Hace algunos años la ecología era un tema que solía vincularse, no sin cierto prejuicio, a aquellas personas que optaban por estilos de vida alternativos, muy probablemente por tener la mayor parte de sus seguridades vitales resueltas. Eso de reciclar, plantearse comprar determinados productos y no otros por criterios de sostenibilidad con el planeta u optar por el consumo de una serie de alimentos parecía, y todavía parece, en muchos casos, una suerte de privilegio solo al alcance de aquellas personas que pueden disponer del tiempo y la capacidad económica necesarias para plantearse ese tipo de decisiones.
El clamor del respeto a la naturaleza sobre la bandera de movimientos verdes que siempre han puesto, desde el activismo y sus correspondientes expresiones políticas a lo largo de la historia, el foco de su reivindicación en el sufrimiento de la flora y fauna de nuestra Tierra bajo la mano explotadora del ser humano, se ha juzgado también, en no pocas ocasiones, como la lucha de quienes miraban, quizá con cierto egoísmo, más por el sufrimiento del medio ambiente que por el de tantas personas víctimas del hambre y de la injusticia a nuestro alrededor.
Sin embargo, el papa Francisco, con esa brújula certera que va indicando con brillante intuición los caminos que ha de transitar nuestra Iglesia, tuvo claro que este tema merecía una de las grandes aportaciones de su Pontificado, con un documento dirigido no solo a las personas creyentes, sino «a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos».
En cuestión de dos años, la carta encíclica Laudato si ha provocado un fuerte impacto con una amplia recepción internacional en la comunidad eclesial y no eclesial, inaugurando un concepto que va mucho más allá de la idea clásica de ecología: la ecología integral.
Con gravedad y sin renunciar a su lenguaje siempre sugerente, siempre expresivo, siempre subversivo, Francisco nos habla de que ya no quedan excusas, y no es posible hablar de la justicia social, la solidaridad con los pueblos oprimidos o las severas consecuencias de un sistema económico que genera muerte, explotación y desigualdad sin replantearnos nuestra relación con la creación y con todos los habitantes que la pueblan y sin abrazar el cuidado de la vida en todas sus formas como algo que brota del corazón de la espiritualidad cristiana.
Ya no quedan excusas. La ecología no es un lujo o un capricho para gente alternativa, sino una exigencia de fe para quienes quieren hacer de su vida un camino de construcción del Reino de Dios.
Y, como no podría ser de otra forma, el Papa dedica atención especial a la juventud: «Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos».
Son muchas las iniciativas que van tomando forma cuando las diversas comunidades y grupos de la Iglesia se van poniendo en marcha y van haciendo suya esta hoja de ruta que es, además, una ocasión privilegiada para el diálogo y el compromiso compartido con colectivos y personas no creyentes o que profesan otras religiones. Laudato si se convierte, en un mundo con emergencia de compromiso, en herramienta fundamental para la lucha por causas comunes y para el ejercicio del ecumenismo y el diálogo interreligioso.
Algunos movimientos juveniles especializados de Acción Católica que, en la tensión de la frontera que marca siempre la pastoral de ambientes, se esfuerzan por una lectura continuada de las reivindicaciones, deseos y batallas de la juventud para crear sinergias y dar respuestas que apuesten por transformaciones estructurales y personales, se han puesto en este empeño.
La Juventud Estudiante Católica Internacional lanzó el pasado año su campaña «Protegiendo la Casa Común» que se vertebra en torno a los ejes de educación integral, cultura de la paz y resolución de conflictos y cuidado medioambiental, promoviendo acciones de toma de conciencia y empoderamiento de la juventud, especialmente en áreas de conflicto, en todos los continentes. Una concreción de ella quiere ser «Una llamada a actuar, ecología integral», la campaña con la que JEC España quiere, en este curso 2017-2018, animar al compromiso y sensibilizar a estudiantes de universidad y centros superiores sobre una mirada creyente e integral de la vida desde la ecología.
Por su parte, el Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos, en su defensa del mundo rural como opción de vida y la dinamización social, política y cultural de este medio, viene realizando desde hace meses su campaña «Cambiemos para que no cambie el clima».
Se trata de iniciativas que, con mayor o menor alcance, pueden servir, junto a muchas otras, de ejemplo o inspiración para mojarnos y, desde el Espíritu, poner cabeza, manos, pies y corazón al servicio de hacer de «esta nuestra casa» un lugar más habitable, bello y justo para todas las criaturas que en ella conviven.
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RPJ nº 526 – El cuidado de la vida en el corazón del Espíritu – Álvaro Mota Medina
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