EL DISCERNIMIENTO PASTORAL ANTE LA DIVERSIDAD AFECTIVO-SEXUAL Descarga aquí el artículo en PDF
Juan Carlos de la Riva, SchP.
Hace cuatro años el equipo de Diálogos de Pastoral con Jóvenes, equipo formado por varios acompañantes de jóvenes con larga trayectoria en la pastoral juvenil, y de movimientos, diócesis, comunidades y congregaciones diferentes, publicó un libro titulado Proyectar en el Espíritu, bajo el sello Khaf, de Edelvives. Retomamos aquí el último de sus capítulos, titulado «El discernimiento pastoral ante la diversidad afectivo-sexual y/o familiar», que firmé a título personal pero, como todo el libro, fue sometido a diálogo y crítica constructiva antes de su aceptación y publicación colectiva bajo el nombre de DPJ. Resumimos aquí algunas de las intuiciones que proponíamos entonces.
Jóvenes en busca de orientación para lo afectivo-sexual
Fue en clase de religión con jóvenes de 15 años. Iba yo con mis vídeos, textos y preguntas-eje a abordar el tema de las relaciones afectivas. Les explicaba que el amor, por ser importante y afectar todas las dimensiones de la persona, debe de atender tanto a su aspecto corporal, como al emocional y también al de la voluntad que elige en libertad. En este último punto me explayé, cómo no, en alabar las virtudes de un proyecto de vida compartido, donde cada vez son más los elementos que se dialogan y elaboran en el seno de la pareja, hacia la construcción de una familia… Hasta ahí llegué cuando una alumna me empieza a comentar que eso de compartir tanto era una relación tóxica, que cada uno es cada uno, que no hay que poner las decisiones en común, etc. A su voz se sumaron, cómo no, otras más, y ahí quedé yo, con mi ideal de proyecto-familia bajo el brazo, y comenzando a navegar entre las turbulentas y variopintas opiniones sobre las relaciones afectivo-sexuales, donde no faltaron quienes defendieron el poliamor (es decir vivir una relación de intimidad con dos personas o más desde el acuerdo mutuo) o los vientres de alquiler, por citar algunas de las más escabrosas y divergentes de mi propuesta. Al mismo tiempo tengo que decir que el tema les interesó bastante más que cuando habíamos abordado los puntos esenciales del mensaje de Jesús. Estábamos tocando sus temas, y quizá fuera a través de ellos como llegásemos a citar a Jesús y su propuesta, también para estos temas donde el joven se juega tanto…
Cito esta situación para explicar cómo los jóvenes están siendo especialmente permeables a todas las propuestas que van poblando los medios de comunicación sobre estas cuestiones, que son asumidas como válidas sin demasiados criterios de discernimiento y que, obviamente, guiarán sus pasos en buena medida. Cada día nos situamos los educadores y evangelizadores ante estos retos, que no son meramente dialécticos como el del ejemplo, sino que en muchas ocasiones parten de situaciones reales de vida, a veces vividas con frivolidad y falta de reflexión, y otras sin embargo expresadas desde sufrimientos, decepciones, exclusiones y demás vivencias profundas.
Si hacemos la lista de situaciones potencialmente peligrosas, nos saldrá todo un elenco de posibilidades: culto al cuerpo, cosificación del cuerpo del otro, exposición del propio cuerpo en redes sociales o en citas anónimas, pornografía normalizadora de situaciones de violencia o de explotación machista, sobreestimulación sensorial, desorientación en cuanto al género desde un sentido exagerado de su plasticidad, dependencias afectivas, ciberacoso, sextorsión, sexo sin amor, sobreexposición a edades cada vez más tempranas, promiscuidad, abusos, infravaloración de la castidad y de opciones vocacionales célibes, escepticismo sobre la posibilidad de un amor duradero… En fin, una gran variedad de situaciones que pueden enturbiar la atracción hacia una vivencia positiva del amor, la afectividad y la sexualidad.
Detectamos también quienes acompañamos a los jóvenes, el hecho de que no vean que la Iglesia pueda decir nada interesante sobre la dimensión afectivo-sexual de la persona: no la sienten como compañera de camino en estas aventuras importantes de la vida, sino que la ven más bien como un resto rancio de una moral que funcionó en el pasado y que hoy permanece fiel a su actitud de condena a todo lo que se salga de la norma y el ideal de matrimonio y familia cristiana. Necesitados de educadores y guías para sus preguntas y decisiones, buscan sin embargo en internet los referentes en que apoyarse y construir su identidad, en la pornografía ilustración sobre lo que se puede hacer en lo sexual, y en los iguales los consejeros y terapeutas para sus crisis afectivas.
Además, muchos jóvenes han presenciado la dificultad de sus padres para llevar adelante un proyecto de familia o han vivido en su casa el sufrimiento producido por las separaciones, llevándolos a concluir que el amor en fidelidad y para siempre no es más que un mito imposible de materializar. Tampoco en muchas familias este es un tema de conversación: la familia se ha convertido en un lugar cálido y cómodo donde vivir, donde el cariño y el buen ambiente priman, aunque sea a costa de sacrificar el diálogo profundo y la orientación educativa.
La Iglesia, sin embargo, somos una institución que sigue acompañando a los jóvenes
La Iglesia, sin embargo, somos una institución que sigue acompañando a los jóvenes, especialmente en el seno de la escuela católica, o en movimientos y agrupaciones juveniles y. por tanto. el tema de las relaciones afectivo-sexuales no debe faltar en nuestra agenda de acompañamiento.
Sin embargo, la aceleración con que las reivindicaciones en materia de diversidad sexual o la libertad individual y el sentimiento subjetivo como únicos criterios, van poblando el escenario público y hacen que haya cada vez más personas que reclaman de la Iglesia un mayor acompañamiento y una revisión de sus actitudes pastorales, y quizá también de sus postulados morales y doctrinales al respecto. Se le pide evolución y actualización.
Algunos comienzan a expresar una experiencia de Dios auténtica de quien se siente amado, no «a pesar de», sino precisamente «en» esa situación de vida, y es desde ahí desde donde han podido sentirse con fuerzas para llevar adelante un proyecto de vivencia afectiva y de familia que ahora reivindican como aceptable también a los ojos de Dios.
El discernimiento a la luz de la Amoris Laetitia
Tomar conciencia de todas estas situaciones nos lleva a valorar los criterios pastorales aparecidos en la Amoris Laetitia, y la puerta que estos abren a una nueva praxis pastoral: abandonar «la fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que se inclina a comprender y a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia para “realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales”».
Francisco nos descubre así en su exhortación apostólica una nueva periferia que se suma a la de las pobrezas materiales y sus violencias estructurales: la periferia existencial. El proyecto de Iglesia «hospital de campaña» no puede dejar de preocuparse por las situaciones en las que la persona queda dañada en su proyecto familiar, en sus vínculos emocionales, en sus vivencias íntimas, en sus deseos profundos.
Es un tema delicado y complejo que la Amoris Laetitia no ha abordado en profundidad. En el plano doctrinal, la Amoris Laetitia no cambia la postura de la Iglesia sobre la homosexualidad, se distancia del matrimonio igualitario y no cree que deba haber equiparaciones, «ni siquiera remotas», entre las uniones homosexuales y el matrimonio. También se desmarca de la «ideología de género» que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. El papa Francisco no ha cambiado la doctrina de la Iglesia en estas materias, pero sí nos ha exhortado a una preocupación pastoral que vaya al encuentro de la persona. El capítulo octavo está guiado por tres verbos que son la llave interpretativa del acompañamiento pastoral a estas situaciones irregulares: acompañar, discernir e integrar la fragilidad de estos «amores heridos» como los nombra él mismo. La propia exhortación no ve la necesidad de normativizar la inmensa casuística, ni de tocar «las exigencias de verdad y caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia», sino de dar «un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares». Bien parece que el papa Francisco no quiere ofrecer recetas, sino que invita a discernir.
- Acompañar
Acompañar exige un mayor esfuerzo por reconocer y nombrar situaciones muy reales. Muchos de ellos y ellas son bautizados y ejercen su seguimiento de Jesús con verdadera fuerza testimonial y ejemplaridad. El documento es muy escueto al respecto del tema de la diversidad sexual, y eso es elocuente, y sostiene que «toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar “todo signo de discriminación injusta” y particularmente cualquier forma de agresión y violencia». La Iglesia llama, por tanto, a que la comunidad católica luche con claridad contra la homofobia.
En esta insistencia pastoral, para Francisco es clave el anteponer la persona a la norma. El amor de Jesús y del Padre, que es igual al del pastor y al del padre de estas dos parábolas (oveja perdida e hijo pródigo), se caracteriza por la importancia que Jesús y el Padre da a las personas individuales: a tanto llega esa importancia, que no solamente les conceden su favor, sino que, sobre todo, las necesitan, no pueden estar si les falta alguna de ellas, por lo que se sienten revivir cuando reencuentran a la oveja perdida o el hijo regresa. Tal es, pues, el ánimo, el estilo del papa. Tal es su hermenéutica de la persona. Ya en la exhortación apostólica Evagelii gaudium (EG), sobre el anuncio del Evangelio, se nos describe el término acompañar, del que se dice que está formado por las virtudes del Amor, prudencia, inteligencia, humildad, fe, esperanza y paciencia.
Se trata de acoger, escuchar, dialogar para entender la situación
Se trata de acoger, escuchar, dialogar para entender la situación. Cuando una situación es compleja no se entiende en una conversación simple; hay que escuchar mucho, hay que escuchar historias, hay que tener un diálogo o a lo mejor un todo un proceso de acompañamiento. También «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición».
Antes de discernir, seguramente habrá que sanar heridas, o suavizar, o hablar de cosas previas al discernimiento… para poder así ir creando las condiciones para después discernir. Por ejemplo, cuando se habla de las uniones de hecho, se propone «acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza. Es lo que hizo Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,1-26): dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio».
Si escuchamos y acompañamos verdaderamente, nos vendrá todo lo que sabemos que está en la cultura, a veces hiper-atrofiado culturalmente, y otras veces como realidad que tenemos que reconocer. Son situaciones de las que se nos dice una y otra vez en la exhortación que son concretas, que son diferentes, que no hay dos experiencias iguales.
La exhortación en su conjunto nos recuerda, además, una de las leyes básicas del acompañamiento que es el protagonismo de la propia persona y la inviolabilidad de su conciencia: «Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas».
2.Discernir
El discernimiento es una actividad profundamente humana, que hace referencia a esa intencionalidad consciente en el ser humano que, queriendo, buscando, preguntándose, usando todas sus capacidades, se va auto-trascendiendo hasta encontrarse con la alegría más profunda en el ejercicio del amor. Pero hacer un verdadero discernimiento cristiano supone añadir la acción de la gracia que nos habla a través de sus mociones espirituales, los criterios evangélicos a los que nos lleva la contemplación de Jesús, y el entender el propio fin de la vida como búsqueda de la voluntad de Dios.
No es bueno discernir en solitario, porque es difícil ser juez en causa propia; por eso un verdadero discernimiento se dará solo en el contexto de un buen proceso de acompañamiento. En situaciones como las que venimos comentando, la presencia de una persona-acompañante puede liberar al sujeto de autoengaños y bloqueos. También un grupo o comunidad de referencia que escuche y aporte criterios puede ser una valiosa ayuda. Por ejemplo, las personas que quieran superar situaciones dolorosas en el campo afectivo, necesitarán de una sana elaboración de la culpa, evitando tanto la excesiva culpabilización, como la ausencia de responsabilidad en los daños causados o recibidos. Cuando hay más personas implicadas, el diálogo se convierte en escuela de discernimiento.
Destaca sobre todo esto la insistencia en la actitud de misericordia
No es materia de discernimiento el ideal del Evangelio, el proyecto de Dios para la humanidad, la bondad de la propuesta, que siempre estará ahí como un horizonte al que tender. Lo que se discierne es cuál es el paso posible que puede dar la persona para acercarse más al ideal… No hay una doble moral: hay un ideal claro y hay luego una praxis pastoral en torno al discernimiento para ofrecer en concreto a las personas que están en esas situaciones. «Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano».
También se habla con rotundidad de los atenuantes, de las circunstancias en que las personas se hayan en grandes dificultades para actuar de modo diverso. Se habla con amplitud de «la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales».
Destaca sobre todo esto la insistencia en la actitud de misericordia. En el camino sinodal y en las indicaciones ofrecidas por la exhortación apostólica hay una continua armonización entre el realismo de la lectura de los problemas y la misericordia que destaca en las indicaciones para afrontarlos y superarlos. La misericordia tiene así un carácter activo, sanador, de invitación a la vida, y se aplica especialmente a la no condena de las personas: «Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero solo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren».
El momento de discernir es complejo, pues el tema está necesitado de un análisis profundo desde un enfoque interdisciplinar que sin duda aún no se ha hecho: hay un amplio debate en el ámbito de la teología moral, y hay poca incorporación de las aportaciones de otras disciplinas científicas a la reflexión y el magisterio de la Iglesia. En el número 40 de la Evangelii Gaudium se invita a pensar que «en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la verdad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio». Quizá por la vía del análisis y del discernimiento eclesial podamos ofrecer nuevos cauces de apoyo pastoral a las personas.
Parece claro que se ha ido fraguando durante las últimas décadas una nueva manera de enfocar la moral, alejándose de los planteamientos iusnaturalistas y asumiendo tesis más existenciales y personalistas, que entienden a la persona de un modo dinámico, en construcción y proceso, necesitada de un continuo discernir que no es reductible a la conformación con una ley natural preestablecida.
«Creo sinceramente que el paradigma iusnaturalista que tantos frutos ha dado durante tantos siglos, ha sido superado de facto por el personalista que presidió el Concilio Vaticano II. La comprensión del ser humano en su totalidad, en todas sus dimensiones, desde la globalidad de su proyecto vital es la clave de comprensión cada vez más arraigada en nuestra sociedad y ya no es posible apelar al carácter ético de los actos morales independientemente de los sujetos que los realizan, o a la debatida ley natural sin buscar puntos de encuentro en su contenido».
No se trata de olvidar el ideal evangélico
Pero no se trata de olvidar el ideal evangélico. Crecen en nuestra sociedad estados de opinión que ante estas cuestiones anteponen el criterio de la libertad del sujeto autónomo para decidir qué y cómo vivir la dimensión corporal y afectivo-sexual, a veces por encima de los límites que la propia corporalidad marca. Existe una dinámica de pensamiento que pareciera admitir que todo vale con tal de que la persona pueda decidir sobre sí misma, donde la identidad no la determina la constitución corporal, ni tampoco la sociedad y la cultura, sino que es decisión exclusiva de cada individuo y su libertad, una libertad que puede no ya ignorar, sino contrariar la naturaleza. Se olvida y anula la dimensión relacional que toda decisión tiene en el contexto de una persona situada entre otras; adoptar una perspectiva de género no nos autoriza a hacer este salto hacia el individualismo extremo; una ética de derechos nos lleva ineludiblemente a una ética de deberes hacia el prójimo, sea la pareja, los hijos/as, o la sociedad en general. «Se busca así desligar la relación sexual de todo ese universo relacional de la persona, donde cada cual es hombre o mujer frente al otro». Si además nos situamos en una opción cristiana, la dimensión de amor de entrega, oblativo y kenótico, donde la libertad se entiende como desprendimiento, nos ha de ubicar necesariamente en una perspectiva bien diferente de quien reivindica simplemente el derecho a decidir. El amor debe ser necesariamente la clave para el discernimiento.
El papa Francisco nos anima a pensar la educación sexual en el marco de la educación para el amor y la donación mutua, que nos permita hablar de la sexualidad superando la banalización y el empobrecimiento de la mirada e iluminando la sexualidad desde el mensaje del amor cristiano. «El acompañamiento pastoral en la diversidad sexual ha de ser suave y propositivo y tiene que ver con la posibilidad de anunciar la buena noticia del amor también en el campo de la sexualidad, siempre desde el respeto, la no violencia, la escucha y la ética. Una buena noticia habla de donación frente a la búsqueda del propio interés, de reciprocidad frente a una igualdad rígida, de alianza frente a consumo, de libertad frente a represión u obligación, de un cuerpo sagrado frente a un cuerpo objeto, de gozo frente a satisfacción… un amor al que todos están llamados, que es la vocación de toda persona, en su infinita y hermosa diversidad».
3.Integrar
Tras el discernimiento llega el momento de tomar decisiones y de confirmar esas decisiones. Se trata de que la persona pueda dar un paso en la dirección correcta, desde la gradualidad en que las personas vamos creciendo a través de diferentes etapas (ley de gradualidad ya propuesta por Juan Pablo II)
Buscaremos la decisión «posible», que quizá no sea la que responde plenamente a la propuesta evangélica. «También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo. De todos modos, recordemos que este discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena». «Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día», dando lugar a «la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible».
La orientación de la exhortación para la toma de decisiones pastorales es clara: integración. «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero […] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita».
De todo lo anteriormente expuesto podemos inferir algunas orientaciones que supongan un cambio en la praxis pastoral y en el modo cómo abordar la reflexión sobre estos temas. Nos atrevemos a formular algunas de ellas, muy lejos de ofrecer recetas, pero sí orientaciones para la comunidad cristiana y su discernimiento pastoral.
- Acoger las realidades que hay tal y como son, sin prejuicios, generando espacios de escucha activa y exenta de juicio personal sobre sufrimientos, heridas, duelos, reprogramaciones vitales…
- Buscar la asesoría personalizada interdisciplinar.
- Formar a la comunidad para la acogida y discernimiento, para el conocimiento del ideal teológico del amor, y de los procesos personales que lo hacen real.
- Integrar y hacer participar en la comunidad eclesial a todos y todas, tras un discernimiento dialogado. Reconocer por parte de la comunidad el aporte de estas personas.
- Acompañar a los jóvenes en su educación afectivo-sexual en clave de amor de entrega.
- Rechazar abiertamente cualquier actitud de desprecio o discriminación, o más aún de violencia y exclusión. Hacer una autocrítica capaz de detectar en la Iglesia estas actitudes.
- Generar expresiones y gestos de la comunidad que demuestren la acogida incondicional de todos y todas.
- Promover en la Iglesia una reflexión abierta y sincera, interdisciplinar y coherente con la doctrina y la teología, desde las nuevas antropologías personalistas.
Ofrecemos orientaciones para la comunidad cristiana y su discernimiento pastoral.