Iñaki Otano
En aquel tiempo criticaban los judíos a Jesús, porque había dicho “yo soy el pan bajado del cielo” y decían: “¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”
Jesús tomó la palabra y les dijo: “No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo le resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: ‘Serán todos discípulos de Dios’. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ese ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. (Jn 6,41-52)
Reflexión:
Según el temperamento de cada uno, se ven las cosas con optimismo o con pesimismo. A veces fácilmente pasamos de la euforia a la depresión y viceversa. También hay circunstancias en la vida en las que uno puede estar al borde de bajar totalmente los brazos diciendo: “¡Ya no puedo más!”.
Jesús nos sostiene en el camino y nos da fuerzas para vivir: El que cree tiene vida eterna… El que coma de este pan vivirá para siempre. Jesús no ofrece abundancia de bienes materiales sino una razón para vivir, alguien en quien creer, un motor para nuestra existencia: Yo soy el pan de la vida.
Creer en Jesús, confiar en Él, es clave en la vida. Pueden desmoronarse muchas cosas, muchas ilusiones, pero Jesús nos alienta a vivir con ánimo, a no bajar los brazos cuando haya dificultades.
Jesús, pan bajado del cielo, nos pregunta si muchas de nuestras desilusiones no vendrán de que hemos puesto nuestra esperanza en un pan que se acaba, ese maná que no libra de la muerte. El dinero, el placer, son buenos y necesarios cuando no los convertimos en dioses a los que se sacrifica todo. Los valores de Jesús y su reino – el servicio, el amor y entrega a los demás, la justicia, el perdón… -, representados en ese pan del cielo, son lo importante en la vida a lo que hay que supeditar todo lo demás.
Los primeros cristianos llevaban para la semana el pan consagrado en la Eucaristía dominical – en la “fracción del pan”, como ellos la llamaban – a los enfermos, a los presos, a los que iban a emprender largos viajes. Era el alimento, la fuerza de Jesús para la vida diaria, al mismo tiempo que les mantenía unidos a la comunidad y a lo que esta celebraba.
Pero comer el pan de vida no es solo comulgar. Es también alimentarse de los criterios de vida de Jesús, tratar de hacer carne nuestra sus valores y sus esfuerzos por la justicia, la paz, el perdón, la felicidad de las personas. Es encontrarse con él.
Y “el encuentro con Cristo no es una meta a la que se llega, sino más bien un camino en el que uno se pone. Es la andadura la que nos lo revela como Camino que lleva a la Vida, y como Verdad que confiere libertad. Quien vive como él, sabe quién es, porque a quien hace el camino con él se le da a conocer” (Olegario González de Cardedal).