- El Jesús histórico el mejor camino para hablar de Dios
La originalidad de Jesús sorprende y desconcierta (a la gente de su tiempo y a nosotros) porque su personalidad y comportamiento creyente rompe con todos los esquemas y moldes establecidos. La radicalidad en buscar exclusivamente el bien del ser humano, sobre todo del pobre y necesitado (hasta la muerte de cruz) nos habla de un amor y fidelidad total al proyecto del Padre y una aceptación sin fisuras de su voluntad.
En Jesús aparece el paradigma de todos los valores humanos, se revela toda la nobleza y dignidad del ser humano, su autonomía, su libertad, su fuerza y su ternura, su amplitud de espíritu y comprensión, su solidaridad y fraternidad y respeto para con sus semejantes, su labor infatigable por el bien de todos… No huye del mundo ni de la realidad humana, toma partido por los más débiles y oprimidos hasta dar la vida para abrir el camino de la de la plenitud a todos…
- Hombre como Jesús, solo pudo ser Dios
Toda la Vida de Dios se hizo cuerpo en Jesús. La encarnación de Dios es una de las mayores fuentes de información sobre Dios:
- En Jesús, Dios se hizo carne. Lo asumió todo. No es solo Dios (monofisismo), no es un hombre aparente (docetismo), ni un simple hombre (arrianismo). Es plenamente hombre y en él habita la plenitud divina. Dios no se contentó con amarnos a distancia. No hay salvación que no pase por la encarnación.
- En Jesús, Dios se hizo historia, se hizo presente en la marcha de la humanidad: historia de Dios en la historia de los hombres. El camino de Dios es el camino de la encarnación en la historia nuestra de cada día…
- En Jesús, Dios se hizo esclavo, no genéricamente hombre, sino que puso su tienda entre los pobres, entre los marginados. Dios vivió la historia desde la periferia, la frontera, los que no cuentan…
- En Jesús, Dios asumió una cultura, la Palabra eterna y universal balbuceó en dialecto humano y desde un contexto determinado y una cultura determinada se comunicó la Buena Noticia de Dios y nos enseña que toda cultura puede ser llena del Espíritu de Dios.
- En Jesús, Dios asumió el conflicto y fue expiado, perseguido, acusado, apresado y ejecutado por los intereses del Reino.
- ¿Cómo sentía Jesús a Dios?
Todos tenemos una idea de Dios. Lo vivimos y lo sentimos de una determinada manera. Cada uno sabe las reacciones que despierta dentro de nosotros. ¿Nos atrae? ¿Nos produce miedo? ¿Nos deja indiferente? ¿Nos sentimos a gusto con él o tendemos a olvidarlo?
A veces nos hemos preguntado cómo sentiría Jesús a Dios. Para los creyentes cristianos es muy importante esta pregunta porque nuestra en fe arranca de la experiencia que Jesús tuvo de Dios. Los evangelios manifiestan que Jesús vive seducido por la bondad de Dios. Para él, Dios es exclusivamente bueno. Esto es lo fundamental. Jesús capta la realidad de Dios como un misterio de bondad, para él es una experiencia indiscutible. Dios es una presencia buena que bendice la vida. La experiencia de Jesús es que Dios es bueno, nos quiere y desea lo mejor para cada uno de nosotros.
Este Dios bueno es un Dios cercano. Jesús vive la cercanía de Dios con una sencillez y espontaneidad asombrosa. El Padre cuida hasta de las criaturas más frágiles, se revela a los pequeños, busca a los perdidos. Este Dios está en el corazón de su vida. Dios es cercano y accesible a todos. Cualquiera puede comunicarse con él desde lo profundo de su corazón. Dios habla a cada uno sin pronunciar palabras humanas. Hasta los más pequeños e insignificantes pueden descubrir su cariño. Para encontrarse con Dios no hace falta acudir a ritos complicados ni pronunciar oraciones inmensas y solemnes. Jesús invita a comunicarse con Dios de forma sencilla: «Cuando oréis, decid: ¡Abba!».
Este Dios es bueno con todos, no solo con los buenos. A Jesús muchos días le cogía el amanecer en pleno silencio y en oración con su Padre. No sabemos cómo viviría ese momento, pero le gustaba repetir: «Dios hace salir su sol sobre buenos y malos. Manda la lluvia sobre justos e injustos». El sol y la lluvia son de todos. No tienen dueño. Dios los regala a la humanidad. Jesús ha asumido que Dios no es como nosotros. No sigue nuestras tendencias y mezquindades hacia los malos. Dios no es solo de los buenos. No es solo de los practicantes. Su amor está abierto a todos.
En tiempo de Jesús había gente que le resultaba inaguantable lo que proclamaba sobre Dios. En el pueblo de Israel se habla muchas veces del «amor de Dios», pero este amor había que merecerlo. Muchos judíos habían rezado: «Como un padre siente ternura hacia sus hijos, así siente el Señor ternura…» pero continuaba el salmo: «siente ternura hacia aquellos que le temen». Jesús habría dicho: «siente ternura hacia todos sus hijos». Muchas veces oiremos hablar sobre Dios. Habrá que recordar siempre cómo Jesús habla de Dios: Dios es bueno y me quiere; Dios está cerca de mí y me acompaña; Dios ama a todos, me ama a mí, incluso antes de que cambie. Así nos sentiremos cada vez más atraídos por él.
Si vamos conociendo cada vez mejor a Jesús y captamos su bondad hacia todos, su acogida y perdón hacia los pecadores, su cercanía con los enfermos, su defensa de los excluidos, la entrega de su vida hasta la muerte… descubriremos poco a poco que el misterio de Dios se ha hecho carne en Jesús y se nos ha revelado en él, de manera suprema, única e irrepetible.
- ¿Cómo vivía Jesús a Dios?
A los creyentes nos ocurre más de una vez que decimos que creemos en Dios, pero en la práctica vivimos como si Dios no existiera. A la hora de la verdad y en los asuntos importantes de la vida, Dios apenas tiene importancia en nuestra manera de decidir, de orientar y de dirigir nuestra vida.
Es interesante preguntarse cómo vivía Jesús a Dios. Para Jesús, Dios es el que le empuja a construir un mundo más justo, más humano, más fraterno. Si un día nos dejamos atrapar por Dios, veremos cómo nos sentimos llamados a luchar por una sociedad más justa, más digna para todos. Dios tiene un gran proyecto entre manos para todos nosotros: hay que construir una nueva tierra tal como desea su voluntad.
Según Jesús, Dios quiere la vida, está siempre de lado de las personas y siempre en contra del sufrimiento y del mal. Vive a Dios como una fuerza que lo empuja a liberar a las personas del mal y lo lleva a luchar contra todo lo que perjudica a las personas. Por eso, Jesús dedica tanto tiempo a luchar contra las injusticias, mentiras, abusos, poderes y sistemas que deshumanizan la vida y generan sufrimiento. Cuanto más creamos en el Dios encarnado en Jesús, con más fuerza y coraje lucharemos contra todo lo que estropea la vida y la hace más indigna e infeliz.
Jesús se distingue por vivir a Dios como una fuerza curadora. A Dios le interesa la salud de sus hijos e hijas. Por eso, Jesús se dedica a curar, a aliviar el sufrimiento y a sanar la vida de su pueblo. Dios quiere una vida más sana, más dichosa y más plena para todos. Si creemos en el Dios de Jesús nos acercaremos a las personas que sufren. Haremos lo posible para poner paz, consuelo y alegría en las personas que vivan en la tristeza. Sembraremos fuerza y esperanza en quienes estén deprimidos. Sabremos consolar y acompañar.
El Dios que vive Jesús es un Dios en primer lugar para los pobres, los indefensos, los que no tienen a nadie, los descartados de nuestro tiempo. Por eso, defiende a los pobres de los poderosos que los explotan, acoge a los niños, los estrecha contra su pecho, bendice a los que sufren. Jesús se dedica a todos, pero empezando siempre por los últimos, «por los más pequeños». Si cada día nos vemos más llenos de Dios, nos preocuparemos más de los últimos, los más débiles, los marginados, los más excluidos. Posiblemente no podremos hacer muchas cosas, pero nuestro corazón estará más cerca de ellos.
Dios lleva a Jesús a acoger a los excluidos porque Dios es de todos y para todos. Por eso, no discrimina, no excluye a nadie. Al contrario, Dios abraza, acoge, perdona. De ahí que Jesús se acerca a los llamados en su tiempo impuros, acoge a las mujeres, toca a los leprosos, come con indeseables… Si nos dejamos atrapar por el Dios de Jesús, veremos la vida de otra manera, nos acercaremos de forma más acogedora y humanizante.
Si crece en nosotros la fe en este Dios, nuestra vida irá cambiando y nos convertiremos en más humanos, más generosos, pensaremos en los demás de forma desinteresada, nos interesaremos por los que más sufren, trataremos de ayudar, apoyaremos campañas contra la injusticia, el hambre, procuraremos trabajar en grupo. Dios nos irá transformado.
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RPJ nº 531 – mayo 2018 – Para encontrarse con Dios, Jesús de Nazareth – Íñigo García Blanco
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