El padre que ama siempre – Iñaki Otano

Iñaki Otano

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Reflexión:

En esta parábola, Jesús nos describe cómo es Dios.

Observamos, en primer lugar, la desfachatez del hijo menor pidiendo su parte de herencia, como si le fuese algo debido., y marchándose de casa. El padre no retiene a nadie por la fuerza, respeta su libertad.      El hijo se marcha de casa buscando libertad. Cree que la va a encontrar lejos del padre, y se permite derrochar la fortuna viviendo perdidamente. La libertad absoluta, sin límites, lejos del padre, parece funcionar al principio, pero dura muy poco, y es que una libertad prescindiendo del padre no funciona.

          Así aquel hijo, que había buscado ansiosamente la libertad huyendo de la casa paterna, se encuentra con la mayor de las esclavitudes. Tiene que conformarse con el oficio de guardador de cerdos, que entonces era considerado el más humillante de todos los oficios. Hasta sentía envidia de los cerdos, que al menos tenían algarrobas para comer.

          Su situación de extrema esclavitud, cuando había buscado la libertad absoluta, le hace recapacitar: los jornaleros de la casa de su padre viven mucho mejor que él.

          Planea entonces volver a casa, pero ya no será como hijo, después de su comportamiento indigno, sino pidiendo por favor ser un jornalero más. Prepara el discurso que va a decir a su padre: Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. No se le podía pasar por la cabeza volver como hijo.

          Se puso en camino. Su padre, que salía todos los días a ver si el hijo volvía de su locura, al verlo se conmovió. Los expertos dicen que habría que traducir: se le removieron las entrañas. Aquel padre no puede resistirse, echa a correr, se le echa al cuello y le cubre de besos.

          El hijo empieza su discurso preparado Pero aquel padre, que no puede retener su emoción, no le deja terminar: le acoge como hijo y organiza una gran fiesta para él. No quiere oír hablar de que su hijo vaya a ser un jornalero suyo: le recibirá como hijo, mucho más allá de las expectativas del propio hijo.

          Así es Dios, según Jesús. Es un padre que sale todos los días al camino y, cuando nos ve de vuelta, no nos reprocha sino que nos abraza y nos acoge como hijos. Lo que nos une a Dios no es un contrato de jornalero sino nuestra condición de hijo, que el Padre mantiene contra viento y marea.

          Pero Jesús hace también entrar en escena al otro hermano, al hermano mayor. Este se indigna contra su padre porque se considera discriminado: toda la vida en casa, y nunca le ha organizado una fiesta.

El padre le tiene que decir: todo lo mío es tuyo. Aquel hijo, con tantos años en la casa, no conocía a su padre. Este quiere unas relaciones de padre-hijo, sin rigideces ni inflexibilidades. El hijo mayor debía alegrarse por la vuelta de su hermano, como se había alegrado el padre. Jesús destaca así que Dios quiere unas relaciones de amor, no legalistas, y que acojamos al hermano que vuelve con la alegría del padre. En una palabra, que nuestro corazón vibre con el de Dios, que no rechaza a nadie y abraza entrañablemente al que vuelve.