con lo que va descubriendo. En ese diálogo curioso y amable surgen elementos nuevos, que no habían aparecido durante la mera observación. Vale la pena insistir en que el respeto es la actitud imprescindible. Los jóvenes confunden los apelativos de camaradería con los que implican burla o falta de consideración. Si tú te diriges a ti mismo diciéndote pringao, estás adoptando una actitud de falta de respeto hacia ti y esa misma actitud condiciona la búsqueda de tu propia identidad. ¿Qué ocurre cuando hablas a alguien desde el respeto? Que esta persona se relaja, baja sus defensas y puede mostrarse tal como es. A veces no llegamos a conocernos tal como somos porque estamos ocultos tras un sistema defensivo que nos impide vernos a nosotros mismos. Los jóvenes se sienten tan vulnerables sin sus defensas que no se atreven a despojarse de ellas y, sin embargo, nuestra vulnerabilidad aceptada es la vía más clara y directa para saber quién somos.
Todos necesitamos espejos donde mirarnos (amigos, padres, hermanos, profesores… los referentes que cada uno elija), pero sean cual sean las miradas ajenas, la más importante es la de cada uno: aprender a ser testigo honesto de uno mismo. Y a continuación, establecer un dialogo interno exento de juicio. Aprendemos a hablarnos con respeto si antes alguien nos ha hablado así. Esta es también una responsabilidad de los adultos. Tratar con respeto —que no es condescendencia— a los jóvenes para que aprendan a tratarse de la misma manera. Cómo les hablamos, cómo les tratamos, cómo nos dirigimos a ellos les ofrecerá un modelo de cómo tratarse y hablarse a sí mismos en ese diálogo interno del que hablábamos. Cuando un joven encuentra un adulto que lo respeta, se atreve a ser como es y deja brotar su esencia sin miedo.
Todos necesitamos espejos donde mirarnos