EL PEZ “IRISADO” y LA CUARESMA
Era el pez más bonito de todo el océano. Su vestido de escamas relucía con todos los colores del arco iris. Los otros peces admiraban sus escamas multicolores. Pasaba siempre de largo, callado y orgulloso, y hacía brillar sus escamas. Un pececito azul lo persiguió nadando.
-¡Pez irisado, espérame! Dame una de tus escamas brillantes. ¡Tienes tantas!
– ¿Que te regale una de mis escamas? ¡Márchate!
Asustado, el pez azul explicó a sus amigos lo que le había dicho el pez irisado.
A partir de aquel día nadie quería tener nada que ver con él. ¿De qué le servían ahora al pez irisado sus maravillosas escamas brillantes, si ya no las admiraba nadie? El pez irisado fue a la búsqueda del anciano pulpo Octocus, que vivía en una cueva oscura.
– Si yo soy muy bello. ¿Cómo es que no le gusto a nadie?
– Escucha mi consejo: regala a cada pez una de tus brillantes escamas. Entonces ya no serás el pez más bello del océano, pero volverás a ser feliz.
– «¿Regalar mis escamas tan brillantes y hermosas? ¿Cómo podría ser feliz sin ellas?
De repente sintió un ligero golpecito de aleta. ¡Volvía a ser el pececito azul!
-Pez irisado, por favor. Dame una de tus escamas brillantes, una pequeña.
«Una escama brillante pequeñita– pensó-, casi no la echaré de menos». El pez irisado se arrancó de su vestido la escama brillante más pequeña.
– ¡Toma, te la regalo! ¡Pero ahora déjame en paz!
– ¡Muchas, muchas gracias!-contestó el pececito azul, loco de alegría.
El pez irisado pronto se encontró rodeado de otros peces. Todos querían una escama brillante. Repartió sus escamas aquí y allá. Y cada vez le hacía más ilusión. Cuanto más brillaba el agua a su alrededor, mejor se sentía entre los otros peces. Sólo le quedó una escama brillante. ¡Había regalado todas las otras! ¡Era feliz, feliz como jamás lo había sido!
-¡Ven, pez irisado, ven a jugar con nosotros!- dijeron todos los peces.
-¡Ya voy!- dijo el pez irisado, y se fue contento con sus nuevos amigos.
Mi amigo Yassin, musulmán de Marruecos, recientemente me informaba sobre el intenso ayuno, las cinco oraciones diarias y las obras de caridad que la gran mayoría de musulmanes ejercitan en el mes del Ramadán. Le dije que su práctica me recordaba nuestros cuarenta días de la Cuaresma. Me preguntó como la vivíamos. Le tuve que confesar que una «gran minoría» de católicos hacen ayuno y abstinencia de carne el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y los viernes de Cuaresma solo abstinencia de carne… Debo confesar que, de entrada, me sentí un poco avergonzado. Después me rehíce cuando le pude explicar que para una “minoría significativa” era un tiempo más intenso de vida espiritual, con prácticas como: un donativo a una ONG solidaria, búsqueda de espacios para el silencio interior, la Celebración del Perdón, las charlas cuaresmales, las eucaristías, el vía crucis, la oración personal, lectura del Evangelio…
Aquel guapo, pero infeliz, pez irisado dio un golpe de timón a su vida y se plantó ante el sabio pulpo Octopus para pedirle el camino de salida a su malestar. La respuesta no podía ser más clara: desembarazarse, una a una, de sus lujosas escamas para compartirlas con todos los pececillos más grises de su entorno.
Te propongo un solo ejercicio cuaresmal que podrás realizar en cualquier lugar silencioso y que podrás ir repitiendo a lo largo de la Cuaresma. Se trata de que te pongas delante de Jesús, le mires a los ojos y te hagas dos preguntas:
– ¿Qué me sobra para ser un poco más como Tú? Y ¿qué me falta para ser un poco más como Tú?
Antoine Chevrier (Lyon,1826-1879), nos alienta: ¿Sentís una atracción interior que os empuja hacia Jesucristo? … Cultivemos esta atracción, hagámosla crecer por la oración y el estudio, a fin de que aumente y produzca frutos. Y digamos con el esposo del Cantar (1, 3-4): «Atráeme detrás de ti, corramos al olor de tus perfumes». («El verdadero discípulo», Ed. Proa, pág. 87).