Llega la Navidad y con ella todos los anuncios publicitarios que no tienen otro fin más que el de vender sus productos sea como sea. He de admitir que me ponen nervioso: primero por tratar de fomentar el consumismo a través de la provocación de falsas emociones en la audiencia y lo segundo, razón por la que escribo tal artículo, por convertir la Navidad en lo último que debiera representar: una acomodada reunión familiar.
Durante las presentes semanas está en boga el anuncio de Ikea. Se trata de un concurso entre varias familias sentadas alrededor de una mesa, donde se van haciendo preguntas de todo tipo a sus miembros. Cuando alguien falla, se levanta y queda eliminado. Enseguida vemos cómo los más jóvenes saben todos los detalles de la actualidad más rabiosa, pero nada de su familia. Así hasta que en las mesas solamente quedan los más mayores, abuelas y abuelos, siendo los que más saben sobre su familia. El anuncio, finaliza con la siguiente conclusión: “Esta navidad desconecta para volver a conectar”.
Apartando el mensaje evidente de que debemos prestar más importancia a las relaciones humanas que a las virtuales, tratemos de ir más allá. Por supuesto, los cristianos nos juntaremos con nuestras familias, qué menos. ¿Pero de verdad se queda en eso el mensaje del Evangelio? ¿Somos tan ingenuos de creer que la misión de Jesús solo trataba de conmemorarlo anualmente en una cena? Por eso los cristianos y, sobre todo, los más jóvenes, hemos de ser conscientes que ninguna Navidad será tal si en ningún momento de nuestras vidas no tomamos en serio la irrupción de Jesús, la opción por los pobres y la radicalidad de su mensaje y su llamada. Seamos originales y transgredamos los estrechos límites del consumismo. Qué leches… ¡seamos cristianos/as!