EL BUEN PASTOR – Fernando Negro

Fernando Negro

La belleza cambiara el mundo, la belleza del “Buen Pastor”; la “Belleza del Pastor”, Jesus de Nazareth, hijo de Dios, que se ofreció para convertirse en oveja.  Así se convirtió en el Buen y Bello Pastor que dio su vida por las ovejas que amaba incondicionalmente .[1]

El evangelio de Marcos es explícito en la percepción de Jesús como el Buen Pastor: “Al desembarcar, vio una gran muchedumbre, y se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles ampliamente.”[2] Jesús tiene una capacidad infinita de compadecerse de la gente. A través de esta capacidad se hacía presente en Él y a través de Él el amor y la misericordia de Dios.

En el texto de Marcos vemos cómo esa compasión humana, icono visible de la compasión divina, Jesús la expresa a través de su enseñanza (“…y se puso a enseñarles largamente”). Con su enseñanza multiplicaba el pan de la Buena Noticia, en preparación para la multiplicación de los panes y los peces.

Jesús de Nazaret fue educador a la manera del buen pastor. La acción educativa que el desarrolla es parecida a la del pastoreo; se da en el contexto de la relación, del conocimiento mutuo (“yo conozco mis ovejas y ellas me conocen”) y del desarrollar ilimitado de la vida: “para que tengan vida y ésta sea abundante.”[3]

Jesús Maestro da la gran lección de su vida en y desde la cruz. Es la lección definitiva, al atardecer de la vida, cuando todos somos juzgados acerca del amor. Ahí, en la cruz, leemos la gran lección del Maestro Bueno que, como Buen Pastor, es sobre todo testigo cualificado de lo que ha enseñado a lo largo de toda su vida.

Jesús llama por su nombre a sus ovejas y cuenta con nosotros para que hagamos lo mismo. El drama de muchos/as jóvenes y niños/as de nuestro mundo postmoderno es que no se conocen a sí mismos, que ni siquiera saben su nombre. Por eso, al estilo de Jesús, hemos de ayudarles a que se den un nombre nuevo, el de su ser real y desenmascarado. Ayudarles a que recobren la dignidad maltrecha, o a que por primera vez la descubran. Ayudarles a que se digan la verdad de sí mismos; porque sin la verdad no hay acto educativo, sino mera domesticación.

San José de Calasanz aprendió a ser Buen Pastor abajándose al nivel de los pequeños en quienes veía ovejas que no tenían pastor. Poco a poco fue desvistiéndose del hombre viejo de sus ambiciones inconfesables, hasta que conectó, como Jesús, con el corazón perdido de los niños callejeros y “se puso a enseñarles largamente”, como Jesús el Buen Pastor.

Jesús no se sitúa a distancia de la gente, sino que se hace uno con y como ellos/as. El arte de su presencia consistía en que Él no desdibujaba su identidad de ser Camino, Verdad y Vida, sino que contribuía a que quienes le seguían encontrasen en Él una nueva cualidad vital, una percepción más elevada de su propio ser. El líder auténtico, la persona que es buena educando sabe decir no a la mentira y no tiene miedo a declarar que el/la otro/a está equivocado cuando lo está. Pero lo hace desde el amor y la compasión. Así es como Jesús de Nazaret actuaba. Ayudaba a la gente a no ser ya más espectadores, sino actores de su propio destino.

Jesús, antes de presentarse como el Buen Pastor, aprendió a ser cordero. Así lo señaló Juan el Bautista una tarde a las 5 pm. “Mirad, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”[4] Nadie puede enseñar propiamente si antes no se ha dejado enseñar; nadie puede ser un buen pastor si antes no se ha dejado guiar como oveja del redil. José de Calasanz, hablando a los escolapios en proceso de formación les decía que quien ha hecho voto de enseñar, implícitamente lo ha hecho también de aprender.

[1] Jn 10, 1-17

[2] Mc 6, 34

[3] Jn 10, 10

[4] Jn 1, 29