Igor Irigoyen
Cuando en 2010 recibí la propuesta de prepararme para el ministerio de transformación social (que en aquel entonces se iba a poner en marcha en la comunidad cristiana escolapia), era consciente de que no se trataba de una propuesta más. Era, y es, una encomienda que implica una responsabilidad especial: ponerse a disposición de la comunidad para durante un periodo largo (en nuestro caso, al menos siete años) promover a fondo una dimensión que la propia comunidad considera esencial a su identidad y su misión.
Ahora, con la perspectiva que da el transcurso de estos años, puedo decir que el ministerio de transformación social ha sido un regalo que me ha permitido profundizar y unificar mi vocación. Me ha ayudado a descubrir que Dios me llama a dedicar mi vida a promover el compromiso transformador por la justicia social desde la comunidad cristiana, en concreto desde esa parte de la Iglesia que somos las Escuelas Pías, sus comunidades y plataformas de misión.
Me parece importante aclarar que una encomienda ministerial no equivale a un cargo o a una dedicación concreta en la misión, ya que el ministerio se sitúa en un plano diferente comunitario y vocacional. Sin embargo, sí implica releer, actualizar y reforzar mi propia dedicación y responsabilidades en clave de identidad y de disponibilidad. Y además no solo desde lo individual, sino también trabajando en equipo con otros hermanos y hermanas. Finalmente, implica también para mí un compromiso de formación permanente en campos esenciales de este ministerio, como es por ejemplo la doctrina social de la Iglesia, algo que siento no solo como tarea, sino también como un regalo y un descubrimiento.