EL PROBLEMA ECLESIOLÓGICO Y EL PROTAGONISMO DE LOS JÓVENES – Pablo Santamaría

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​Pablo Santamaría   pablosantamaria@escolapiosemaus.org

 

«Si bien no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se está creciendo en dos aspectos: la conciencia de que es toda la comunidad la que los evangeliza y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor en las propuestas pastorales» (Christus Vivit 202).

El primer aspecto señalado se nos olvida con mucha facilidad. Cuesta asumir las consecuencias de que es la comunidad cristiana en conjunto la que evangeliza a los jóvenes, lo que de entrada supone configurarse realmente como tal comunidad, a la vez que dar prioridad a la evangelización de los jóvenes, haciendo de ambos elementos parte esencial de la propia misión. Dicho de otro modo, no habrá desembocadura sin haber resuelto previamente el «problema eclesiológico» señalado en los Lineamenta para el Sínodo sobre Nueva Evangelización celebrado en 2012: 

«La pregunta acerca de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y solitaria, sino más bien un evento comunitario, no debe orientar las respuestas en el sentido de la búsqueda de estrategias comunicativas eficaces y ni siguiera debe centrar la atención analíticamente en los destinatarios, por ejemplo, los jóvenes, sino que debe ser formulada como una pregunta que se refiere al sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe transformarse en una pregunta de la Iglesia sobre sí misma. Esto permite encuadrar el problema de manera no extrínseca, sino correctamente, porque cuestiona a toda la Iglesia en su y en su vivir. Tal vez así se pueda comprender también que el problema de la infecundidad de la evangelización hoy, de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o a la incapacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa».

Sin verdadero mar que llame y atraiga al río a desembocar en él, por muchos expertos acompañantes con los que contemos, por muchas acciones pastorales brillantes que hagamos, por muchos grupos majos que tengamos, incluso procesos, por más experiencias transformadoras que suscitemos o infinidad de acciones y tiempo que invirtamos… pocas serán las desembocaduras de jóvenes en las comunidades cristianas que contemplemos. Claro que, si esa comunidad no existe, habrá que crearla con ellos.

No es menor la dificultad de asumir las consecuencias del segundo aspecto señalado sobre el protagonismo de los jóvenes. Los que trabajamos en los colegios bien sabemos la enorme distancia que hay entre la supuesta centralidad del alumno/a en el sistema educativo y la realidad, dominada por el síndrome de Procusto y donde a cada niño, niña o joven le cortamos lo que sobresale por la cabecera o los pies para que se ajuste a la cama del currículum establecido para todos y todas por igual. De forma análoga abundan en la pastoral muchas rigideces y autoengaños sobre el supuesto protagonismo de los jóvenes. Ciertamente cuesta creérselo.

Curiosamente, el llamamiento que el papa Francisco nos hacía a los escolapios en el año jubilar a este respecto va en esta misma dirección: 

«Hoy más que nunca necesitamos una pedagogía evangelizadora que sea capaz de cambiar el corazón y la realidad en sintonía con el Reino de Dios, haciendo a las personas protagonistas y partícipes del proceso».

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