EL MILAGRO DE SANAR. ¿TE ESCANDALIZA? RPJ 560 Descarga aquí el artículo en PDF
Chema Pérez-Soba
chema.perez@cardenalcisneros.es
Cuando nos acercamos con nuestros ojos modernos a los evangelios, una de las cosas que más difícil nos resulta de explicar son las curaciones de Jesús. No pocas veces lo miramos con unos ojos maravillados que solo ven el poder extraño, divino, de Jesús. Y es normal. El problema es que, entonces, perdemos de vista el centro de nuestra fe. El concilio de Calcedonia nos recuerda que Jesús es «verdadero Dios y verdadero hombre». Y los seres humanos no vamos ejerciendo misteriosos poderes por el mundo. De hecho, con esos ojos que solo ven poder, perdemos de vista el sentido que los mismos evangelios nos señalan: el poder de Jesús es el poder de lo verdaderamente humano, el poder de acoger y, así, de curar.
Es interesante (e importante) releer estos textos con nuestra gente en una época en la que cargamos con tanto dolor.
Como ya sabemos, para entender un texto debemos colocarlo en su contexto. ¿Qué se entendía que era una curación en la Antigüedad? Para Israel, como para gran parte de la Antigüedad, la enfermedad no es solo una cuestión física, sino que es también una cuestión religiosa. Cuando estornudamos contestamos… ¡Jesús! En origen el estornudo se consideraba la efusión de un pequeño mal (demonio) contra el que te protegías con el nombre de Jesús… En ese tipo de sociedades antiguas, toda enfermedad es una pequeña «posesión», es una acción del Mal que aparta necesariamente al enfermo de Dios. Por ello, toda curación es, también, un acto religioso. Curar era exorcizar demonios, liberar del mal.
Ahora bien, no solo Jesús curaba. Tenemos constancia literaria de otras personas que también curaban en época de Jesús. En los Hechos de los apóstoles aparece Simón el mago (Hch 8), que también se dedicaba a curar (de hecho, quiere que los apóstoles le vendan el secreto de su éxito). Algunos de los apóstoles, tras la muerte de Jesús, también curan. Incluso algún judío fue convocado ante el emperador romano para mostrar sus habilidades… Aun siendo importante el efecto de las curaciones de Jesús sobre la gente, en su época no se entiende como una demostración evidente de divinidad. De hecho, muchos de sus contemporáneos no creen en Jesús. Entonces ¿por qué los relatos de curaciones? Un texto evangélico nos da la clave:
«Los maestros de la Ley, que habían venido de Jerusalén, decían. “¡Tiene a Belcebú!”, y también: “Echa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios!”. Jesús, entonces los llamó y les dijo en parábolas: “¿Cómo puede ser que Satanás eche a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Y si una casa está dividida contra sí misma esta casa no puede subsistir. Si Satanás se alza contra sí mismo, está dividido y no puede subsistir, toca a su fin”» (Mc 3,22-26).
Si Jesús cura, es que está de parte de Dios, enfrentado al mal
Fijaos cómo hasta los enemigos de Jesús dan por hecho que cura. El problema es el sentido que tienen esas curaciones. Esa es la idea que quieren transmitir los evangelistas. Si Jesús cura, es que está de parte de Dios, enfrentado al mal. Y a algunos de los maestros de la Ley, los más rígidos, no les cabe en la cabeza… ¿Por qué entonces se le oponen? Con otro texto quizá lo entendamos.
«Se acercó a él un leproso, se puso de rodillas y le dijo. “Si quieres, puedes limpiarme”. Él, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: “Quiero, queda limpio”. Y al instante quedó limpio de su lepra. Luego lo despidió, advirtiéndole severamente: “Mira, no se lo digas a nadie; pero anda, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés para que les conste tu curación”. Mas él, en cuanto se retiró, comenzó a divulgar a voces lo ocurrido, de manera que ya no podía Jesús entrar públicamente en ciudad alguna, sino que andaba fuera de poblado, en lugares solitarios» (Mc1,40-45).
Para la mentalidad de la época hay algo muy grave en este relato. Jesús le tocó. En la época de Jesús (y muchas veces hoy), no se toca a un leproso, ni para curarle ni para nada (y si quitas leproso y pones enfermo de SIDA ni te cuento). Viven fuera de las poblaciones, tienen que ir con una campanita para que la gente se aparte de él… son impuros, «están fuera».
El problema no es que Jesús cure… el problema es cómo cura. Jesús toca, y al tocar dice «no eres un maldito, tú también eres mi hermano, hijo del mismo Padre Dios. Tú eres persona. Tú mereces la pena». No es cuestión de «poderes», porque lo que quiere Jesús no es que digamos «señor, señor», sino que hagamos la voluntad de Dios (Mt 7,21). ¿Y cuál es la voluntad de Dios? Integrar, acoger, acompañar la enfermedad, dejar claro que todos somos una única familia. En lugar de hablar del Reino, Jesús «hace» el Reino. Por eso el sábado (el día del Señor) no es obstáculo para cumplir la voluntad de Dios (Mc 3,1-5); por eso él sí se fija en el paralítico al que nadie acerca al agua sanadora (Jn 5,1-8).
Jesús cura como signo de esa familia que es la voluntad de Dios. Si vivimos el Reino, los enfermos también, y, especialmente, son hijos de Abba. Y por eso Jesús les toca, les incluye, hasta físicamente, en la sociedad, en la vida, en Dios. Vuelven a ser personas: bienaventurados los enfermos, porque (en el Reino), son hijos de Dios y hermanos de todos los demás seres humanos. Fijaos en este texto:
«Juan, que oyó en la cárcel las obras de Cristo, envió a sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el evangelio a los pobres: ¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”» (Mt 11,2-6).
¿Cómo sabemos si Jesús es el Mesías o no? Mira sus actos: los enfermos son incluidos: ciegos, cojos, leprosos… y, atención, «se anuncia una Buena Noticia a los pobres», que en el Reino de la fraternidad dejarán de ser pobres…. Si te escandaliza todo esto, si no te conmueven tus hermanos enfermos o pobres, no crees que Dios es Abba de todos y no sabes nada de Dios. Dichoso el que no se escandaliza, porque él sí ha comprendido el reino de Dios. Ser cristiano es curar acogiendo, como Jesús cura acogiendo a todos y todas, por rotos y diferentes que sean. ¿Esto te escandaliza? ¿O te sabe a Dios?
Dichoso el que no se escandaliza, porque él sí ha comprendido el reino de Dios