El cambio climático me preocupa mucho. Sólo protegiendo el ecosistema podremos proteger a nuestros hijos, a nuestros nietos y a todas las generaciones futuras. En consecuencia, el cuidado del medioambiente debería escribirse en rojo en la primera página de todas las agendas políticas. Y esto me lleva a otra consideración, que por desgracia espanta: el sometimiento de la política a otros aspectos como las finanzas; una política que “consume consumo” es una política que acaba por ser invisible, porque inevitablemente se consume también a sí misma.
Ante la pregunta de si los jóvenes de hoy están más atentos a los problemas climáticos y en general al medioambiente, contesto que sí. Y no solo porque tengo una gran confianza en estas jóvenes generaciones, sino porque tienen muchos más medios respecto a las pasadas para darse cuenta de la gravedad de la situación. Internet en esto es una “bendición”: permite la sensibilización de los jóvenes a través de otros jóvenes y hace que se comuniquen personas en inferioridad de condiciones. Todos nosotros debemos mirar siempre a aquellos que en este momento están más abajo, los que no interesan a los corruptos y que, en cambio, pueden dejar de ser rechazados y olvidados y transformarse en “portadores de alegría”.
Una misma lógica relaciona el cambio climático y el rechazo hacia los más débiles. La que no siente una especial preocupación por el medio ambiente es la misma lógica que rechaza a los más frágiles, que no los integra. Esto sucede porque la lógica de la que hablo considera que es poco sensato invertir en que los más débiles, aquellos que parten en la vida con un hándicap, puedan abrirse camino.
Hace falta reaccionar rápidamente, pensando sobre todo en quienes se han quedado atrás y no sólo en quienes están delante, como en cambio a muchos les gusta hacer. Sucede a menudo que la causa de la desafección de los jóvenes –pero no sólo ellos- sienten por la política es exclusiva responsabilidad de esta misma, a causa de ineficaces políticas públicas y también del exceso de corrupción, incluso demasiado visible y a plena luz del día. La vergüenza de pecar parece haber desaparecido y este es un pecado terrible.
La política a veces piensa únicamente en conservar y aumentar su propio poder y la economía tan sólo en el beneficio inmediato… ¿habrá acaso espacio para preservar el medioambiente y cuidar a los más débiles?
No quiero demonizar el mercado como forma de organizar nuestros intercambios. Sin embargo, debemos hacernos una pregunta concreta: la propia idea de “mercado”, ¿en qué nos hace pensar? Pues en personas que compran y venden. Todo lo que no forma parte del comprar y del vender no existe. ¿Y qué tal si pensamos que no todo se vende y no todo se puede comprar? La espiritualidad, el amor, la amistad: todo esto no se puede comprar y, sin embargo, parece que para “ser alguien” debes, más que ser algo, poseer algo. Me refiero también a la adquisición de puestos directivos o gerenciales: todo eso son cosas. Sientes que eres alguien en función de ese cargo, que te otorga un papel, da un papel a tu nombre, y entonces ya no te avergüenzas de quien eres, sea cual sea tu origen, pues has conseguido ese papel en el banquete del consumo. Quien compra en el banquete del consumo se asegura algo más de autonomía para no acabar entre los rechazados. Es como tener un poco más de batería en el móvil. Mira, de hecho, hoy los jóvenes tienen pánico a encontrarse con la batería del Smartphone descargada: eso significa estar fuera del mundo, estar excluido de las conexiones, de las posibilidades del banquete del consumo. Cuanto más alto es el cargo, más altisonante el nombre en la tarjeta de visita, más cargada parece la batería, más llena. Pero quien vive a pleno ritmo en la sociedad de consumo tendrá siempre una autonomía “temporal”. Todo lo que no se puede comprar, en cambio, tiene mucho más valor. Lo que no se puede comprar, como el amor, el afecto, la amistad y la estima, hay que cultivarlo con cuidado, hay que mantenerlo con extrema atención y hay que entrenar el corazón para que no se marchite… El riesgo de estos bienes de Dios no es el robo o quedarse con la batería descargada: el verdadero riesgo es dejar que se marchiten por culpa de nuestra falta de cuidados.