El pobre, cuerpo de Cristo
IÑAKI OTAÑO
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se acercaron a decirle: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado”. Él les contestó: “Dadles vosotros de comer”. Ellos replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío”. (Porque eran unos cinco mil hombres).
Jesús dijo a sus discípulos: “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos. (Lc 9, 11b-17).
Se suele relacionar este gesto de Jesús de dar de comer al hambriento con la Eucaristía. La bendición, la fracción del pan y la comida compartida son gestos que evocan la Cena del Señor.
El año 150, un profesor de filosofía de Roma, llamado Justino, explicaba al emperador pagano qué hacían los cristianos en su Eucaristía. Al terminar la descripción de la Misa de aquel tiempo, añade estas palabras: “Los que tenemos, socorremos a todos los abandonados y siempre estamos unidos los unos a los otros… Los ricos, cada uno según su voluntad, dan lo que les parece, y lo que se reúne se pone a disposición del que preside y él socorre a los huérfanos y a las viudas y a los que por enfermedad o por cualquier otra causa se hallan abandonados, y a los encarcelados y a los peregrinos. En una palabra, él cuida de cuantos padecen necesidad”.
Hoy han variado las formas de acudir en auxilio del prójimo. Pero siempre, como en su principio, la celebración de la Eucaristía va unida a la práctica de la justicia y a la atención al pobre. En el siglo IV san Juan Crisóstomo era contundente: “¿Queréis honrar el Cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo…El mismo que dijo Este es mi cuerpo, dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer. Y cuando no lo hicisteis con uno de esos más pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis”.
Como muchos escritores de la Iglesia de los primeros siglos, San Jerónimo (340-420) señalaba que el cuidado del pobre era más importante que el boato del culto o del templo: “¿Qué provecho hay en que las paredes resplandezcan de perlas, mientras Cristo se muere de hambre en el pobre?”.
El sabio cristiano Blas Pascal (1623-1662), en los últimos días de su vida, pidió con insistencia recibir la comunión y, como sus amigos la dilataban con la excusa de que no se encontraba tan mal, pidió a su hermana que, ya que no podía comulgar, se trajera a la cama vecina a un enfermo pobre a quien se cuidara con todas las atenciones que él recibía. Así, viendo al pobre junto a él, tendría la oportunidad de encontrarse con Cristo.
Nuestro Papa Francisco ha dicho en la primera ceremonia de canonización que ha celebrado: “Los pobres, los enfermos y los abandonados son la carne de Cristo”.
El cuerpo de Cristo está en la Eucaristía y en el hambriento, desnudo, enfermo, preso, sin techo, parado, inculto, marginado, deprimido, necesitado…
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