Creo que las adicciones son una manera de rechazar a la gente. Creo que son una crueldad social de los poderosos, usadas a veces conscientemente, y que el toxicómano no lo es solo a causa de su fragilidad. Creo que a nivel internacional se podría hacer mucho más para limitar la distribución de las drogas, pero la corrupción es demasiado invasiva para conseguir frenarla sin un cambio de cultura mundial. La mejor manera, diría que incluso la única, para actuar enseguida es la prevención en los más jóvenes antes de que se convierta en una dependencia.
Hoy el mundo quiere al joven resignado y a los jóvenes todos iguales: jóvenes que imiten a otros jóvenes para construirse una identidad. Quien no puede seguir el ritmo de este engranaje a veces tiene la tentación de recurrir a algo artificial. La droga es la respuesta del débil a su no saber y no poder conformarse; querría, pero sabe que no es capaz o que ni siquiera en ese caso sería aceptado. Entonces pasa a la fase de la “cirugía plástica en el cerebro”: construye un pensamiento que sabe que no es suyo, pero que es el único que piensa que puede permitirle sobrevivir. Se confía a lo “temporal eterno”, que sabe que para él es el fin, pero lo hace de todos modos; se conforma con unos minutos fuera de sí mismo aun sabiendo que le saldrán muy caros.
Creo que sentirse rechazado por la sociedad lleva a desarrollar adicciones. Aunque no siempre es así: a veces, incluso el exceso de dinero lleva a la búsqueda de nuevas experiencias y a adicciones, entre ellas la droga. El que se droga huye siempre, se construye un mundo para huir. Busca y acepta un mundo falso, de ilusiones, un mundo ajeno a la concreción.