EL PERDÓN – Enrique Fraga

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Enrique Fraga

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El perdón es como una moneda, siempre con dos caras, cada cual diferente, compleja y necesaria. No sé qué resulta más difícil: si perdonar o ser perdonado. El perdón es, sin duda, sanación, pero no por ello fácil de ejercer ni de aceptar. Pienso que estamos muy mal enseñados a perdonar, al igual que a mostrarnos, a nosotros y a nuestros sentimientos. Siempre tenemos una excusa, el ego o muchas otras cosas que hacer. Porque lo más importante a la hora de perdonar, activa o pasivamente, es la voluntad de hacerlo.

Lo decía antes y lo reafirmo, una sociedad que perdona es sin duda una sociedad en diálogo, una en la que somos capaces de hablar con el otro desde la asertividad, el cariño y la empatía. En la que expresamos cómo nos hace sentir el otro y construimos las relaciones basadas en la escucha y el respeto por el mundo emocional propio y ajeno. Con esos elementos el perdón se vuelve más sencillo. Porque nuestra visión se ensancha, ya no es solo nuestro punto de vista, sino que nos habremos educado en entender que nuestra visión de la realidad no es absoluta y que la otra persona puede percibirla desde su cosmovisión de un modo totalmente diferente. Esto nos permite entender que muchas veces nos hacemos daño accidentalmente, por incapacidad de entender lo que pasa por el corazón de la hermana, por desconocimiento o derivado de muchas circunstancias sobre las que no tenemos control. Esto no quita la culpa, pero nos permite una visión empática de los hechos, desde la que podemos situarnos en el lado contrario de la moneda, derribando nuestro ego y allanando el camino del perdón.

Algunas intuiciones para una pastoral que educa en el perdón serían: en primer lugar, la cultura del diálogo ya mencionada. En segundo lugar, saber poner el acento en el valor del perdón, un bálsamo para el alma. El rencor y el odio, antónimos del amor, expresión sublime de Dios, solo nos corrompen, nos dañan, nos hacen pudrirnos; frente a esto, el perdón nos libera, nos sana. La reconciliación es auténtica salvación. Y, en tercer lugar, el actor de esa salvación no es otro que Dios. Así nuestra pastoral debe poner el acento en un perdón que viene de Dios, porque es la fuerza del amor la que nos lleva a perdonar; que tiene una acción salvífica para el que perdona y el que es perdonado y cuya mejor herramienta es el diálogo y el cultivo de relaciones sanas y entre corazones.

«Zaqueo, bájate ahora mismo, porque quiero hospedarme en tu casa. Zaqueo bajó enseguida, y con mucha alegría recibió en su casa a Jesús» Lc 19, 5-6.

La historia de Zaqueo es una de puro perdón que transforma el corazón. 

Lo más importante a la hora de perdonar, activa o pasivamente, es la voluntad de hacerlo