EL EVANGELIO ES HOY, EL EVANGELIO ES AHORA – Pepa Torres Pérez

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EL EVANGELIO ES HOY, EL EVANGELIO ES AHORA

Pepa Torres Pérez

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Cuando tenía 20 años, a partir del trabajo socioeducativo con jóvenes y niños en un barrio marginal de Madrid atravesado por el fracaso escolar y la heroína, la frase de Dorothy Day con la que titulo este artículo se me reveló como una verdad que transformó radicalmente mi vida y mis opciones. Descubrí entonces la importancia de los contextos y las nuevas significaciones que adquiere la realidad según desde donde se la interprete y se habite. No es lo mismo un contenedor de basura de un edificio de vecinos, para quienes el portero es el encargado de sacarlo cada noche a la calle, que lo que significa para quienes viven de rebuscar entre ellos. Todo conocimiento, como señala la activista feminista Dona Haraway, es situado: no puede desligarse de los contextos ni de la subjetividad de quien lo emite.

Lo mismo sucede con el Evangelio y la necesidad de contextualizarlo, porque la fe cristiana no es un principio ni una abstracción, ni siquiera solamente unas creencias. La fe cristiana es «ejercicio», es praxis y nace en las periferias. En un territorio «insignificante» del que no se espera nada bueno y visto siempre bajo sospecha por el poder político y religioso (Jn 1,46), como tantos lugares marginales hoy en nuestro mundo. Geografías malditas de donde la gente lo que quiere es huir, pero sin embargo otros y otras deciden permanecer, porque se convierten para ellos en un Horeb donde Dios les invita a descalzarse y a comprometerse de manera comunitaria en este terreno sagrado y con quienes lo habitan.

Por eso creer en el Evangelio es dejarse seducir por un periférico

Por eso creer en el Evangelio es dejarse seducir por un periférico. Alguien que nace y muere fuera de la ciudad, que se ve obligado a desplazarse con su familia como un refugiado huyendo de un genocidio (Mt 2,13-23), como tantas familias refugiadas hoy; que es condenado injustamente como un antisistema (Mc 15,10-15) y cuyo Abaa es también el Dios de las periferias: el Dios de las esclavas, como Agar, cuyo dolor le conmueve hasta mostrarle su rostro («He visto al que me ve», Gn 16,13). El Dios que abandona el templo para ponerse a la cabeza del pueblo cuando es deportado (Ez 1,1-28), cuyo culto es la misericordia y la projimidad, y para el que no hay un lugar físico privilegiado para adorarle, como le reveló a la mujer samaritana, sino una actitud en espíritu y verdad (Jn 4,5-42). Por ello, la liberación de las periféricas y periféricos, o dicho en el lenguaje del papa Francisco, los y las descartables, es el signo de su presencia entre nosotras (Lc 7,22).

Ser cristianas y cristianos hoy es ser porosos al grito de los y las invisibles

Por eso también las periferias son un lugar privilegiado para hacernos despertar a una nueva conciencia: de nosotros y nosotras mismas, de los demás, de la divinidad. Una conciencia más holística, planetaria, interdependiente y también feminista, por lo que provoca como anuncio, en tanto que nos abre a lo que permanece oculto desde la lógica del poder y del sistema, pero también como denuncia. Por eso, ser cristianas y cristianos hoy es ser porosos al grito de los y las invisibles, los vicarios de Cristo, donde se nos siguen revelando historias sumergidas y paralelas que nos remiten al Evangelio como anuncio y como denuncia:

  • -Nuevas Marías sin techo, dando a luz en una casa ocupada y a las que se les niega la asistencia sanitaria por estar en situación irregular. Otras sirofenicias, con las que compartimos escalera, nuevas vecinas de nuestros barrios que reclaman resilientemente justicia, derechos, inclusión para sus hijos e hijas, frente a los discursos de odio y el racismo estructural que emerge como sombra de muerte en nuestros barrios.
  • Nuevos Zaqueos, Levís y Nicodemos que en la proximidad con quienes habitan el revés de la historia descubren que hay que subvertirla desde abajo para que el amor, la justicia y la comunión lleguen de hecho realmente a todos. Porque la salvación, o es desde abajo y empieza por las últimas y últimos, o es imposible que sea universal, como anunció Jesús de Nazaret con su vida y sus palabras.
  • Nuevas Martas y Marías, no de Betania, sino de Carabanchel, Vallecas, Lavapiés, El Pozo, la Cañada, la Ventilla y tantos otros barrios periféricos que hacen de sus vidas y sus casas lugares de hospitalidad y aprendizaje mutuo de aquellos y aquellas a quienes todas las puertas se les cierran.
  • Nuevas viudas pobres del Evangelio, que comparten no lo que les sobra, sino lo que necesitan para vivir porque la vida compartida es el mayor tesoro.
  • Nuevos jóvenes ricos, a los que al final les puede más el deseo de seguridad que la vida como un proyecto abierto de solidaridad y confianza sostenida en el buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os irá dando por añadidura (Mt 6,24-34).

Pero esta realidad es invisible a los ojos del poder y del éxito. Requiere romper con las gafas de la superficialidad y la banalización del mal que tan a la moda están en estos tiempos. Solo así podremos darnos cuenta de que la fe es lo más opuesto a la justificación, la ideologización o la instalación y que leer el Evangelio con ojos críticos y sensibilidad contemplativa nos saca de nuestras zonas de confort y nos moviliza a ser Iglesia en salida, porque el Reino está siempre mucho más allá de las estructuras eclesiásticas y donde dos o tres estéis reunidos en mi nombre allá estoy yo entre vosotros, nos dice Jesús (Mt 18,15-20).

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El Evangelio es hoy, el Evangelio es ahora, pero para así descubrirlo ha de ser contemplado y contrastado comunitariamente desde una interioridad que se va descubriendo habitada y, para ello, cuida también la soledad y el silencio. Sin embargo, lo paradójico de nuestra fe es que la autenticidad de la experiencia contemplativa en nuestra vida no es una cuestión de piedad, sino de profetismo y compromiso. La calidad de nuestra oración o nuestras experiencias de Dios no se miden por cuántas horas estamos en silencio sino por nuestra projimidad vivida hasta las últimas consecuencias (Mt 7,21-29). Porque Dios es Palabra, clamor y grito. Hay un texto maravilloso en el libro del Eclesiástico que remite al poder del grito de los empobrecidos y empobrecidas para romper la imparcialidad de Dios. Su grito es tan fuerte e insistente que atraviesa los cielos, traspasa las nubes, llega hasta el mismo Dios y no cesa hasta ser escuchado, de modo que hace que Dios tome parte, es decir, participe de sus luchas y sueños haciéndose parcial con ellos y ellas (Sir 35,15-21).

Por eso los gritos de los y las invisibles de nuestro mundo son la brújula de la Iglesia, de manera que cuando dejamos de ser compañeros y compañeras de vida, de luchas, de riesgos y sueños en común con ellos y ellas, la Iglesia deja de ser la Iglesia de Jesús. Pero estos gritos no son solo de opresión y sufrimiento, sino también de júbilo y acción de gracias, como cuando ganamos un desahucio, unas medidas de alejamiento, un juicio por despido improcedente, evitamos una deportación de alguien ingresado en un CIE (centro de internamiento de inmigrantes) o un grupo de personas subsaharianas salta la valla de Melilla al grito de Boza. Porque el mundo de los pobres paradójicamente no es solo el mundo de la carencia, sino también el de la creatividad y el derroche. Por eso el Evangelio es una Buena Noticia y hay que celebrarla. Va de banquetes y fiestas, aunque atraviese momentos oscuros, y nos invita a ser más cantores que plañideras, a compartir la mesa de la vida y los derechos con todos los expulsados y expulsadas del banquete neoliberal que hoy acontece en nuestro mundo.

Porque el Evangelio es ahora, el Evangelio es hoy, mujeres y varones somos urgidos a «ponernos el delantal» y vivir la «operación igualdad», que no es otra cosa que ser y hacer eucaristía, mesa compartida, donde la humanidad toda nos sentemos a compartir los dones recibidos y los bienes de la tierra sin que nadie quede excluido.

El mundo de los pobres paradójicamente no es solo el mundo de la carencia, sino también el de la creatividad y el derroche

La fe no es fe si no se vive en el día a día. De poco sirven grandes discursos, fantásticos eventos, profundas oraciones, geniales campamentos, emocionantes pascuas… si en lo cotidiano no vivimos a Jesús.

Si no sentimos a Dios en lo pequeño, lo grande estará vacío. Si no nos encontramos con Jesús en los momentos más insignificantes, nos perderemos mucho de lo que nos quiere decir.

Es en el día a día donde sale a la luz nuestra forma de ser. Y también donde podemos ir puliendo nuestra vivencia de Dios. Lo cotidiano es el lugar donde nos jugamos ser o no ser cristianos.

Y, por otro lado, si vivimos nuestra fe desde dentro, nuestro día a día será un reflejo de su luz porque lo haremos todo de corazón.

En nuestra mano está dar una palabra cariñosa a la persona que nos encontramos en el desayuno en vez de un gruñido; responder de una manera alegre a la persona que nos atiende en el súper en lugar de tratarle como a una máquina; ser «buena noticia» cuando hagamos nuestras publicaciones en Tiktok en vez de que nos mueva la envidia…

La clave es preguntarse: ¿qué haría Jesús? La respuesta no siempre es fácil, pero es el camino a la felicidad.

Las situaciones son miles. Tu respuesta puede ser única.

 

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